Lecturas Espirituales de la Iglesia en Tiempo de Adviento - Jueves 1
Vigilad, pues vendrá
de nuevo
San Efrén ([1])
Diatéseron 18,15-17
Para atajar toda
pregunta de sus discípulos sobre el momento de su venida, Cristo dijo: Esa
hora nadie la sabe, ni los ángeles ni el Hijo. No os toca a vosotros conocer
los tiempos y las fechas. Quiso ocultarnos esto para que permanezcamos en
vela y para que cada uno de nosotros pueda pensar que ese acontecimiento se
producirá durante su vida. Si el tiempo de su venida hubiera sido revelado, vano
sería su advenimiento, y las naciones y siglos en que se producirá ya no lo desearían.
Ha dicho muy claramente que vendrá, pero sin precisar en qué momento. Así todas
las generaciones y todas las épocas lo esperan ardientemente.
Aunque el Señor haya
dado a conocer las señales de su venida, no se advierte con claridad el término
de las mismas, pues, sometidas a un cambio constante, estas señales han
aparecido y han pasado ya; más aún, continúan todavía. La última venida del
Señor, en efecto, será semejante a la primera. Pues, del mismo modo que los
justos y los profetas lo deseaban, porque creían que aparecería en su tiempo,
así también cada uno de los fieles de hoy desea recibirlo en su propio tiempo,
por cuanto que Cristo no ha revelado el día de su aparición. Y no lo ha
revelado para que nadie piense que él, dominador de la duración y del tiempo,
está sometido a alguna necesidad o a alguna hora. Lo que el mismo Señor ha
establecido, ¿cómo podría ocultársele, siendo así que él mismo ha detallado las
señales de su venida? Ha puesto de relieve esas señales para que, desde
entonces, todos los pueblos y todas las épocas pensaran que el advenimiento de
Cristo se realizaría en su propio tiempo.
Velad, pues cuando el
cuerpo duerme, es la naturaleza quien nos domina; y nuestra actividad entonces
no está dirigida por la voluntad, sino por los impulsos de la naturaleza. Y
cuando reina sobre el alma un pesado sopor –por ejemplo, la pusilanimidad o la
melancolía–, es el enemigo quien domina al alma y la conduce contra su propio
gusto. Seadueña del cuerpo la fuerza de la naturaleza, y del alma el enemigo.
Por eso ha hablado
nuestro Señor de la vigilancia del alma y del cuerpo, para que el cuerpo no
caiga en un pesado sopor ni el alma en el entorpecimiento y el temor, como dice
la Escritura: Sacudíos la modorra, como es razón; y también: Me he
levantado y estoy contigo; y todavía: No os acobardéis. Por todo
ello, nosotros, encargados de este ministerio, no nos acobardamos.
[1] Efrén
(o Efraín) de Siria, también conocido como Efraín
de Nísibe o Nisibi, fue undiácono y escritor, santo, Padre de la Iglesia y Doctor de la Iglesia sirio nacido enNusaybin (Turquía)
—entonces en la provincia
romana de Mesopotamia—
en 306 ca.1 y
muerto en Edesa en 373. Ya en su tiempo fue
conocido como «el Místico», con el apelativo de «El arpa del Espíritu».
Desde
joven quedó marcado por la vida intolerante de su padre, que era un tenaz
pagano. Efrén, hostigado por su padre porque había abrazado el cristianismo,
huyó de casa para evitar malos tratos y acudió a su obispo, quien lo acogió. El
obispo Jacobo de Nisibe logró su plena formación y conversión (324). Más tarde, le ordenó
diácono y, a pesar de la insistencia del obispo para que se ordenara como presbítero,
él siempre renunció porque no se veía digno.
Fundó
una escuela de teología en Nesaybin que se distinguió por su alto grado de
preparación y por el esplendor de sus alumnos. Cuando la escuela estaba en su
apogeo, llegó una invasión persa y los sasánidas se apoderaron de su región natal.
Efrén cruzó la frontera y fundó la escuela en Edesa dentro del Imperio
romano. Aquí se convirtió en el gran defensor de la doctrina cristológica y trinitaria en la Iglesia siria deAntioquía.
Escribió mucho: hizo el comentario de toda la Biblia, compuso poemas que
sustituyeron a los cantos empleados en las fiestas populares de los paganos. La
Iglesia antioquena se unió a él y sus himnos fueron el inicio de la práctica del
canto en la liturgia cristiana.
Es uno de los poetas más grandes en lengua siria. Vivía con absoluta austeridad.
Fue proclamado Doctor de la Iglesia por Benedicto XV en 1920.
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