Quinto Miércoles de Cuaresma - Lecturas Espirituales de la Iglesia
Miércoles V semana de
Cuaresma
Hebreos 6,9-20
Cristo ruega por
nosotros y en nosotros, y nosotros le rogamos a Él
Agustín de Hipona
Comentario a los
salmos 85,1
No pudo Dios hacer a
los hombres un don mayor que el de darles por cabeza al que es su Palabra, por
quien ha fundado todas las cosas, uniéndolos a él como miembros suyos, de forma
que él es Hijo de Dios e Hijo del hombre al mismo tiempo, Dios uno con el Padre
y hombre con el hombre, y así, cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos
separación con el Hijo, y cuando es el cuerpo del Hijo quien ora, no se separa
de su cabeza, y el mismo salvador del cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de
Dios, es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros.
Ora por nosotros como
sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, es invocado por
nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues, en él nuestras propias voces y
reconozcamos también su voz en nosotros. Por lo cual, cuando se dice algo de
nuestro Señor Jesucristo, sobre todo en profecía, que parezca referirse a
alguna humillación indigna de Dios, no dudemos en atribuírsela, ya que él
tampoco dudó en unirse a nosotros. Todas las creaturas le sirven, puesto que
todas las creaturas fueron creadas por él.
Y, así, contemplamos
su sublimidad y divinidad, cuando oímos: En el principio ya existía la
Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en
el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la
Palabra se hizo todo y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho; pero, mientras
consideramos esta divinidad del Hijo de Dios, que sobrepasa y excede toda la
sublimidad de las creaturas, le oímos también en algún lugar de las Escrituras como
si gimiese, orase y confesase su debilidad. Y entonces dudamos en referir a él
estas palabras, porque nuestro pensamiento, que acababa de contemplarle en su
divinidad, retrocede ante la idea de
verle humillado; y, como si fuera injuriarlo, el reconocer como hombre a aquel
a quien nos dirigíamos como a Dios, la mayor parte de las veces nos detenemos y
tratamos de cambiar el sentido; y no encontramos en la Escritura otra cosa,
sino que tenemos que recurrir al mismo Dios pidiéndole que no nos permita alejarnos
de él.
Despierte, por tanto,
y manténgase vigilante nuestra fe; comprenda que aquél al que poco antes
contemplábamos en la condición divina, aceptó la condición de esclavo,
asemejado en todo a los hombres, e identificado en su manera de ser a los humanos,
humillado, y hecho obediente hasta la muerte; pensemos que incluso quiso hacer
suyas aquellas palabras del salmo, que pronunció colgado de la cruz: Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Por tanto, es invocado por
nosotros como Dios, pero él ruega como siervo; en el primer caso lo vemos como
creador, en el otro como criatura; sin sufrir mutación alguna, asumió la
naturaleza creada para transformarla y hacer de nosotros con él un sólo hombre,
cabeza y cuerpo. Oramos, por tanto, a él, por él, y en él, y hablamos junto con
él, ya que él habla junto con nosotros.
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