Lecturas Espirituales de la Iglesia en Tiempos de Adviento - 22 de diciembre
22 de diciembre
Magnificat
Beda el Venerable
Sobre el evangelio de
san Lucas 1,46-55
María dijo: Proclama
mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi Espíritu en Dios, mi salvador. «El
Señor, dice, me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no
hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo
del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las fuerzas del
alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi
inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene
fin, ya que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi
salvador, con cuya temporal concepción ha quedado fecundada mi carne».
Porque el Poderoso ha
hecho obras grandes por mí: su nombre es santo. Se refiere al
comienzo del himno, donde había dicho: Proclama mi alma la grandeza del
Señor. Porque sólo aquella alma a la que el Señor se digna hacer grandes
favores puede proclamar la grandeza del Señor con dignas alabanzas y dirigir a
quienes comparten los mismos votos y propósitos una exhortación como ésta: Proclamad
conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Pues quien, una
vez que haya conocido al Señor, tenga en menos el proclamar su grandeza
y santificar su nombre en la medida de sus fuerzas será el menos importante
en el reino de los cielos. Ya que el nombre del Señor se llama santo,
porque con su singular poder trasciende a toda creatura y dista ampliamente de
todas las cosas que ha hecho.
Auxilia a Israel, su
siervo, acordándose de la misericordia. Bellamente llama a Israel siervo del Señor,
ya que efectivamente el Señor lo ha acogido para salvarlo por ser obediente y
humilde, de acuerdo con lo que dice Oseas: Israel es mi siervo, y yo lo amo.
Porque quien rechaza la humillación tampoco puede acoger la salvación, ni
exclamar con el profeta: Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida, y el
que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los
cielos.
Como lo había
prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
No
se refiere a la descendencia carnal de Abrahán, sino a la espiritual, o sea, no
habla de los nacidos solamente de su carne, sino de los que siguieron las
huellas de su fe, lo mismo dentro que fuera de Israel. Pues Abrahán había
creído antes de la circuncisión, y su fe le fue tenida en cuenta para la
justificación. De modo que el advenimiento del Salvador se le prometió a
Abrahán y a su descendencia por siempre, o sea, a los hijos de la promesa, de los que se dice: Si
sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.
Con razón, pues,
fueron ambas madres quienes anunciaron con sus profecías los nacimientos del
Señor y de Juan, para que, así como el pecado empezó por medio de las mujeres,
también los bienes comiencen por ellas, y la vida que pereció por el engaño de
una sola mujer sea devuelta al mundo por la proclamación de dos mujeres que
compiten por anunciar la salvación.
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