Lecturas Espirituales de la Iglesia para el Tiempo de Adviento - Miércoles 1
Vendrá a nosotros la Palabra de Dios
Bernardo de Claraval
([1])
Sermón en el Adviento del Señor 5,1-3
Sabemos de una triple
venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida
intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se
manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él
mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, todos verán la salvación de
Dios y mirarán al que traspasaron.
La intermedia, en
cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de
sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida, el
Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y, en la
última, en gloria y majestad. Esta venida intermedia es como una senda por la
que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención;
en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y
nuestro consuelo.
Y para que nadie
piense que es pura invención lo que estamos diciendo de esta venida intermedia,
oídle a él mismo: El que me ama – nos dice– guardará mi palabra, y mi
Padre lo amará, y vendremos a él. He leído en otra parte: El que teme a
Dios obrará el bien; pero pienso que se dice algo más del que ama, porque
éste guardará su palabra. ¿Y dónde va a guardarla? En el corazón sin duda
alguna, como dice el profeta: En mi corazón escondo tus consignas, así no
pecaré contra ti
.
Así es cómo has de
cumplir la palabra de Dios, porque son dichosos los que la cumplen. Es
como si la palabra de Dios tuviera que pasar a las entrañas de tu alma, a tus
afectos y a tu conducta. Haz del bien tu comida, y tu alma disfrutará con este
alimento sustancioso. Y no te olvides de comer tu pan, no sea que tu corazón se
vuelva árido: por el contrario, que tu alma rebose completamente satisfecha.
Si es así cómo
guardas la palabra de Dios, no cabe duda que ella te guardará a ti. El Hijo
vendrá a ti en compañía del Padre, vendrá el gran Profeta, que renovará
Jerusalén, el que lo hace todo nuevo. Tal será la eficacia de esta venida, que nosotros,
que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre
celestial. Y así como el
viejo Adán se
difundió por toda la humanidad y ocupó al hombre entero, así es ahora preciso
que Cristo lo posea todo, porque él lo creó todo, lo redimió todo, y lo
glorificará todo.
[1] Bernard de Fontaine, conocido como Bernardo de Claraval (en francés: Bernard de
Clairvaux) (castillo de Fontaine-lès-Dijon, (Borgoña), 1090 — Abadía de Claraval, Ville-sous-la-Ferté, Champaña-Ardenas, Francia, 20 de agosto de 1153) fue un monje cisterciense francés y abad de la abadía de
Claraval.
Con él, la orden del Císter se expandió por toda
Europa y ocupó el primer plano de la influencia religiosa. Participó en los
principales conflictos doctrinales de su época y se implicó en los asuntos
importantes de la Iglesia. En el cisma de Anacleto II se movilizó para
defender al que fue declarado verdadero papa, se opuso al racionalista Abelardo y fue el apasionado
predicador de la segunda Cruzada.
Es una personalidad
esencial en la historia de la Iglesia católica y la más notable de
su siglo. Ejerció una gran influencia en la vida política y religiosa de Europa.
Sus contribuciones
han perfilado la religiosidad cristiana, el canto gregoriano, la vida monástica y
la expansión de la arquitectura gótica.
La Iglesia católica
lo canonizó en 1174 como san Bernardo de Claraval, y lo declaró Doctor de la Iglesia en 1830.
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