Quinto Domingo de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia
V domingo de Cuaresma
Hebreos 1,1 - 2,4
Preparamos la fiesta
del Señor no sólo con palabras, sino también con obras
Atanasio de
Alejandría
Carta 14, 1-2
El Verbo, que por
nosotros quiso serlo todo, nuestro Señor Jesucristo, está cerca de nosotros, ya
que él prometió que estaría continuamente a nuestro lado. Dijo en efecto: Sabed
que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y, del
mismo modo que es a la vez pastor, sumo sacerdote, camino y puerta, ya que por
nosotros quiso serlo todo, así también se nos ha revelado como fiesta y
solemnidad, según aquellas palabras del Apóstol: Ha sido inmolada nuestra
víctima pascual: Cristo; puesto que su persona era la Pascua esperada.
Desde esta perspectiva, cobran un nuevo sentido aquellas palabras del salmista:
Tú eres mi júbilo: me libras de los males que me rodean. En esto consiste
el verdadero júbilo pascual, la genuina celebración de la gran solemnidad, en vernos
libres de nuestros males; para llegar a ello, tenemos que esforzarnos en
reformar nuestra conducta y en meditar asiduamente, en la quietud del temor de
Dios.
Así también los
santos, mientras vivían en este mundo, estaban siempre alegres, como siempre
estuvieran celebrando fiesta; uno de ellos, el bienaventurado salmista, se
levantaba de noche, no una sola vez, sino siete, para hacerse propicio a Dios
con sus plegarias. Otro, el insigne Moisés, expresaba en himnos y cantos de
alabanza su alegría por la victoria obtenida sobre el Faraón y los demás que
habían oprimido a los hebreos con duros trabajos. Otros, finalmente, vivían
entregados con alegría al culto divino, como el gran Samuel y el bienaventurado
Elías; ellos, gracias a sus piadosas costumbres, alcanzaron la libertad, y
ahora celebran en el cielo la fiesta eterna, se alegran de su antigua
peregrinación, realizada en medio de tinieblas, y contemplan ya la verdad que
antes sólo habían vislumbrado.
Nosotros, que nos
preparamos para la gran solemnidad, ¿qué camino hemos de seguir? Y, al
acercarnos a aquella fiesta, ¿a quién hemos de tomar por guía? No a otro,
amados hermanos, y en esto estaremos de acuerdo vosotros y yo, no a otro, fuera
de nuestro Señor Jesucristo, el cual dice: Yo soy el camino. Él es, como
dice san Juan, el que quita el pecado del mundo; él es quien purifica
nuestras almas, como dice en cierto lugar el profeta Jeremías: Paraos en los
caminos a mirar, preguntad: «¿Cuál es el buen camino?»; seguidlo, y hallaréis
reposo para vuestras almas.
En otro tiempo, la
sangre de los machos cabríos y la ceniza de la ternera esparcida sobre los
impuros podía sólo santificar con miras a una pureza legal externa; mas ahora,
por la gracia del Verbo de Dios, obtenemos una limpieza total; y así en seguida
formaremos parte de su escolta y podremos ya desde ahora como situados en el
vestíbulo de la Jerusalén celestial, preludiar aquella fiesta eterna; como los
santos apóstoles, que siguieron al Salvador como a su guía, y por esto eran, y
continúan siendo hoy, los maestros de este favor divino; ellos decían, en
efecto: Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. También nosotros
nos esforzamos por seguir al Señor no sólo con palabras, sino también con
obras.
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