Tercer Martes de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia.
Martes III semana de
Cuaresma
Éxodo 32,1-6. 15-34
Oración, ayuno y
misericordia
Pedro Crisólogo
Sermón 43
Tres son, hermanos,
los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante,
y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la
misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, y la misericordia
recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se
vitalizan recíprocamente.
El ayuno, en efecto
es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie
trate de dividirlas, pues no pueden separarse.
Quien posee uno solo
de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por
tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca: que preste oídos a
quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta
oído, a quien no cierra los suyos al que le suplica.
Que el que ayuna,
entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al hambriento quien quiere
que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera
misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda, quien desea que le
responda a el. Es un indigno suplicante quien pide para sí lo que niega a otro.
Díctate a ti mismo la
norma de la misericordia de acuerdo con la manera, la cantidad y la rapidez con
que quieres que tengan misericordia contigo. Compadécete tan pronto como
quisieras que los otros se compadezcan de ti.
En consecuencia, la
oración, la misericordia, y el ayuno, deben ser como un único intercesor en
favor nuestro ante Dios, una única llamada, una única y triple petición.
Recobremos, pues, con
ayunos lo que perdimos por el desprecio: inmolemos nuestras almas con ayunos,
porque no hay nada mejor que podamos ofrecer a Dios, de acuerdo con lo que el
profeta dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón
quebrantado y humillado ú no lo
desprecias. Hombre, ofrece a Dios tu alma, y ofrece la oblación del ayuno,
para que sea una hostia pura, un sacrificio santo, una víctima viviente,
provechosa para ti y acepta a Dios. Quien no dé esto a Dios, no tendrá excusa,
porque no hay nadie que no se posea a sí mismo para darse.
Pero para que estas
ofrendas sean aceptadas, tiene que venir después la misericordia; el ayuno no
germina si la misericordia no le riega, el ayuno se torna infructuoso si la
misericordia no lo fecundiza; lo que es la lluvia para la tierra, eso mismo es
la misericordia para el ayuno. Por más que perfeccione su corazón, purifique su
carne, desarraigue los vicios, y siembre las virtudes, como no produzca
caudales de misericordia, el que ayuna no cosechará fruto alguno.
Tú que ayunas, piensa
que tu campo queda en ayunas si ayuna tu misericordia; lo que siembras en
misericordia, eso mismo rebosará en tu granero. Para que no pierdas a fuerza de
guardar, recoge a fuerza de repartir; al dar al pobre te haces limosna a ti
mismo: porque lo que dejes de dar a otro, no lo tendrás tampoco para ti.
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