Quinto Lunes de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia
Lunes V semana de
Cuaresma
Hebreos 2,5-18
Aunque alguno peque, tenemos
un abogado ante el Padre
Juan Fisher
Salmo 129
Cristo Jesús es
nuestro sumo sacerdote, y su precioso cuerpo, que inmoló en el ara de la Cruz
por la salvación de todos los hombres, es nuestro sacrificio. La sangre que se
derramó para nuestra redención no fue la de los terneros y los machos cabríos
(como en la ley antigua), sino la del inocentísimo cordero Cristo Jesús,
nuestro salvador.
El templo en el que
nuestro sumo sacerdote ofrecía el sacrificio no era de mano de hombres, sino
que había sido levantado por el solo poder de Dios: pues derramó su sangre a la
vista del mundo: un templo ciertamente edificado por la sola mano de Dios. Y
este templo tiene dos partes: una es la tierra, que ahora nosotros habitamos;
la otra sigue siéndonos aún desconocida a nosotros mortales.
Así, primero, ofreció
su sacrificio aquí en la tierra, cuando sufrió la más acerba muerte. Luego, cuando
revestido de la nueva vestidura de la inmortalidad, entró por su propia sangre
en el Santo de los Santos, o sea, en el cielo; allí donde presentó ante el
trono del Padre celestial aquella sangre de inmenso valor que había derramado
una vez para siempre en favor de todos los hombres pecadores.
Este sacrificio
resultó tan grato y aceptable a Dios, que así que lo hubo visto, compadecido
inmediatamente de nosotros, no pudo menos que otorgar su perdón a todos los
verdaderos penitentes. Es además perenne: de forma que no sólo cada año (como
entre los judíos se hacía), sino también cada día, y hasta cada hora y cada
instante, sigue ofreciéndose para nuestro consuelo, para que no dejemos de
tener la ayuda más imprescindible. Por lo que el Apóstol añade: consiguiendo
la liberación eterna.
De este santo
sacrificio, santo y definitivo, se hacen partícipes todos aquellos que llegaron
a tener verdadera contrición y aceptaron la penitencia por sus crímenes, que
con firmeza decidieron no repetir en adelante sus maldades, sino que perseveran
con constancia en el inicial propósito de las virtudes. Sobre lo que San Juan
se expresa en estos términos: Hijitos míos, os escribo todo esto para que no
pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre, a
Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados; no
sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
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