Lecturas Espirituales de la Iglesia en Tiempos de Adviento - 24 de diciembre
24 de diciembre
La fidelidad brota de
la tierra y la justicia mira desde el cielo
Agustín de Hipona
Sermón 185
Despiértate: Dios se
ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los
muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho
hombre.
Hubieses muerto para
siempre, si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de
la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la semejanza de la carne del
pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado ti, si no se hubiera
llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no
hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si no te
hubiera ayudado. Hubieras perecido, si él no hubiera venido.
Celebremos con
alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos el día
afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del
inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve v temporal.
Este se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención: y
así –como dice la Escritura– : El que se gloríe, que se gloríe en el Señor. Pues
la verdad brota de la tierra: Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació
de una virgen. Y la justicia mira desde el cielo: puesto que, al creer en
el que ha nacido, el hombre no se ha encontrado justificado por sí mismo, sino
por Dios.
La verdad brota de la
tierra: porque
la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el cielo: porque todo
beneficio y todo don perfecto viene de arriba. La verdad brota de la tierra: la
carne, de María. Y la justicia mira desde el cielo: porque el hombre no
puede recibir nada, si no se lo dan desde el cielo.
Ya que hemos recibido
la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la justicia
y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la
verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta
gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de alcanzar la
gloria de Dios. No dice: «Nuestra gloria», sino: La gloria de Dios; porque
la justicia no procede de nosotros, sino que mira desde el cielo. Por
tanto, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, y no en sí mismo.
Por eso, después que
la Virgen dio a luz al Señor, el pregón de las voces angélicas fue así: Gloria
a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. ¿Por
qué la paz en la tierra, sino porque la verdad brota de la tierra, o
sea, Cristo ha nacido de la carne? Y él es nuestra paz; él ha hecho de los
dos pueblos una sola cosa: para que fuésemos hombres que ama el Señor,
unidos suavemente con vínculos de unidad.
Alegrémonos, por
tanto, con esta gracia, para que el testimonio de nuestra conciencia constituya
nuestra gloria: y no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en Dios. Por eso se
ha dicho: Tú eres mi gloria, tú mantienes alto mi cabeza. ¿Pues qué
gracia de Dios pudo brillar más intensamente para nosotros que ésta: teniendo
un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del
hombre hijo de Dios? Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si
encuentras algo que no sea gracia.
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