Cuarto Domingo de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia




IV domingo de Cuaresma
Levítico 8,1-17; 9,22-24
Cristo camino, verdad y vida

Agustín de Hipona
Sobre San Juan trat. 34,8-9

El Señor dijo concisamente: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Con estas palabras nos mandó una cosa y nos prometió otra; hagamos lo que nos mandó, y de esta forma no desearemos de manera insolente lo que nos prometió; no sea que tenga que decirnos el día del juicio: «¿Hiciste lo que mandé, para poder pedirme ahora lo que prometí?» «¿Qué es lo que  mandaste, Señor, Dios nuestro?» Te dice: «Que me siguieras». Pediste un consejo de vida. ¿De qué vida, sino de aquella de la que se dijo: En ti está la fuente de la vida.

Conque hagámoslo ahora, sigamos al Señor; desatemos los pies de aquellas ataduras que nos impiden seguirle. ¿Pero quién será capaz de desatar tales nudos si no nos ayuda aquel mismo de quien se dijo: Rompiste mis cadenas? El mismo que en otro salmo afirma: El Señor liberta a los cautivos, el Señor endereza a los que ya se doblan.

¿Y en pos de qué corren los liberados y los puestos en pie, sino de la luz de la que han oído: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en la tinieblas? Porque el Señor abre los ojos al ciego. Quedaremos iluminados, hermanos, si tenemos el colirio de la fe. Porque fue necesaria su saliva mezclada con tierra para ungir al ciego de nacimiento.

También nosotros hemos nacido ciegos por causa de Adán, y necesitamos que él nos ilumine. Mezcló saliva con tierra, por ello está escrito: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Mezcló saliva con tierra, pues estaba también anunciado: la verdad brota de la tierra; y él mismo había dicho: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.

Disfrutaremos de la verdad cuando lleguemos a verle cara a cara, pues  también esto se nos promete. Porque ¿quién se atrevería a esperar lo que Dios no se hubiese dignado dar o prometer? Le veremos cara a cara. El Apóstol dice: Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Y Juan añade: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. Ésta es una gran promesa.

Si lo amas, síguelo. «Yo lo amo –me dices–, pero ¿por qué camino lo sigo?» Si el Señor tu Dios te hubiese dicho: «Yo soy la verdad y la vida», y tú deseases la verdad, y anhelaras la vida, sin duda que hubieras preguntado por el camino para alcanzarlas, y te estaría diciendo: «Gran cosa, la verdad, gran cosa, la vida; ojalá mi alma tuviera la posibilidad de llegar hasta ellas».

¿Quieres saber por dónde? Óyele decir primero: Yo soy el camino. Antes de decirte a donde, te dijo por donde: Yo soy el camino. ¿Y a dónde lleva el camino? A la verdad y a la vida. Primero dijo por donde tenias que ir, y luego a donde. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Permaneciendo junto al Padre, es la verdad y la vida; al vestirse de carne, se hace camino.

No se te dice: «Trabaja por dar con el camino, para que llegues a la verdad y a la vida»; no se te ordena esto. Perezoso ¡levántate! El mismo camino viene hacia ti y te despierta del sueño en que estabas dormido; si es que en verdad estás despierto: levántate, pues, y anda.


A lo mejor estás intentando andar y no puedes porque te duelen los pies. ¿Y por qué te duelen los pies? ¿Acaso porque anduvieron por caminos tortuosos bajo los impulsos de la avaricia? Pero piensa que la Palabra de Dios sanó también a los cojos. «Tengo los pies sanos» –dices–, «pero no puedo ver el camino». Piensa que también iluminó a los ciegos.

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