Primer Domingo de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia
I Domingo de Cuaresma
Éxodo 5,1 - 6,1
En Cristo fuimos
tentados,y en él vencimos al diablo
Agustín de Hipona
Salmo 60,2-3
Dios mío, escucha mi
clamor, atiende a mi súplica. ¿Quién es el que habla? Parece que sea uno
solo. Pero veamos si es uno solo: Te invoco desde todos los confines de la
tierra con el corazón abatido. Por lo tanto, si invoca desde todos los
confines de la tierra, no es uno solo y, sin embargo, es uno solo, porque
Cristo es uno solo y todos nosotros somos sus miembros. ¿Y quién es ese único
hombre que clama «desde todos los confines de la tierra»? Los que invocan
«desde todos los confines de la tierra» son los llamados a aquella herencia, a
propósito de la cual se dijo al mismo Hijo: Pídemelo: te daré en herencia
las naciones, en posesión los confines de la tierra. De manera que quien clama
«desde todos los confines de la tierra» es el cuerpo de Cristo, la heredad de
Cristo, la única Iglesia de Cristo, esta unidad que formamos todos nosotros.
Y ¿qué es lo que
pide? Lo que he dicho antes: Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi
súplica. Te invoco desde todos los confines de la tierra. O sea: «Esto que
pido, lo pido desde todos los confines de la tierra», es decir, desde
todas partes.
Pero, ¿por qué ha
invocado así? Porque tenía el corazón abatido. Con ello da a entender
que el Señor se halla presente en todos los pueblos y en los hombres del orbe
entero, con gran gloria, ciertamente, pero también rodeado de graves
tentaciones.
Pues nuestra vida en
medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro
progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo
si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha
combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones.
Éste que invoca desde
los confines de la tierra está angustiado, pero no se encuentra abandonado.
Porque a nosotros mismos, esto es, a su cuerpo, quiso prefigurarnos también en
aquel cuerpo suyo en el que ya murió, resucitó y ascendió al cielo, a fin de
que sus miembros no desesperen de llegar adonde su cabeza les precedió.
De forma que nos
incluyó en sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer
que Jesucristo nuestro Señor se dejó tentar por el demonio. ¡Nada menos que
Cristo tentado por el demonio! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque
Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la salvación; de ti
procedía la muerte para él, y de él para ti la vida; de ti para él los
ultrajes, y de él para ti los honores; en definitiva, de ti para él la
tentación, y de él para ti la victoria.
Si hemos sido
tentados en él, también en él vencemos al demonio. ¿Te fijas en que Cristo fue
tentado, y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en él, y
reconócete también vencedor en él. Podía haber evitado el demonio; pero si no
hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú
fueras tentado.
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