Lecturas Espirituales de la Iglesia en Tiempo de la Iglesia
Miércoles III.
Cuando venga Cristo, Dios
será visto por todos los hombres
Ireneo
Contra los herejes 4,20,4-5
Hay un solo Dios,
quien por su palabra y su sabiduría ha hecho y puesto en orden todas las cosas.
Su Palabra, nuestro Señor Jesucristo, en los últimos tiempos se hizo hombre
entre los hombres para enlazar el fin con el principio, es decir, el hombre con
Dios.
Por eso, los
profetas, después de haber recibido de esa misma Palabra el carisma profético,
han anunciado de antemano su venida según la carne, mediante la cual se han
realizado, como quería el beneplácito del Padre, la unión y comunión de Dios y
del hombre. Desde el comienzo, la Palabra había anunciado que Dios sería
contemplado por los hombres, que viviría y conversaría con ellos en la tierra,
que se haría presente a la criatura por él modelada para salvarla y ser
conocido por ella, y, librándonos de la mano de todos los que nos odian, a
saber, de todo espíritu de desobediencia, hacer que le sirvamos con santidad
y justicia todos nuestros días, a fin de que, unido al Espíritu de Dios, el
hombre viva para gloria del Padre.
Los profetas, pues,
anunciaban por anticipado que Dios sería visto por los hombres, conforme a lo
que dice también el Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios.
Ciertamente, según su
grandeza y gloria inenarrable, nadie puede ver a Dios y quedar con vida, pues
el Padre es incomprensible. Sin embargo, según su amor, su bondad hacia los
hombres y su omnipotencia, el Padre llega hasta a conceder a quienes le aman el
privilegio de ver a Dios, como profetizaban los profetas, pues lo que el
hombre no puede, lo puede Dios.
El hombre por sí
mismo no puede ver a Dios; pero Dios, si quiere, puede manifestarse a los
hombres: a quien quiera, cuando quiera y como quiera. Dios, que todo lo puede,
fue visto en otro tiempo por los profetas en el Espíritu, ahora es visto en el
Hijo gracias a la adopción filial y será visto en el reino de los cielos como
Padre. En efecto, el Espíritu prepara al hombre para recibir al Hijo de Dios, el
Hijo lo conduce al Padre, y el Padre en la vida eterna le da la inmortalidad,
que es la consecuencia de ver a Dios.
Pues, del mismo modo
que quienes ven la luz están en la luz y perciben su esplendor, así también los
que ven a Dios están en Dios y perciben su esplendor. Ahora bien, la claridad
divina es vivificante. Por tanto, los que contemplan a Dios tienen parte en la
vida divina.
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