Aportes para un Tiempo de Renovación (4ª semana)
Juan
3,14-21
[…]
así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del
hombre tiene que ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida
eterna.
“Pues
Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree
en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.
“El
que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido
condenado por no creer en el Hijo único de Dios. Los que no creen, ya han sido
condenados, pues, como hacían cosas malas, cuando la luz vino al mundo prefirieron
la oscuridad a la luz. Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se
acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo. Pero los que
viven de acuerdo con la verdad, se acercan a la luz para que se vea que todo lo
hacen de acuerdo con la voluntad de Dios.” (versión Dios Habla Hoy - La Biblia
de Estudio, Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas, 1998).
1. El texto en su contexto:
Luego del escandaloso
episodio donde Jesús desaloja a los vendedores y cambistas del atrio del templo
de Jerusalén, preparando el ingreso de la gentilidad, los pueblos considerados
paganos que no tenían acceso al templo, en cuanto espacio sagrado, de comunión
entre la Divinidad y la humanidad (Juan 2,13-21), texto sobre el que
reflexionamos la semana pasada; el evangelista nos presenta el diálogo entre
Nicodemo y Jesús (Juan 3,1-15). Nicodemo era un maestro de la ley importante
entre los judíos que reconoce a Jesús como enviado de Dios (versículo 1-2) al
que Jesús enseña sobre la nueva vida en la perspectiva del Reino (versículos
3-14).
El texto que se nos
propone para la reflexión de hoy es la culminación del diálogo con Nicodemo
(versículos 14-21).
Jesús habla de su
muerte en la cruz (versículo 24 cf Números 21,4-9; Isaías 52,13; Sabiduría
16,5-8) y de su regreso al Misterio Divino (cf Juan 8,28; 12,32-34; 13,1;
17,11) para que quienes creen tengan vida eterna (3,15). Para Jesús, la vida es
el don por excelencia que Dios comunica a la humanidad y que no termina con la
muerte (cf 11,25) por eso con frecuencia, en el evangelio de Juan se la
denomina “vida eterna”; se obtiene por la fe en él (3,16) ya desde ahora, desde
esta realidad (cf 5,24). El concepto de “vida eterna” en el evangelio de Juan
es tan importante como el del “Reino” en los evangelios de Marcos, Mateo y
Lucas (cf Juan 5,24; 6,33-54; 20,31).
El evangelista revela
el amor incondicional de Dios a la humanidad, enviando a su Hijo para que ésta
no se pierda (versículo 16), porque Dios no condena sino que salva, restaura y
dignifica (versículo 17 cf Génesis 22,2; Hebreos 11,17; 1 Juan 4,9-10). Este
amor incondicional es respondido por una parte de la humanidad que tiene acceso
al Reinado de Dios en sus vidas, aún aquí y ahora; pero también es rechazado
por otra parte de la humanidad que elige vivir de acuerdo al mundo, a sus
valores, a sus reglas de juego, a sus ofrecimientos (versículos 19-21cf Job
23,13-17; Juan 1,5; 12,46-48; Efesios 5,8-14).
2. El texto en nuestro contexto:
El relato de Juan
3,14-21 aporta algunas pistas para nosotros y nosotras, que transitamos por el
discipulado de Jesús en el siglo XXI.
En primer lugar, Juan pone en boca de Jesús el valor y la
dignidad de la vida humana, por ser el don por excelencia que Dios comunica a
la humanidad, mujeres y hombres de todos los tiempos, en todos los lugares;
siendo tan importante la vida en sí misma como la forma de ser vivida, con
plenitud, con dignidad, con justicia (Juan 10,10). Todas aquellas expresiones
que dañen la plenitud y la dignidad humana: discriminación, opresión, exclusión,
explotación, bullying, atentan contra la voluntad de Dios (Juan 3,16). Por lo
tanto, las comunidades eclesiales tenemos una doble labor, denunciar toda forma
de vulneración de los derechos y la dignidad de las mujeres y de los hombres en
nuestro tiempo; y anunciar el proyecto incondicional, amoroso, misericordioso e
inclusivo de Dios que no hace diferencia entre las personas (Hechos 10,34).
En segundo lugar, Juan
pone en boca de Jesús la presencia de la “vida eterna” o el “reinado de Dios”
según los evangelios sinópticos, ya en este vida. No plantea otra vida después
de esta, sino el inicio de una vida renovada por la fe en Jesucristo, una vida
liberada de los valores que propone el mundo: individualismo, competencia,
consumismo, injusticia, discriminación, opresión, exclusión, prejuicio … Por lo
tanto, las comunidades eclesiales tenemos, aquí también, una doble labor,
denunciar toda expresión de injusticia e insolidaridad, que en las Escrituras y
la tradición eclesial se denomina “pecado”, las que el evangelista Juan
identifica como formas de oscuridad (Juan 3,20); y anunciar, con palabras y
hechos, los valores del Reino que se expresan en liberación, sanación e
inclusión de todas las personas (Lucas 4,18-21) en una comunidad de iguales
(Hechos 10,34).
En este cuarto domingo
de cuaresma, tiempo que hemos definido en nuestra iglesia, para pensarnos, el
evangelio nos pone de cara al escandaloso designio de Dios, amar a toda la
humanidad e incluirla en su proyecto salvándola de toda forma que limite sus derechos
y dignidad (Juan 3,17). Dios no ha querido que nadie quede fuera, que nadie
quede detrás, que nadie quede invisible. Para ello envió a su Hijo al mundo
(Juan 3,16), el cual asumió la naturaleza humana (Juan 1,14) haciéndose en todo
igual a las mujeres y a los hombres (Filipenses 2,7) y viviendo entre nosotros
y nosotras pasó haciendo el bien (Hechos 10,38) hasta que las autoridades
religiosas lo entregaron a la muerte (Juan 3,14-15 cf Hechos 2,23; 3,14; 4,10;
5,30) pero Dios lo resucitó y las comunidades eclesiales somos testigos de ello
(Hechos 2,32).
Ser testigos exige
seguir los pasos del Maestro (Lucas 6,40; 23,31; Juan 13,16). Como comunidad
discipular, la Iglesia Antigua – Diversidad Cristiana, no podemos vivir en la
indiferencia. Nuestra misión en el mundo es hacer presente, con nuestras
palabras y nuestras acciones, ese otro mundo, esa otra sociedad, esa otra
religión queridas por Dios (Hechos 2,42-47) de lo contrario, no sirve para nada
ser iglesia (Mateo 5,13).
Frase
Dios no envió a su Hijo
al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.
Oración
Dios, Madre y Padre,
reconocemos el valor y la dignidad de la vida humana y tu deseo amoroso de que
todas las mujeres y todos los hombres alcancemos una vida plena; reconocemos tu
designio entrañable de que toda la humanidad participe de la vida nueva, con
justicia y solidaridad que nos comunica Jesucristo. Danos el valor de
comprometernos radicalmente, como bautizadas y bautizados en la liberación,
sanación e inclusión de nuestros hermanos y nuestras hermanas. En su Nombre te
lo pedimos. Amén.
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