Primer Lunes de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia
Lunes I semana de
Cuaresma
Éxodo 6,2-13
Vivamos unos con
otros la bondad del Señor
Gregorio Nacianceno
Sermón sobre el amor
a los pobres
14,23-25
Reconoce de dónde te
viene que existas, que tengas vida, inteligencia y sabiduría, y, lo que está
por encima de todo, que conozcas a Dios, tengas la esperanza del reino de los
cielos y aguardes la contemplación de la gloria (ahora, por cierto, de forma
enigmática y como en un espejo; pero después de manera más plena y pura); reconoce
de dónde te viene que seas hijo de Dios, coheredero de Cristo, y, dicho con
toda audacia, que seas, incluso, convertido en Dios. ¿De dónde y por obra de
quién te vienen todas estas cosas?
Limitándonos a hallar
en las realidades pequeñas que se hallan al alcance de nuestros ojos, ¿de quién
procede el don y el beneficio de que puedas contemplar la belleza del cielo, el
curso del sol, la órbita de la luna, la muchedumbre de los astros, y la armonía
y el orden que resuenan en todas estas cosas, como en una lira? ¿Quién te ha
dado las lluvias, la agricultura, los alimento, las artes, las casas, las
leyes, la sociedad, una vida grata y a nivel humano, así como la amistad y
familiaridad con aquellos con quienes te une un verdadero parentesco ? ¿A qué
se debe que puedas disponer de los animales, en parte como animales domésticos
y en parte como alimentos? ¿Quién te ha constituido dueño y señor de todas las
cosas que hay en la tierra? ¿Quién ha otorgado al hombre, para no hablar de
cada cosa una por una, todo aquello que le hace estar por encima de los demás
seres vivientes ? ¿Acaso no ha sido Dios, el mismo que ahora te solicita tu
benignidad, por encima de todas las cosas y en lugar de todas ellas? ¿No
habríamos de avergonzarnos, nosotros, que tantos y tan grandes beneficios hemos
recibido o esperamos de él, si ni siquiera le pagáramos con esto, con nuestra
benignidad? Y si él, que es Dios y Señor, no tiene a menos llamarse nuestro
Padre, ¿vamos nosotros a renegar de nuestros hermanos?
No consintamos,
hermanos y amigos míos, en administrar de mala manera lo que por don divino se
nos ha concedido, para que no tengamos que escuchar aquellas palabras: Avergonzáos,
vosotros, que retenéis lo ajeno, proponéos la imitación de la equidad de Dios,
y nadie será pobre.
No nos dediquemos a
acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la
pobreza, para no merecer el ataque acerbo y amenazador de las palabras del
profeta Amós: Escuchadlo, los que decías: «¿Cuándo pasará la luna nueva para
vender el trigo, y el sábado para ofrecer el grano?»
Imitemos aquella
suprema y primordial ley de Dios, que hace llover sobre los justos y los
pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos; al mismo tiempo que pone
la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus
habitantes; el aire se lo entrega a las aves, y las aguas del mar a los peces,
y a todos ellos los subsidios para su existencia con toda abundancia, sin que
haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni
fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y
abundancia, y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la
naturaleza con la igualdad de sus dones, y pone de manifiesto las riquezas de
su benignidad.
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