Domingo de la 3ª semana del tiempo de la Renovación
¿Cuántos de nosotros seríamos expulsados de la Iglesia por Jesús?
Domingo de la 3ª semana del Tiempo de la Renovación
Jn 2,13-25
1. El texto en su contexto:
El evangelio nos sitúa
en un escenario próximo a la pascual (Ex 12,1-27; Dt 16,1-8). Nótese que dice
“la Pascua de los judíos” (versículo 13). Esto nos sitúa en un contexto
histórico bien definido, después de la caída de Jerusalén y la destrucción del
templo por parte del ejército romano. Establece la diferencia: “la Pascua de
los judíos”. Juan era judío por lo tanto no se justifica esa aclaración. Solo
tiene sentido en la medida que nos ubiquemos en el tiempo, en que “la secta de
los nazarenos” (Hch 24,5), conocidos también como (Hch 11,26), fueron
expulsados de la sinagoga perdiendo la protección imperial y por lo tanto,
expuestos a la persecución y el exterminio.
Otro detalle que
debemos tener muy presente en este primer versículo es que la Pascua no era una
simple fiesta ritual. En un contexto de opresión, Israel sometido al imperio
romano que había invadido, décadas atrás la tierra de la promesa, celebraba la
liberación de otro imperio, el egipcio, varios siglos atrás, donde el mismo
Dios protagoniza la gesta liberadora, la Pascua se transformaba en la
posibilidad de experimentar una nueva liberación de los imperios opresores.
Esta idea estaba latente en la esperanza mesiánica de muchos israelitas. De
hecho, la secta de los zelotes trabaja intensamente para que esto sucediera.
En ese escenario Jesús
se dirige a Jerusalén y va al templo, como todos los judíos piadosos (versículo
14). Un dato que no nos proporciona el evangelista, pero sí Flabio Josefo, es
que el templo era custodiado por un destacamento romano, apostado en la
fortaleza Antonia, metros más arriba. El episodio que se narra entre los
versículos 14-22 se produce en el atrio de los gentiles, el lugar hasta el que
podían acceder los no judíos cuando concurrían al templo, pero sobre todo, el
lugar reservado para los pueblos cuando se estableciera el Reinado de Dios (Is
2,2-5). El lugar destinado a los pueblos que llegan a adorar a Dios, el pueblo elegido
lo había corrompido, había hecho un lugar de negocio. Es en este contexto que
se entiende la reacción violenta de Jesús contra los comerciantes. Estaban
usurpando el lugar reservado para los peregrinos, aquellos que “ministrados”
por el pueblo elegido, llegaran a sumarse a los integrantes del Reinado de
Dios. Observado por la guardia romana desde la fortaleza Antonio y cuestionado
por las autoridades religiosas judías, Jesús queda muy mal posesionado.
Otro aspecto
importantísimo de este texto evangélico son les versículos 19-22. La presencia
de Dios en medio del pueblo ya no estará en el templo sino en Jesús (Jn 1,51;
4,21-24; Ap 21,22), “Dios con nosotros y nosotras – Dios entre nosotros y
nosotras” (Emanuel: Is 7,14).
2. El texto en nuestro contexto:
Las iglesias cristianas
deberíamos leer con atención este evangelio y preguntarnos, si igual que el
pueblo israelita en aquel entonces impedía que los pueblos paganos llegaran a
Dios ocupando el atrio de los gentiles ¿las iglesias cristianas hoy, impiden el
ingreso de las personas discriminadas y excluidas como los paganos de otros
tiempos, a la presencia de Dios?
Otra pregunta,
igualmente importante que deberíamos formularnos es, si al igual que el pueblo
israelita en aquel entonces centraba la experiencia de la presencia de Dios en
el templo ¿las iglesias cristianas hoy, centran la experiencia de fe en el
culto, en las normas, en las doctrinas en lugar de centrarla en la persona de
Jesucristo, nuestro Maestro y nuestro Señor (Jn 13,13), que es la imagen de
Dios invisible (Col 1,15) en quien reside la Plenitud de la Divinidad (Col
1,19)?
Centrar nuestra experiencia
de fe en Jesucristo significa hacer el bien (Hch 10,38), solidarizarse con las
personas excluidas y oprimidas por el sistema político y religioso (Mt
25,34-45), aceptando a todas las personas sin establecer barreras (Hch 10,34).
La Iglesia Antigua –
Diversidad Cristiana sentimos la urgencia evangélica de denunciar situaciones
de injusticia e insolidaridad al interior del cristianismo; situaciones que
viola la dignidad humana y los derechos humanos; situaciones que impiden que
las personas participen de la bendición de Dios a causa de un cristianismo
prejuicioso y excluyente que expulsa e invisibiliza a las personas,
contradiciendo el designio de Dios y el proyecto de Jesucristo. Ninguna iglesia
cristiana, en nombre de Jesucristo puede juzgar o condenar a alguien privándole
de participar en los espacios eclesiales, mucho menos en trabajar en beneficio
del Reinado de Dios.
La Iglesia Antigua –
Diversidad Cristiana sentimos la urgencia evangélica de anunciar a todas las
personas sin exclusión que Dios nos convoca a través de Jesucristo, a ponernos
en marcha, a transformar las estructuras, a hacer posible un mundo sin personas
excluidas, una iglesia sin personas excluidas.
Buena semana para todos
y todas.
+ Julio, obispo de la
IADC
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