Nuestra sociedad adultocéntrica repite la historia de Herodes - Mt 2,13-15.19-23
1.
El
texto en su contexto:
Este relato es propio de
Mateo. No figura en ninguno de los otros evangelios. Todo el Evangelio de Mateo
se esfuerza por presentar a Jesús como el nuevo Moisés, tal vez, por eso el
relato de la huida a Egipto (versículos 13 – 15).
1.1.
Jesús resume y completa la historia de
Israel:
Allí la comunidad judía era
muy numerosa. Algunos estudiosos sitúan una comunidad judía tan numerosa en
Alejandría, situada al norte de Egipto, que afirman podría llegar a la tercera
parte de la población de esa ciudad. Además se encontraban en muy buena posición
económica, mientras que la mayoría de la población egipcia era labriega,
considerada la más pobre del imperio.
El camino de la costa, de
Israel a Egipto no era nada fácil. Al José evitar pasar por Jerusalén, debió
tomar la ruta del sur a Hebrón.
En otros tiempos, Egipto
había servido de refugio (1 Reyes 11,40; Jeremías 26,21). La partida en la
noche, hizo imposible rastrear a los fugitivos, al igual que en el éxodo (Éxodo
12,31).
Un aspecto importante a
resaltar, es que final del versículo 13. Todas las versiones traducen: tou` ajpolevsai aujtov por “buscará al niño para matarlo”, pero puede traducirse también “perderlo”). Esta variante, la estaremos
tomando más adelante.
Mateo, se esfuerza en
demostrar que todo lo sucedido en la vida de Jesús, fue anunciado por los
profetas (Mateo 1,22; 2,15.17.23; 4,14; 8,17; 12,17; 13,14.35; 21,4; 26,54.56;
27,9). “De Egipto llamé a mi hijo”
(versículo 15) es una cita de Oseas 11,1 que refiere claramente a la salida de
los israelitas de Egipto en el éxodo. Para Mateo, Jesús resume y completa la
historia de Israel (Mateo 1,1).
Sin lugar a dudas, la
comunidad destinataria del evangelio de Mateo, comprendía claramente la
comparación que el evangelista pretendía hacer, entre Moisés y Jesús
(versículos 20-21 cf Éxodo 1,22-2,10; 4,19-20).
1.2.
Jesús “el nazareno” o “el nazareo”:
En los versículos siguientes
(19-23) Mateo relata el regreso de la familia de Jesús a Nazaret, un pequeño
pueblo de Galilea, al norte de Israel, ubicado en la ruta principal de la costa
a Siria, a pocos kilómetros de Séforis que estaba siendo reconstruida y que era
famosa por su diversidad cultural. Jesús desarrolló su vida en Nazaret de
Galilea hasta iniciar su ministerio profético, por eso era llamado nazareno
(versículo 23).
Los autores en la antigüedad,
a veces combinaban palabras para transmitir sus conceptos, de modo que “nazareno” podría estar haciendo
referencia al término hebreo “netzer”
que se traduce por “retoño”, uno de
los títulos mesiánicos (Jeremías 23,5; Zacarías 3,8; 6,12 cf Isaías 11,1).
También podría ser un juego de palabras haciendo referencia a los “nazareos” que eran personas dedicadas a
Dios (Números 6,1-21; Jueces 13,5).
2.
El
texto en nuestro contexto:
Una primera reflexión tiene
que ver con la baja de la edad de imputabilidad.
La sociedad uruguaya se
viene planteando desde hace algunos años, bajar la edad de imputabilidad de los
adolescentes, de 18 a 16 años, con el argumento de la inseguridad ciudadana.
Esta iniciativa, que vulnera los derechos humanos de los y las adolescentes se
está consolidando, a instancias de partidos políticos conservadores, de
sectores poderosos del país, de los medios de prensa.
Adolescentes de 16 años
podrían ir a la cárcel, sin embargo, no pueden inscribirse en un centro de
estudios, contraer matrimonio, comenzar a trabajar, adquirir bienes o salir del
país sin permiso. Algo más, aunque parezca ridículo, para extraerse una muela
tienen que contar con la asistencia de una persona adulta del núcleo familiar.
