Segundo Viernes de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia.
Viernes II semana de
Cuaresma
Éxodo 19,1-9;
20,18-21
El testamento de Dios
Ireneo de Lyon
Contra los herejes 4,16,2-5
Moisés dice al pueblo
en el Deuteronomio: El Señor, nuestro Dios, hizo alianza con nosotros en el
Horeb; no hizo esa alianza con nuestros padres, sino con nosotros.
¿Por qué razón no la
hizo con nuestros padres? Porque la ley no ha sido instituida para el justo;
y los padres eran justos, tenían la eficacia del decálogo inscrita en sus
corazones y en sus almas, amaban a Dios, que los había creado, y se abstenían
de la injusticia con respecto al prójimo: razón por la cual no había sido
necesario amonestarlos con un texto de corrección, ya que la justicia de la ley
la llevaban dentro de ellos.
Pero cuando esta
justicia y amor hacia Dios cayeron en olvido y se extinguieron en Egipto, Dios,
a causa de su mucha misericordia hacia los hombres, tuvo que manifestarse a sí
mismo mediante la palabra.
Con su poder, sacó de
Egipto al pueblo para que el hombre volviese a seguir a Dios; y afligía con
prohibiciones a sus oyentes, para que nadie despreciara a su Creador.
Y lo alimentó con el
maná, para que recibiera un alimento espiritual, como dice también Moisés en el
Deuteronomio: Te alimentó con el maná, que tus padres no conocieron, para
enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la
boca de Dios.
Exigía también el
amor hacia Dios e insinuaba la justicia que se debe al prójimo, para que el
hombre no fuera injusto ni indigno para con Dios, preparando de antemano al
hombre mediante el decálogo, para su amistad
y la concordia que debe mantener con su prójimo; cosas todas provechosas para
el hombre, sin que Dios necesitara para nada de él.
Efectivamente, todo
esto glorificaba al hombre, completando lo que le faltaba, esto es la amistad
de Dios, pero a Dios no le era de ninguna utilidad, pues Dios no necesitaba del
amor del hombre. En cambio, al hombre le faltaba la gloria de Dios, y era
absolutamente imposible que la alcanzara, a no ser por su empeño en agradarle.
Por eso, dijo también Moisés al pueblo: Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia,
amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida
y tus muchos años en la tierra.
A fin de preparar al
hombre para semejante vida, el Señor dio, por sí mismo y para todos los
hombres, las palabras del Decálogo: por ello estas palabras continúan válidas
también para nosotros, y la venida de la carne de nuestro Señor no las abrogó,
antes al contrario les dio plenitud y universalidad.
En cambio, aquellas
otras palabras que contenían sólo un significado de servidumbre, aptas para la
erudición y el castigo del pueblo de Israel, las dio separadamente, por medio
de Moisés, y solo para aquel pueblo, tal como dice el mismo Moisés: Yo os
enseño los mandatos y decretos que me mandó el Señor.
Aquellos preceptos,
pues, que fueron dados como signo de servidumbre a Israel han sido abrogados
por la nueva alianza de libertad; en cambio, aquellos otros que forman parte
del mismo derecho natural y son origen de libertad para todos los hombres,
quiso Dios que encontraran mayor plenitud y universalidad, concediendo con
largueza y sin límites que todos los hombres pudieran conocerlo como padre
adoptivo, pudieran amarlo y pudieran seguir, sin dificultad, a aquél que es su
Palabra.
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