Cuarto Martes de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia
Martes IV semana de
Cuaresma
Levítico 19,1-18.
31-37
Del bien de la
caridad
León Magno
Sermón 10 en Cuaresma
3-5
Dice el Señor en el
evangelio de Juan: La señal por la que conocerán todos que sois discípulos
míos será que os amáis unos a otros; y en la carta del mismo apóstol se
puede leer: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y
todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
Que los fieles abran
de par en par sus mentes y traten de penetrar, con un examen verídico, los
afectos de su corazón; y si llegan a encontrar alguno de los frutos de la
caridad escondido en sus conciencias, no duden de que tienen a Dios consigo; y
a fin de hacerse más capaces de acoger a tan excelso huésped, no dejen de
multiplicar las obras de una misericordia perseverante. Pues si Dios es amor,
la caridad no puede tener fronteras, ya que la Divinidad no admite verse
encerrada por ningún término.
Los presentes días,
queridísimos hermanos, son especialmente indicados para ejercitarse en la
caridad, por más que no hay tiempo que no sea a propósito para ello; quienes
desean celebrar la Pascua del Señor con el cuerpo y el alma, han de tratar
conseguir, sobre todo, esta caridad, porque en ella se halla contenida la suma
de todas las virtudes y con ella se cubre la muchedumbre de los pecados. Por
esto al disponernos a celebrar aquel misterio que es el más eminente, con el
que la sangre de Jesucristo borró nuestras iniquidades, comencemos por preparar
ofrendas de misericordia, para conceder por nuestra parte a quienes pecaron contra
nosotros lo que la bondad de Dios nos concedió a nosotros.
La largueza ha de
extenderse ahora con mayor benignidad hacia los pobres y los impedidos por
diversas debilidades, para que el agradecimiento a Dios brote de muchas bocas,
y nuestros ayunos sirvan de sustento a los menesterosos. La devoción que más
agrada a Dios es la de preocuparse de sus pobres, y cuando Dios contempla el
ejercicio de la misericordia, reconoce allí inmediatamente una imagen de su
piedad.
No hay por qué temer
la disminución de los propios haberes con esas expensas, ya que la benignidad
misma es una gran riqueza, ni puede faltar
materia de largueza allí donde Cristo apacienta y es apacentado.
En toda esta faena
interviene aquella mano que aumenta el pan cuando lo parte, y lo multiplica
cuando lo da. Quien distribuye limosnas debe sentirse seguro y alegre, porque obtendrá
la mayor ganancia cuando se haya quedado con el mínimo, según dice el
bienaventurado apóstol Pablo: El que proporciona semilla para sembrar y pan
para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha
de vuestra justicia en Cristo Jesús, Señor nuestro, que vive y reina con el
Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
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