Segundo Martes de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia
Martes II semana de
Cuaresma
Éxodo 16,1-8.35
La pasión de todo el
cuerpo de Cristo
Agustín de Hipona
Salmo 140,4-6
Señor, te he llamado,
ven deprisa.
Esto lo podemos decir todos. No lo digo yo sólo, lo dice el Cristo total. Pero
se refiere sobre todo a su cuerpo personal; ya que, cuando se encontraba aquí,
oró con su ser de Cuaresma carne, oró al Padre con su cuerpo, y mientras
oraba, las gotas de sangre destilaban de todo su cuerpo. Así está escrito en el
Evangelio: Jesús oraba con más insistencia, y sudaba como gotas de sangre.
¿Qué quiere decir el flujo de sangre de todo su cuerpo, sino la pasión de los
mártires de toda la Iglesia?
Señor, te he llamado,
ven deprisa; escucha mi voz cuando te llamo. Pensabas que ya estaba resuelta la
cuestión de la plegaria con decir: Te he llamado. Has llamado, pero no
te quedes ya tranquilo. Si se acaba la tribulación, se acaba la llamada; pero
si en cambio la tribulación de la Iglesia y del cuerpo de Cristo continúan
hasta el fin de los tiempos, no sólo has de decir: Te he llamado, ven
deprisa, sino también: escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como
incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Cualquier cristiano
sabe que esto suele referirse a la misma cabeza. Pues, cuando ya el día
declinaba hacia su atardecer, el Señor entregó sobre la cruz el alma que había
de recobrar, porque no la perdió en contra de su voluntad. Pero también
nosotros estábamos representados allí. Pues lo que de él colgó en la cruz era
lo que había recibido de nosotros. Si no, ¿cómo es posible que, en un momento
dado, Dios Padre aleje de sí y abandone a su único Hijo, que efectivamente no
es sino un solo Dios con él? Y no obstante, al clavar nuestra debilidad en la
cruz, donde, como dice el Apóstol, nuestro hombre viejo ha sido crucificado
con él, exclamó con la voz de aquel mismo hombre nuestro: Dios mío, Dios
mío; ¿por qué me has abandonado?
Por tanto, la ofrenda
de la tarde fue la pasión del Señor, la cruz delSeñor, la oblación de la
víctima saludable, el holocausto acepto a Dios. Aquel sacrificio de la tarde
realizó la ofrenda matutina de la resurrección. La oración brota pues pura y
directa del corazón creyente, como se eleva desde el ara santa el incienso. No
hay nada más agradable que el aroma del Señor: que todos los creyentes huelan
así.
Así, pues, nuestro
hombre viejo, son palabras del Apóstol, ha sido crucificado con Cristo,
quedando destruida nuestra personalidad de pecadores, y nosotros libres de la
esclavitud del pecado.
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