Lecturas Espirituales de la Iglesia para el Tiempo de Adviento - Lunes 1.
Lunes, I semana de
Adviento
Sobre el tiempo de Adviento
San Carlos Borromeo ([1])
Cartas pastorales
Ha llegado,
amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el
Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la
reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y
profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón
vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también
nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al
Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre,
por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para
librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e
introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la
verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las
virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos
adoptivos y herederos de la vida eterna.
La Iglesia celebra
cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a
tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo
aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia
continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los
sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta
conforme a sus mandamientos.
La Iglesia desea
vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la
carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para
habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si
nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.
Por eso, durante este
tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación,
nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y
de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este
beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma
para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como Si hubiera
él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras
y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.
[1] Carlos Borromeo (Arona, Ducado
de Milán, 2
de octubre de 1538 - Milán, 3
de noviembre de 1584). Cardenal sobrino de Pío
IV, arzobispo de Milán y el típico representante del prelado santo y reformador de
la época postridentina.
Segundogénito
del conde Gilberto Borromeo y de Margarita de Médicis, hermana de Pío
IV. A los ocho años de edad (15 de octubre de 1545), recibió la tonsura clerical y poco más tarde fue enviado a Milán para cursar los estudios
humanísticos con el preceptor Bonaventura Castiglioni. En el otoño de 1552 se
matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Pavía, donde el 6 de diciembre de 1559 obtuvo el doctorado in utroque jure. El 25 del mismo
mes fue elegido Papa su tío, el cardenal Juan Ángel de Médicis, que tomó el
nombre de Pío IV. Este hecho fue decisivo en la vida del joven Carlos. El nuevo
Papa, al día siguiente de su exaltación, lo mandó venir a Roma y lo colmó de honores y dignidades: protonotario apostólico y
referendario de la Signatura (13 de enero de 1560); Cardenal diácono con el
título de los santos Vito y Modesto (31 de enero de 1560), que más tarde cambió
por el de Sta. Práxedes (17 de noviembre de 1564); administrador de la diócesis de
Milán (7 de febrero de 1560); administrador de las legaciones de Bolonia y de Romaña (26 de abril de 1560), etc. Pero el cargo más importante que
le dio fue el de la administración de los Estados de la Iglesia y el de la
Secretaría de Estado. Contaba entonces Carlos Borromeo 21 años. Por primera vez
el nepotismo pontificio del Renacimiento daba a la Iglesia un Cardenal santo.
En él halló Pío IV el más fiel y abnegado colaborador de su pontificado.
Era de estatura algo más que
mediana, grandes ojos azules, cabello negro, nariz larga y tez pálida. Llevó
barba corta y desaliñada hasta que en 1574 mandó al clero que se la cortase
precediendo él con el ejemplo. La impresión que producía en los embajadores era
de timidez y modestia, hasta el punto de tenerle algunos por poco apto para los
cargos. Un defecto de la lengua que lo hacía precipitarse al hablar, reforzaba
todavía la impresión desfavorable. Pero la práctica en el oficio, la energía de
su carácter y su espíritu sobrenatural le fueron dando mayor destreza en el
desempeño de sus funciones, hasta quedar patente su extraordinario talento de
gobierno. «Es hombre de frutos, no de flores; de hechos y no de palabras», dirá
de él algo más tarde desde Trento el cardenal Seripando.
El trabajo de la correspondencia diplomática era imponente, pero le secundaba
eficacísimamente Tolomeo Gallio, antiguo secretario del cardenal de Médicis y
luego Cardenal. Con él acudía todas las mañanas a su tío para presentarle los
resúmenes de la correspondencia recibida y tomar nota de las respuestas que
había que dar. ¿Fue Carlos Borromeo el principal responsable de los actos de su
tío? Se ha exagerado en ambos sentidos. Al adquirir con la experiencia un
sentido más expeditivo en el despacho de los negocios, fue teniendo también más
libertad de movimientos. Pero siempre se mostró fiel intérprete del pensamiento
y del gusto del Pontífice, aun en cosas contrarias a su propia opinión. Al
mismo tiempo, el Papa acogía gustoso las sugerencias del sobrino que poco a
poco tuvieron un mayor influjo sobre él. El Cardenal nepote respondió
plenamente a las esperanzas de Pío IV.
Una fecha divisoria en la
vida interior de Carlos Borromeo fue la de su ordenación sacerdotal (17 de
julio de 1563). Su anterior vida como Cardenal no era licenciosa, pero tampoco
era la del asceta de los años posteriores. Amaba extraordinariamente la caza y
a ella se dedicaba, según algunos, con mayor entusiasmo del que convenía a su
dignidad. Jugaba al ajedrez y se divertía con la música. Él mismo tocaba el
laúd y el violoncelo. Le gustaba la pompa y la fastuosidad. Le atraían
grandemente las veladas literarias y para ello fundó una academia con el nombre
de Noches Vaticanas.
Pero he aquí que su hermano
Federico, a quien el Papa acababa de nombrar capitán general de la Iglesia,
murió inesperadamente por un acceso de fiebre (19 de noviembre de 1562). La
muerte del mayorazgo causó hondo dolor al Pontífice y al nepote. Incluso corrió
el rumor de que Carlos Borromeo, ya subdiácono, sería dispensado del celibato,
para continuar el nombre familiar. Pero Pío IV lo desmintió categóricamente en
el consistorio de 3 de junio, en el que lo elevó al orden de Cardenal
presbítero. El 17 de julio de 1563 fue ordenado sacerdote y el 7 de diciembre
del mismo año recibió la consagración episcopal.
Los Ejercicios Espirituales
de San Ignacio jugaron también un papel muy importante en aquel viraje. Antes
de su ordenación sacerdotal se retiró a la casa profesa de los jesuitas para
hacer los Ejercicios bajo la dirección del P. Juan Bautista Ribera, con quien
por razón de su cargo de procurador general de la Orden había tenido que tratar
muchos asuntos de la Compañía. En adelante fue el P. Ribera su director
espiritual. El cambio obrado en su espíritu comenzó pronto a manifestarse al
exterior. Renunció a sus diversiones preferidas y fue tal la austeridad de su
comportamiento personal que disgustaba a su mismo tío, que llegó a prohibir a
los PP. Ribera y Laínez pisar en adelante el palacio del Cardenal. Pero Carlos
no mitigó sus rigores. Su ejemplo, por el contrario, fue arrastrando a otros, e
incluso a su mismo tío. El embajador veneciano P. Soranzo decía de él que hacía
más bien en la corte de Roma que todos los decretos tridentinos juntos.
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