Primer Martes de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia
Martes I semana de
Cuaresma
Éxodo 6,29 - 7,25
El que da la vida nos
enseñó a orar
Cipriano
Sobre el Padrenuestro
1-3
Los preceptos
evangélicos, queridos hermanos, no son otra cosa que las enseñanzas divinas,
fundamentos que edifican la esperanza, cimientos que corroboran la fe,
alimentos del corazón, gobernalle del camino, garantía para la obtención de la
salvación; y mientras ellos instruyen en la tierra las mentes dóciles de los
creyentes, las conducen a los reinos celestiales.
Muchas cosas quiso
Dios que dijeran e hicieran oír los profetas, sus siervos: pero cuánto más
importantes son las que habla su Hijo, las que atestigua con su propia voz la
misma Palabra de Dios, que estuvo presente en los profetas; y ya no pide que se
prepare el camino al que viene, sino que es él mismo quien viene abriéndonos y
mostrándonos el camino, de modo que los que antes ciegos y abandonados
errábamos en las tinieblas de la muerte, ahora nos viéramos iluminados por la
luz de la gracia y alcanzáramos el camino de la vida bajo la guía y dirección del
Señor.
El cual, entre todos
los demás saludables consejos y divinos preceptos con los que orientó a su
pueblo para la salvación, le enseñó también la manera de orar, y a su vez él
mismo le instruyó y aconsejó sobre lo que tenía que pedir. El que da la vida
nos enseñó también a orar con la misma benignidad con la que da y otorga todo
lo demás, para que fuésemos escuchados con más facilidad cuando nos
dirigiésemos al Padre con la misma oración que el Hijo nos enseñó.
Había ya predicho que
se acercaba la hora en que los verdaderos adoradores habrían de adorar al Padre
en espíritu y verdad, y cumplió lo que antes había prometido, de tal manera que
los que habíamos recibido el espíritu y la verdad como consecuencia de su
santificación, adoráramos a Dios verdadera y espiritualmente, de acuerdo con
sus normas.
¿Pues qué oración más
espiritual puede haber que la que nos fue dada por Cristo, por quien nos fue
también enviado el Espíritu Santo?, ¿y qué plegaria más verdadera ante el Padre
que la que brotó de labios del Hijo que es la verdad? De modo que orar de otra
forma no es sólo ignorancia, sino culpa también, pues él mismo afirmó: Rechazáis
el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición.
Oremos, pues,
hermanos queridos, como Dios, nuestro maestro, nos enseñó. A Dios le resulta
amiga y familiar la oración que se le dirige con sus mismas palabras, la misma
oración de Cristo que llega a sus oídos.
Cuando hacemos
oración, que el Padre reconozca las palabras de su propio Hijo; el mismo que
habita dentro del corazón sea el que resuena en la voz, y cuando le tengamos
como abogado por nuestros pecados ante el Padre, al pedir por nuestros delitos,
como pecadores que somos, empleemos las mismas palabras de nuestro defensor.
Pues, si dice que hará lo que pidamos al Padre en su nombre, ¿cuánto más eficaz
no será nuestra oración en el nombre de Cristo, si la hacemos, además, con sus propias
palabras?
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