Lecturas Espirituales de la Iglesia en Tiempos de Adviento - 21 de diciembre
21 de diciembre
La visitación de
santa María Virgen
Ambrosio de Milan
Exposición sobre
evangelio de San Lucas 2,19.22-23.26-27
El ángel que
anunciaba los misterios, para llevar a la fe mediante algún ejemplo, anunció a
la Virgen María la maternidad de una mujer estéril y ya entrada en años,
manifestando así que Dios puede hacer todo cuanto le place.
Desde que lo supo,
María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre respecto al
anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el
regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el
gozo, se dirigió a las montañas.
Llena de Dios de
ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse apresuradamente hacia las alturas?
La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu. Bien pronto se
manifiestan los beneficios de la llegada de María y de la presencia del Señor;
pues en el momento mismo en que Isabel oyó el saludo de María, saltó la
criatura en su vientre, y ella se llenó del Espíritu Santo.
Considera la
precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír
la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel
escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró
a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor;
la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo;
ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus
madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro,
ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos.
El niño saltó de gozo
y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero no fue enriquecida la madre antes
que el hijo, sino que, después que fue repleto el hijo, quedó también colmada
la madre. Juan salta de gozo y María se alegra en su espíritu. En el momento
que Juan salta de gozo, Isabel se llena del Espíritu, pero, si observas bien,
de María no se dice que fuera llena del Espíritu, sino que se afirma únicamente
que se alegró en su espíritu (pues en ella actuaba ya el Espíritu de una manera
incomprensible); en efecto: Isabel fue llena del Espíritu después de concebir;
María, en cambio, lo fue ya antes de concebir porque de ella se dice: ¡Dichosa
tú que has creído! Pero dichosos también vosotros, porque habéis oído
creído; pues toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de Dios y
reconoce sus obras.
Que en todos resida
el alma de María para glorificar al Señor; que en todos esté el espíritu de
María para alegrarse en Dios. Porque si corporalmente no hay más que una madre
de Cristo, en cambio, por la fe, Cristo es el fruto de todos; pues toda alma
recibe la Palabra de Dios, a condición de que, sin mancha y preservada de los
vicios, guarde la castidad con una pureza intachable.
Toda alma, pues, que
llega a tal estado proclama la grandeza del Señor, igual que el alma de María
la ha proclamado, y su espíritu se ha alegrado en Dios Salvador. El Señor, en
efecto, es engrandecido, según puede leerse en otro lugar: Proclamad conmigo
la grandeza del Señor. No porque con la palabra humana pueda añadirse algo
a Dios, sino porque él queda engrandecido en nosotros. Pues Cristo es la imagen
de Dios y, por esto, el alma que obra justa y religiosamente engrandece esa
imagen de Dios, a cuya semejanza ha sido creada, y, al engrandecerla, también
la misma alma queda engrandecida por una mayor participación de la grandeza
divina.
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