Lecturas Espirituales en Tiempo de Adviento - Lunes 2
Lunes, II semana de
Adviento
Dios nos ha hablado
en Cristo
Juan de la Cruz [1]
2 Subida al monte
Carmelo 22,
3-4
La principal causa
por la cual en la ley antigua eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios,
y convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen visiones y revelaciones de
Dios, era porque entonces no estaba aún fundada la fe ni establecida la ley
evangélica; y así, era menester que preguntasen a Dios y que él hablase, ahora
por palabras, ahora por visiones y revelaciones, ahora en figuras y semejanzas,
ahora en otras muchas maneras de significaciones. Porque todo lo que respondía y
hablaba y obraba y revelaba eran misterios de nuestra fe y cosas tocantes a
ella o enderezadas a ella. Pero ya que está fundada la fe en Cristo y
manifiesta la ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué preguntarle
de aquella manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces. Porque en
darnos, como nos dio, a su Hijo –que es una Palabra suya, que no tiene otra–,
todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que
hablar.
Y éste es el sentido
de aquella autoridad, con que san Pablo quiere inducir a los hebreos a que se
aparten de aquellos modos primeros y tratos con Dios de la ley de Moisés, y
pongan los ojos en Cristo solamente, diciendo: Lo que antiguamente habló
Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y maneras, ahora a la
postre, en estos días, nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez. En lo
cual da a entender el Apóstol, que Dios ha quedado ya como mudo, y no tiene más
que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha
hablado en él todo, dándonos el todo, que es su Hijo.
Por lo cual, el que
ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo
haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente
en Cristo, sin querer otra cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de
esta manera: «Si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi
Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que
eso, pon los ojos sólo en él; porque en él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado,
y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas.
Porque desde el día
que bajé con mi espíritu sobre él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi
amado Hijo en que me he complacido; a él oíd, ya alcé yo la mano de todas
esas maneras de enseñanzas y respuestas, y se la di a el; oídle a él, porque yo
no tengo más fe que revelar, más cosas que manifestar. Que si antes hablaba,
era prometiéndoos a Cristo; y si me
preguntaban, eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de
Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la
doctrina de los evangelistas y apóstoles».
[1] San Juan de la Cruz, cuyo nombre de nacimiento era Juan
de Yepes Álvarez y su primera identificación como fraile Juan
de San Matías (Fontiveros, Ávila, España, 24 de junio de 1542 – Úbeda, Jaén, 14 de diciembre de 1591), fue un religioso
y poetamístico del renacimiento español. Fue reformador de
la Orden de los Carmelitas y cofundador de la Orden de Carmelitas Descalzos con Santa
Teresa de Jesús. Desde1952 es el patrono de los poetas en lengua española.
Nació
en 1542 en la localidad abulense de Fontiveros, sita
en la amplia paramera delimitada por Madrigal de las Altas Torres, Arévalo y Ávila.
Fue hijo de un tejedor toledano de buratos llamado Gonzalo de Yepes y de
Catalina Álvarez. Tenía
dos hermanos mayores llamados Francisco y Luis. El padre de Juan murió cuando
tenía cuatro años lo que dejó a la familia en una difícil situación. Su
hermano Luis murió cuando él tenía seis años, quizá por mala alimentación. La
madre y los dos hijos restantes, Francisco y el propio Juan, sufren una
acuciante pobreza por lo que se ven obligados a trasladarse primero a Arévalo, donde viven durante cuatro años, y en 1551 aMedina del Campo. La tradición achacaba a estas penalidades
pasadas que Juan fuera un hombre de escasa corpulencia, bastante bajo de
estatura, tanto que Santa Teresa de Jesús lo llamara «mi medio fraile». Sin
embargo, en la exhumación, estudio y restauración que en 1992 hicieron de sus
restos, se confirmó que su estatura estaba entre 1,60 y 1,65 m., normal para su
época. El incremento de fortuna, que les reportó el matrimonio del hermano
mayor con Ana Izquierdo, consiguió que se establecieran allí definitivamente.
Juan, gracias a su condición de pobre de solemnidad, pudo asistir al Colegio de
los Niños de la Doctrina, privilegio
que le obliga a realizar ciertas contraprestaciones, como asistir en el
convento, la ayuda a Misa y a los Oficios, el acompañamiento de entierros y la
práctica de pedir limosna. La mínima formación recibida en el colegio le
capacitó para continuar su formación en el recién creado (1551) Colegio de los jesuitas,
que le dio una sólida base en Humanidades. Como alumno externo y a tiempo
parcial, debía compaginar sus estudios con un trabajo de asistencia en el Hospital de Nuestra Señora de la Concepción de Medina
del Campo, especializado en la curación de enfermedades venéreas.
Así,
pues, entre 1559 y 1563, estudia con los jesuitas; durante los primeros tres
años, recibe la formación según la novedosa Ratio Studiorum, en la que el latín era la base de todo el currículo; en el cuarto año, aparte de
recibir instrucción retórica, aprende a escribir en latín, a construir versos
en este idioma y a traducir a Cicerón, Julio César, Virgilio, Ovidio, Marcial y Horacio.
Simultáneamente, vive las nuevas corrientes del humanismo cristiano, con estilo y
comportamientos renovados en la pedagogía.
A los
veintiún años, en 1563, ingresa en el Convento de los Padres Carmelitas de
Medina del Campo, de la Orden de los Carmelitas, y
adopta el nombre de Fray Juan de san Matías. Tras realizar el noviciado entre
1563 y 1564 en el Convento de Santa Ana, se
traslada aSalamanca donde estudiará en el Colegio de
San Andrés de los Cármenes entre
1564 y 1567 los tres cursos preceptivos para bachillerarse en artes. Durante el
tercer curso, fue nombrado, por sus destrezas dialécticas, prefecto de
estudiantes en el colegio de San Andrés.
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