Segundo Sábado de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia.
Sábado II semana de
Cuaresma
Éxodo 20,1-17
Unirse a Dios, único
bien verdadero
Ambrosio de Milán
Huida del mundo 6,36; 7,44; 8,45;
9,52
Donde está el corazón
del hombre allí está también su tesoro; pues el Señor no suele negar la dádiva
buena a los que se la han pedido. Y ya que el Señor es bueno, y mucho más bueno
todavía para con los que le son fieles, abracémonos a él, estemos de su parte
con toda nuestra alma, con todo el corazón, con todo el empuje de que seamos
capaces, para que permanezcamos en su luz, contemplemos su gloria y disfrutemos
de la gracia del deleite sobrenatural. Elevemos, por tanto, nuestros espíritus
hasta el Sumo bien, estemos en él y vivamos en él, unámonos a él, ya que su ser
supera toda inteligencia y todo conocimiento, y goza de paz y tranquilidad
perpetuas, una paz que supera también toda inteligencia y toda percepción.
Éste es el bien que
lo penetra todo, que hace que todos vivamos en él y dependamos de él, mientras
que él no tiene nada sobre sí, sino que es divino; pues no hay nadie bueno,
sino sólo Dios, y por lo tanto todo lo bueno, divino, y todo lo divino, bueno;
por ello se dice: Abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente;
pues por la bondad de Dios se nos otorgan efectivamente todos los bienes sin
mezcla alguna de mal.
Bienes que la
Escritura promete a los fieles al decir: Lo sabroso de la tierra comeréis.
Hemos muerto con
Cristo y llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Cristo para que la vida de
Cristo se manifieste en nosotros. No vivimos ya aquella vida nuestra, sino la
de Cristo, una vida de inocencia, de castidad, de simplicidad y de toda clase
de virtudes; y ya que hemos resucitado con Cristo, vivamos en él, ascendamos en
él, para que la serpiente no pueda dar en la tierra con nuestro talón para
herirlo.
Huyamos de aquí.
Puedes huir en espíritu, aunque sigas retenido en tu cuerpo; puedes seguir
estando aquí y estar ya junto al Señor, si tu alma se adhiere a él, si andas
tras sus huellas con tus pensamientos, si sigues sus caminos con la fe y no a
base de apariencias, si te refugias en él, ya que es el refugio y fortaleza,
como dice David: A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre.
Conque si Dios es
nuestro refugio, y se halla en el cielo y sobre los cielos, es hacia allí hacia
donde hay que huir, donde está la paz, donde nos aguarda el descanso de
nuestros afanes, y la saciedad de un gran sábado, como dijo Moisés: El
descanso de la tierra os servirá de alimento. Pues la saciedad, el placer y
el sosiego están en descansar en Dios y contemplar su felicidad. Huyamos, pues,
como los ciervos hacia las fuentes de las aguas; que sienta sed nuestra alma
como la sentía David. ¿Cuál es aquella fuente? Óyele decir: en ti está la
fuente viva.
Y que mi alma diga a
esta fuente: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Pues Dios es esa
fuente.
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