La sociedad actual, al igual
que Herodes, por miedo a perder privilegios, a cambiar situaciones, está
optando por perder en el sistema carcelario a las y los adolescentes que
comenten infracciones a la ley penal. Sin aceptar, que son personas adultas las
que introducen la droga en el país, que son personas adultas las que venden
droga que los adolescentes consumen, que son personas adultas que les
proporcionan las armas que utilizan en los delitos, que son personas adultas
las que les venden alcohol en los comercios.
Nuestra sociedad
adultocéntrica, repite la historia de Herodes, responsabilizando a las personas
más vulneradas.
Las cristianas y los
cristianos no podemos mantenernos en silencio. Tenemos la responsabilidad
evangélica de levantar nuestras voces en contra de la baja de la edad de
imputabilidad, denunciando que el sistema judicial uruguayo penaliza la pobreza
y la juventud. Nuestras cárceles están llenas de pobres y de jóvenes.
Las cristianas y los
cristianos tenemos el desafío de ponernos del lado de quienes son víctimas del
sistema. Esto no quiere decir que estemos de acuerdo con la violencia juvenil.
Condenamos todo tipo de violencia. Pero sabemos, que la violencia juvenil es
producto de otras violencias: el empobrecimiento, la marginalidad, la
discriminación, la desigualdad, la exclusión, la manipulación.
Una segunda reflexión tiene
que ver con el trabajo infantil.
Nuestra sociedad se jacta de
contar con leyes protectoras, sin embargo, las niñas y niños trabajadores son
una realidad palpable en nuestra vida cotidiana: vendiendo o cantando en el
ómnibus, cuidando autos en la esquina o limpiando parabrisas en los semáforos,
conduciendo carros tirados por caballos y reciclando residuos de las volquetas.
Una realidad que golpea los ojos pero que, sin embargo, como sociedad hemos
aprendido a invisibilizar. Esos no son niños y niñas, son menores. Nuevamente
la hipocresía instalada en la sociedad y la indiferencia en las iglesias.
Como Herodes, nuestra
sociedad obliga a esos niños y niñas a exiliarse en las calles, en el
analfabetismo, en el ausentismo y la deserción escolar, en la marginalidad y la
indigencia. La sociedad está “perdiendo” a estos niños y estas niñas. Está
“matando” su infancia, su inocencia, su ingenuidad, su capacidad de crecimiento
y desarrollo digno. Las Iglesias que no levantamos nuestra voz, denunciando
esta injusticia somos cómplices de esas “muertes en vida”, de esas “perdidas”
muchas veces irreparables.
Entonces ¿qué hacer? Muchas
cristianas y muchos cristianos podrán decir ¿yo que puedo hacer? Es responsabilidad
de sus familias o en todo caso de la sociedad. Están las organizaciones del
Estado y de la Sociedad Civil. Yo pago mis impuestos para que se vuelquen en
políticas sociales. Estas cristianas y estos cristianos son esclavos de su
mediocridad. No entendieron o no quieren entender el contenido revolucionario y
escandaloso del Evangelio de Jesucristo.
Como José, que no engendró a
Jesús, según nos relata el Evangelio de Mateo, que renunció a su comodidad, a
su vida tranquila, a su prestigio y se puso en camino al exilio para proteger
al niño, las comunidades cristianas estamos llamadas a desinstalarnos y
ponernos en camino para proteger a las personas vulneradas por el sistema
social, cultural, religioso, económico, político.
3. Conclusión:
Las cristianas y los
cristianos hemos transformado la Navidad en la fiesta de la idolatría:
pesebres, papá Noel, cena familiar, consumismo, misa de gallo … abandonando
aquello que le da sentido y que fue su origen: Dios asumió la naturaleza
humana, se encarnó (Juan 1,14), se hizo uno de tantos (Filipenses 2,7), un
semejante (Mateo 8,20; 9,6; 12,8; 13,41; 16,13; 20,18; 26,64) que bien puede
ser un “menor” (llámese adolescente infractor, niño o niña en situación de
trabajo).
Les invito a ir en busca de
ese menor, llamado Emanuel (Isaías 7,14): “Dios
con nosotros y nosotras y entre nosotros y nosotras”, y una vez que le
encontremos en la esquina, en el semáforo, en el pisadero del horno de
ladrillo, en la cantera reciclando, en el contenedor de residuos, en el ómnibus
vendiendo o cantando le sirvamos como a Jesús (Mateo 25,34-40).
Buena semana para todos y
todas.
+Julio, obispo de la Iglesia
Antigua del Uruguay – Diversidad Cristiana
Domingo 29 de diciembre de 2013.
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