Quinto Sábado de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia.
Sábado V semana de
Cuaresma
Hebreos 8,1-13
Vamos a participar en
la Pascua
Gregorio Nacianceno
Sermón 45, 23-24
Vamos a participar en
la Pascua, ahora aún de manera figurada, aunque ya más clara que en la antigua
ley (porque la Pascua de la antigua ley era, si puedo decirlo así, como una
figura oscura de nuestra Pascua, que es también aún una figura). Pero dentro de
poco participaremos ya en la Pascua de una manera más perfecta y más pura,
cuando el Verbo coma y beba con nosotros la Pascua nueva en el reino de su
Padre, cuando nos revele y nos descubra plenamente lo que ahora nos enseña sólo
en parte. Porque siempre es nuevo lo que en un momento dado aprendemos.
Qué cosa sea aquella
bebida y aquella comprensión plena, corresponde a nosotros aprenderlo, y a él
enseñárnoslo e impartir esta doctrina a los discípulos. Pues la doctrina de
aquel que alimenta es también alimento.
Nosotros hemos de
tomar parte en esta fiesta ritual de la Pascua en un sentido evangélico, y no
literal, de manera perfecta, no imperfecta; no de forma temporal, sino eterna.
Tomemos como nuestra capital, no la Jerusalén terrena, sino la ciudad celeste;
no aquella que ahora pisan los ejércitos, sino la que resuena con las alabanzas
de los ángeles.
Sacrifiquemos no
jóvenes terneros ni corderos con cuernos y uñas, más muertos que vivos y
desprovistos de inteligencia, sino más bien ofrezcamos a Dios un sacrificio de
alabanza sobre el altar del cielo, unidos a los coros celestiales. Atravesemos
la primera cortina, avancemos hasta la segunda y dirijamos nuestras miradas al
Santísimo.
Yo diría aún más:
inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con
todas nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo por causa del Verbo;
imitemos su Pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra
sangre, subamos decididamente a su cruz.
Si eres Simón
Cireneo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con él como un
ladrón, como el buen ladrón confía en tu Dios.
Si por ti y por tus
pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser
justo. Adora al que por ti fue crucificado, e, incluso si tú estás crucificado
por tu culpa, saca provecho de tu mismo pecado y compra con la muerte tu
salvación. Entra en el paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías
privado. Contempla la hermosura de aquel lugar y deja que fuera muera el
murmurador con sus blasfemias.
Si eres José de
Arimatea, reclama su cuerpo a quien lo crucificó y haz tuya la expiación del
mundo.
Si eres Nicodemo, el
que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el cuerpo y úngelo con ungüentos.
Si eres una de las
dos Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero
en ver la piedra quitada y verás quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús.
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