Quinto Viernes de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia
Viernes V semana de
Cuaresma
Hebreos 7,11-28
Él mismo se ofreció
por nosotros
Fulgencio de Ruspe
Regla de la verdadera
fe a Pedro 22,63
En los sacrificios de
víctimas carnales que la Santa Trinidad, que es el mismo Dios del antiguo y del
nuevo Testamento, había exigido que le fueran ofrecidos por nuestros padres, se
significaba ya el don gratísimo de aquel sacrificio con el que el Hijo único de
Dios había de inmolarse a sí mismo misericordiosamente por nosotros. Pues,
según la doctrina apostólica, se entregó por nosotros a Dios como oblación y
víctima de suave olor. Él fue quien como Dios verdadero y verdadero sumo
sacerdote que era, penetró una sola vez en el santuario, no con la sangre de
los toros y los machos cabríos, sino con la suya propia. Esto era precisamente
lo que significaba aquel sumo sacerdote que entraba cada año con la sangre en
el Santo de los Santos.
Él es quien en sí
mismo poseía todo lo que era necesario para que se efectuara nuestra redención,
es decir, él mismo fue el sacerdote y el sacrificio; él mismo, Dios y el templo: el
sacerdote por cuyo medio nos reconciliamos, el sacrificio que nos reconcilia,
el templo en el que nos reconciliamos, el Dios con quien nos hemos
reconciliado.
Como sacerdote,
sacrificio y templo, actuó solo, porque aunque era Dios quien realizaba estas
cosas, no obstante las realizaba en su forma de siervo; en cambio, en lo que
realizó como Dios, en la forma de Dios, lo realizó conjuntamente con el Padre y
el Espíritu Santo.
Ten, pues, por
absolutamente seguro y no dudes en modo alguno, que el mismo Dios unigénito,
Verbo hecho carne, se ofreció por nosotros a Dios en olor de suavidad como
sacrificio y hostia; el mismo en cuyo honor, en unidad con el Padre y el
Espíritu Santo, los patriarcas, profetas y sacerdotes ofrecían en tiempos del
antiguo Testamento sacrificios de animales; y a quien ahora, o sea, en el
tiempo del Testamento nuevo, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, con
quienes comparte la misma y única divinidad, la santa Iglesia católica no deja nunca
de ofrecer por todo el universo de la tierra el sacrificio del pan y del vino,
con fe y caridad.
Así, pues, en
aquellas víctimas carnales se significaba la carne y la sangre de Cristo; la
carne, que él mismo, sin pecado como se hallaba, había de ofrecer por nuestros
pecados, y la sangre que había de derramar en remisión de nuestros pecados; en
cambio, en este sacrificio se trata de la acción de gracias y del memorial de
la carne que él mismo ofreció por nosotros, y de la sangre, que, siendo como
era Dios, derramó por nosotros. Sobre esto afirma el bienaventurado Pablo en
los Hechos de los apóstoles: Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el
Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que
él adquirió con su propia sangre.
Por tanto, aquellos
sacrificios eran figura y signo de lo que se nos daría en el futuro; en este
sacrificio, en cambio, se nos muestra de modo evidente lo que ya nos has sido
dado.
En aquellos
sacrificios se anunciaba de antemano al Hijo de Dios, que había de morir a
manos de los impíos; en éste se le anuncia ya muerto por ellos, como atestigua
el Apóstol al decir: Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el
tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; y añade: Cuando éramos
enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.
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