Sábado después de Cenizas - Lecturas Espirituales de la Iglesia
Sábado después de
Ceniza
Éxodo 3,1-20
La amistad de Dios
Ireneo
Contra los herejes IV,13,4 - 14,1
Nuestro Señor
Jesucristo, Palabra de Dios, comenzó por atraer hacia Dios a los siervos, y
luego liberó a los que se le habían sometido, como él mismo dijo a sus
discípulos: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su
Señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo
he dado a conocer. Pues la amistad de Dios otorga la inmortalidad a quienes
se le aproximan.
Al principio, y no
porque necesitase del hombre, Dios plasmó a Adán, precisamente para tener en
quién depositar sus beneficios. Pues no sólo antes de Adán, sino antes también
de cualquier creación, la Palabra glorificaba ya a su Padre, permaneciendo
junto a el, y a su vez la Palabra era glorificada por el Padre, como él mismo
dijo: Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de
ti, antes que el mundo existiese.
Ni nos mandó que le
siguiésemos porque necesitara de nuestro servicio, sino para salvarnos a
nosotros. Porque seguir al Salvador equivale a participar de la salvación; y
seguir a la luz es lo mismo que quedar iluminado.
Efectivamente,
quienes se hallan en la luz, no son ellos los que iluminan la luz, sino ésta la
que los ilumina a ellos; ellos por su parte no le dan nada, mientras, que, en
cambio, reciben su beneficio, pues se ven iluminados por ella.
Así sucede con el
servir a Dios, que a Dios no le da nada, ya que Dios no tiene necesidad de los
servicios humanos; él en cambio otorga la vida, la incorrupción y la gloria
eterna a los que le siguen y sirven, con lo que beneficia a los que le sirven
por el hecho de servirle, y a los que le siguen por el de seguirle, sin
percibir por ello beneficio ninguno de parte de ellos: pues él es rico,
perfecto y sin indigencia alguna.
Por eso Dios requiere
de los hombres que le sirvan, para beneficiar a los que perseveran en su
servicio, ya que es bueno y misericordioso. Pues en la misma medida en que Dios
no carece de nada, el hombre se halla indigente de la comunión con Dios.
En esto consiste
precisamente la gloria del hombre, en perseverar y permanecer al servicio de
Dios. Y por esta razón decía el Señor a sus discípulos: No sois vosotros los
que me habéis elegido a mí, soy yo quien
os ha elegido, dando a entender que no le glorificaban, al seguirle, sino
que por seguir al Hijo de Dios, era éste quien los glorificaba a ellos.
Y por esto también
dijo: Quiero que éstos estén donde estoy yo, para que contemplen mi gloria.
Comentarios
Publicar un comentario