Cuarto Lunes de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia
Lunes IV semana de
Cuaresma
Levítico 16,2-28
Cristo es nuestro
pontífice, nuestra propiciación
Orígenes de Alejandría
Homilías sobre el
Levítico 9,5.10
Una vez al año el
sumo sacerdote, alejándose del pueblo, entra en el lugar donde se halla el
propiciatorio, los querubines, el arca del testamento, y el altar del incienso,
en aquel lugar donde nadie puede penetrar, sino sólo el sumo sacerdote.
Si pensamos ahora en
nuestro verdadero sumo sacerdote, el Señor Jesucristo, y consideramos cómo,
mientras vivió en carne mortal, estuvo durante todo el año con el pueblo, aquel
año del que él mismo dice: Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los
pobres, para anunciar el año de gracia del Señor, fácilmente advertiremos
que, en este año, penetró una sola vez, el día de la propiciación, en el
santuario: es decir, en los cielos, después de haber realizado su misión, y que
subió hasta el trono del Padre, para ser la propiciación del género humano y para
interceder por cuantos creen en él.
Aludiendo a esta
propiciación con la que vuelve a reconciliar a los hombres con el Padre, dice
el apóstol Juan: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si
alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo.
Él es víctima de propiciación por nuestros pecados.
Y, de manera
semejante, Pablo vuelve a pensar en esta propiciación cuando dice de Cristo: A
quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre.
De modo que el día de propiciación permanece entre nosotros hasta que el mundo
llegue a su fin.
Dice el precepto
divino: Pondrá incienso sobre las brasas, ante el Señor; el humo del
incienso ocultará la cubierta que hay sobre el documento de la alianza; y así
no morirá. Después tomará sangre del novillo y salpicará con el dedo la
cubierta, hacia oriente.
Así se nos explica
cómo se llevaba a cabo entre los antiguos el rito de propiciación a Dios en
favor de los hombres; pero tú, que has alcanzado a Cristo, el verdadero sumo
sacerdote, que con su sangre hizo que Dios te fuera propicio, y te reconcilió
con el Padre, no te detengas en la sangre física; piensa más bien en la sangre
del Verbo, y óyele a él mismo decirte: Ésta es mi sangre, derramada por
vosotros para el perdón de los pecados.
No pases por alto el
detalle de que esparció la sangre hacia oriente. Porque la propiciación viene
de oriente. De allí proviene el hombre, cuyo nombre es Oriente, que fue hecho
mediador entre Dios y los hombres. Esto te está invitando a mirar siempre hacia
oriente, de donde brota para ti el sol de justicia, de donde nace siempre para
ti la luz del día: para que no andes nunca en tinieblas, ni en ellas aquel día
supremo te sorprenda: no sea que la noche y el espesor de la ignorancia te abrumen,
sino que, por el contrario, te muevas siempre en el resplandor del
conocimiento, tengas siempre en tu poder el día de la fe, no pierdas nunca la
lumbre de la caridad y de la paz.
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