Primer Viernes de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia
Viernes I semana de
Cuaresma
Éxodo 12,21-36
Debemos practicar la
caridad fraterna según el ejemplo de Cristo
Beato Aelredo, abad
Espejo de caridad 3,5
Nada nos anima tanto
al amor de los enemigos, en el que consiste la perfección de la caridad
fraterna, como la grata consideración de aquella admirable paciencia con la que
aquel que era el más bello de los hombres, entregó su atractivo rostro a
las afrentas de los impíos, y sometió sus ojos, cuya mirada rige todas las
cosas, a ser velados por los inicuos; aquella paciencia con la que presentó su
espalda a la flagelación, y su cabeza, temible para los principados y
potestades, a la aspereza de las espinas; aquella paciencia con la que se
sometió a los oprobios y malos tratos; con la que, en fin, admitió
pacientemente la cruz, los clavos, la lanza, la hiel y el vinagre, sin dejar de
mantenerse en todo momento suave, manso y tranquilo. En resumen, como
cordero fue llevado al matadero, como una oveja ante el esquilador, enmudecía y
no abría la boca.
¿Habrá alguien que al
escuchar aquella frase admirable, llena de dulzura, de caridad, de inmutable
serenidad: Padre, perdónalos, no se apresure a abrazar con toda su alma
a sus enemigos? Padre, dijo, perdónalos. ¿Quedaba algo más de
mansedumbre o de caridad que pudiera añadirse a esta petición?
Sin embargo, se lo
añadió. Era poco interceder por los enemigos; quiso también excusarlos. Padre,
dijo, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Son, desde luego,
grandes pecadores, pero muy poco perspicaces; por tanto, Padre, perdónalos.
Crucifican; pero no saben a quién crucifican, porque si lo hubieran sabido,
nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria; por eso, Padre,
perdónalos. Piensan que se trata de un prevaricador de la ley, de alguien
que se cree presuntuosamente Dios, de un seductor del pueblo. Pero yo les había
escondido mi rostro y no pudieron conocer mi majestad; por ello, Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen.
En consecuencia, para
que el hombre se ame rectamente a sí mismo, procure no dejarse corromper por
ningún atractivo mundano. Y para no sucumbir ante semejantes inclinaciones,
trate de orientar todos sus afectos hacia la suavidad de la naturaleza humana
del Señor. Luego, para sentirse serenado más perfecta y suavemente con los
atractivos de la caridad fraterna, trate de abrazar también a sus enemigos con
un verdadero amor.
Y para que este fuego
divino no se debilite ante las injurias, considere siempre con los ojos de la
mente la serena paciencia de su amado Señor y Salvador.
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