Segundo Lunes de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia.
Lunes II semana de
Cuaresma
Éxodo 14,10-31
Moisés y Cristo
San Juan Crisóstomo
Catequesis 3,24-27
Los judíos pudieron
contemplar milagros. Tu los verás también, y más grandes todavía, más
fulgurantes que cuando los judíos salieron de Egipto. No viste al Faraón
ahogado con sus ejércitos, pero has visto al demonio sumergido con los suyos.
Los judíos traspasaron el mar, tú has traspasado la muerte. Ellos se liberaron
de los egipcios, tú te has visto libre del maligno. Ellos abandonaron la
esclavitud de un bárbaro, tú la del pecado, mucho más penosa todavía.
¿Quieres conocer de
otra manera cómo has sido tú precisamente el honrado con mayores favores? Los
judíos no pudieron entonces mirar de frente el rostro glorificado de Moisés,
siendo así que no era más que un hombre al servicio del mismo Señor que ellos.
Tú en cambio has visto el rostro de Cristo en su gloria. Y Pablo exclama:
«Nosotros contemplamos a cara descubierta la gloria del Señor».
Ellos tenían entonces
a Cristo que los seguía; con mucha más razón, nos sigue él ahora. Porque,
entonces, el Señor les acompañaba en atención a Moisés; a nosotros, en cambio,
no nos acompaña solamente en atención a Moisés, sino también por nuestra propia
docilidad. Para los judíos, después de Egipto, estaba el desierto; para ti,
después del éxodo, está el cielo. Ellos tenían, en la persona de Moisés, un
guía y un jefe excelente; nosotros tenemos otro Moisés, Dios mismo, que nos guía
y nos gobierna.
¿Cuál era en efecto
la característica de Moisés ? Moisés, dice la Escritura, era el
hombre más sufrido del mundo. Pues bien, esta cualidad puede muy bien
atribuírsele a nuestro Moisés, ya que se encuentra asistido por el dulcísimo
Espíritu que le es íntimamente consubstancial. Moisés levantó en aquel tiempo
sus manos hacia el cielo e hizo descender el pan de los ángeles, el maná:
nuestro Moisés levanta hacia el cielo las suyas y nos consigue un alimento
eterno. Aquel golpeó la roca e hizo correr un manantial: éste toca la mesa,
golpea la mesa espiritual y hace que broten las aguas del Espíritu. Esta es la
razón por la que, como una fuente, la mesa se halla situada en medio, con el fin
de que los rebaños puedan desde cualquier parte afluir a la fuente y abrevarse
con sus corrientes salvadoras.
Puesto que tenemos a
nuestra disposición una fuente semejante, un manantial de vida como éste, y
puesto que la mesa rebosa de bienes innumerables y nos inunda de espirituales
favores, acerquémonos con un corazón sincero y una conciencia pura, a fin de
recibir gracia y piedad que nos socorran en el momento oportuno. Por la gracia
y la misericordia del Hijo único de Dios, nuestro Señor y Salvador Jesucristo,
por quien sean dados al Padre, con el Espíritu Santo, gloria, honor y poder, ahora
y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Comentarios
Publicar un comentario