Domingo de Ramos - Lecturas Espirituales de la Iglesia
Domingo de Ramos
Hebreos 10,1-18
Bendito el que viene,
como rey, en el nombre del Señor
Andrés de Creta
Sermón sobre el
domingo de Ramos 9
Venid, y al mismo
tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo
que vuelve hoy de Betania y por propia voluntad se apresura hacia su venerable
y dichosa pasión para poner fin al misterio de la salvación de los hombres. Porque
el que iba libremente hacia Jerusalén es el mismo que por nosotros los hombres
y por nuestra salvación bajó del cielo, para levantar consigo a los que
yacíamos en lo más profundo y colocarnos, como dice la Escritura, por encima
de todo principado, potestad, fuerza y
dominación y por encima de todo nombre conocido. Y viene, no como quien
busca su gloria por medio de la fastuosidad y de la pompa. No porfiará,
dice, no gritará, no voceará por las calles, sino que será manso y
humilde, y se presentará sin espectacularidad alguna.
Ea, pues, corramos a
una con quien se apresura a su pasión, e imitemos a quienes salieron a su
encuentro. Y no para extender por el suelo a su paso ramos de olivo, vestiduras
o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos con la disposición más
humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos
al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios quenunca puede ser
totalmente captado por nosotros.
Alegrémonos, pues,
porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que asciendo sobre
el ocaso de nuestra ínfima vileza, para venir hasta nosotros y convivir con
nosotros, de modo que pueda, por su parte, llevarnos hasta la familiaridad con
él. Ya que, si bien se dice que, habiéndose incorporado las primicias de nuestra
condición, ascendió, con ese botín, sobre los cielos, hasta el oriente,
es decir, según me parece, hasta su propia gloria y divinidad, no abandonó, con
todo, su propensión hacia el género humano hasta
haber sublimado al
hombre, elevándolo progresivamente desde lo más ínfimo de la tierra hasta lo
más alto de los cielos.
Así es como nosotros
deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies
nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su
fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él
mismo, pues los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis
revestido de Cristo.
Así debemos ponernos
a sus pies como si fuéramos unas túnicas. Y si antes, teñidos como estábamos de
la escarlata del pecado, volvimos a encontrar la blancura de la lana gracias al
saludable baño del bautismo, ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya
ramas de palma, sino trofeos de victoria.
Repitamos cada día
aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos
espirituales del alma: Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor.
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