Lecturas Espirituales en Tiempo de Adviento - Sábado 1



Sábado, I semana de Adviento

La esperanza nos sostiene
San Cipriano ([1])
Sobre los bienes de la paciencia 13 y 15

Es saludable aviso del Señor, nuestro maestro, que el que persevere hasta el final se salvará. Y también este otro: Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

Hemos de tener paciencia, y perseverar, hermanos queridos, para que, después de haber sido admitidos a la esperanza de la verdad y de la libertad, podamos alcanzar la verdad y la libertad mismas. Porque el que seamos cristianos es por la fe y la esperanza; pero es necesaria la paciencia, para que esta fe y esta esperanza lleguen a dar su fruto.

Pues no vamos en pos de una gloria presente; buscamos la futura, conforme a la advertencia del apóstol Pablo cuando dice: En esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que se ve? Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. Así pues, la esperanza y la paciencia nos son necesarias para completar en nosotros lo que hemos empezado a ser, y para conseguir, por concesión de Dios, lo que creemos y esperamos.

En otra ocasión, el mismo Apóstol recomienda a los justos que obran el bien y guardan sus tesoros en c! cielo, para obtener el ciento por uno, que tengan paciencia, diciendo: Mientras tenemos ocasión, trabajemos por el bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe. No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos.

Estas palabras exhortan a que nadie, por impaciencia, decaiga en el bien obrar o, solicitado y vencido por la tentación, renuncie en medio de su brillante carrera, echando así a perder el fruto de lo ganado, por dejar sin terminar lo que empezó.

En fin, cuando el Apóstol habla de la caridad, une inseparablemente con ella la constancia y la paciencia: La caridad es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educada ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; disculpa sin limites cree sin limites, espera sin limites, aguanta sin limites. Indica pues, que la caridad puede permanecer, porque es capaz de sufrirlo todo.

Y en otro pasaje escribe: Sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vinculo de la paz.

Con esto enseña que no puede conservarse ni la unidad ni la paz si no se ayudan mutuamente los hermanos y no mantienen el vínculo de la unidad, con auxilio de la paciencia.






[1] Tascio Cecilio Cipriano (Latín: Thascius Cæcilius Cyprianus) ( 14 de septiembre de258) fue clérigo y escritor romano, Obispo de Cartago (249-58) y santo mártir de laIglesia.
Autor importante del comienzo del cristianismo, nació probablemente a principios delsiglo III en el norte de África, quizá en Cartago, donde recibió una educación clásica (pagana). Tras convertirse al Cristianismo fue obispo (249) y murió martirizado en Cartago.
Cipriano tenía un origen rico y distinguido. De hecho, su martirio se produjo en su propia villa. La fecha de su conversión al cristianismo es desconocida, pero tras su bautismo en c. 245-248 donó una porción de su riqueza a los pobres de Cartago.
Su nombre original era Thascios; tomó el nombre adicional de Caecilius en memoria de lpresbítero al que debía su conversión. Antes de esto fue profesor de retórica. En los primeros años de su conversión escribió una Epistola ad Donatum de gratia Dei («Carta a Donato sobre la gracia de Dios») y los tres libros de Testimoniorum Libri Tres o Testimoniorum ad Quirinus que seguían los modelos de Tertuliano, que influyó sobre su estilo y pensamiento, y detallando cómo las antiguas profecías no fueron reconocidas por los judíos en cuanto éstos no aceptaron a Cristo, perdiendo así sus privilegios y siendo sustituidos por los cristianos.
Poco después de su bautismo fue ordenado diácono, y más tarde presbítero. En algún momento entre julio de 248 y abril de 249 fue elegido obispo de Cartago, una elección popular entre los pobres, que recordaban su caridad, aunque una parte de los presbíteros se opuso a causa de la riqueza de Cipriano, su diplomacia y su talento literario. Además, la oposición en la comunidad de Cartago no se disolvió tras su elección.
Los cristianos del norte de África no habían sufrido la persecución durante muchos años. En 250 el emperador Decio decretó la supresión de la cristiandad, con lo que dio comienzo la persecución deciana. Un procónsul enviado por el emperador y cinco comisionados de cada ciudad administraban el edicto, pero cuando el procónsul llegó a Cartago Cipriano había huido.
En los documentos que se conservan de los Padres de la Iglesia de varias diócesis, se pone de manifiesto que la comunidad cristiana se dividió en esta ocasión entre los que practicaron la desobediencia civil a cualquier precio y los se sometieron de palabra o acto al edicto. La huida de Cipriano de Cartago fue interpretada por sus enemigos como cobardía e infidelidad, y le acusaron ante Roma. Roma escribió a Cipriano en términos de desaprobación. Cipriano contestó que había huido de acuerdo al mandato divino. Desde su refugio dirigió a sus fieles con seriedad y entusiasmo, empleando a un diácono de confianza como intermediario.

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