4. “Opción por los pobres y espiritualidad” por Pedro CASALDALIGA
Una nueva entrega de "SOBRE LA OPCIÓN POR LOS POBRE" en el marco del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza (17 de octubre).
OP: la
misma espiritualidad cristiana.
La OP, en
cristiano, es la misma opción por el Reino de Dios en este mundo sojuzgado estructuralmente
por el antirreino, en este mundo maltrecho de Dios.
La OP no
sólo es un rasgo de la espiritualidad cristiana. Es la misma espiritualidad
cristiana, si entendemos que el Reino es la opción de Jesús, porque es la
voluntad del Padre. El Reino, visto desde el lado de acá, es desafío,
conquista, práctica, respuesta nuestra... Mirado desde el lado de allá –donde ya
no habrá ni ricos ni pobres-, el Reino será pura gratuidad, puro don: el Padre
acogiéndonos a todos.
El Hijo de
Dios, el Verbo, para contestar al antirreino que el pecado del mundo venía estableciendo
en la tierra de los hijos de Dios, no sólo «se hizo hombre», no sólo se hace
humano, sino que se hace también pobre, se hace colonizado, incomprendido,
perseguido, prohibido, excluido, excomulgado, condenado, ejecutado, maldito...
La OP de Jesús es la kénosis de Cristo. Y la OP es la actitud kenótica de todo
cristiano. Repito: siempre que estemos de acuerdo en que la espiritualidad cristiana
es la opción por el Reino: la voluntad del Padre que Jesús anuncia, asume,
realiza y sufre, y por la cual, en la cual, para la cual, y desde la cual
resucita.
Fundamento
teológico.
Ese es el
fundamento teológico de la OP. Pero aún podemos decirlo de otra manera.
La teología
cristiana se fundamenta en la palabra, la actitud, la vivencia, la muerte y la resurrección
de Jesús. Por eso es teología «cristiana». Cuando hablamos de Jesús, hablamos,
o debemos hablar, automáticamente, del Dios de Jesús. Entonces, si ese Dios de
Jesús envía a su propio Hijo para reparar el Reino maltrecho, para
reanunciarlo, para que la humanidad pueda esperarlo de
nuevo, y
para que la humanidad colabore, como debe, en su construcción, es evidente que
la voluntad de Dios sobre la humanidad es la finalidad de la humanidad. No
puede ser otra.
Para
nosotros los cristianos, en la actual coyuntura, en la actual contingencia de
la humanidad, Dios no opta por la humanidad, Dios opta por los pobres en la
humanidad. Contestando a los que en el privilegio, en el lujo, en el
consumismo, en la capacidad de esclavizar, de dominar... han negado la condición
de hermanos -y por lo mismo la condición de hijos de Dios- a los otros.
Contestando a los que han construido en este mundo un antirreino, en este mundo
que debería ser ya una realización de su Reino, anticipando en esperanza la
plenitud futura.
Por eso, la
Buena Noticia es anunciada a los pobres. La bienaventuranza se realiza en los pobres.
Y éste es el fundamento de la OP.
OP,
kénosis y encarnación.
Recordemos
la palabra de Pablo: él, Cristo Jesús, siendo rico, por nosotros se hizo pobre
(Fil 2,6ss). «Se hizo»: desencarnamos totalmente esa palabra si la pretendemos
entender en un sentido sólo espiritual. ¿Qué significa «se hizo»? Es una
palabra encarnacional, evidentemente. Supone todo un proceso histórico: su modo
de vida, sus conflictos, su ubicación geopolítica, cultural... todo lo que él realmente
vivió.
Las
implicaciones de esa opción, las exigencias de esa espiritualidad también
arrancan del propio seguimiento de Jesús. Si yo opto por la mayoría de los
hijos de Dios, sometidos a una vida de antirreino, prohibidos en su condición
de seres humanos -en su condición de hermanos y de hijos-, automáticamente
debo, en primer lugar, acercarme a ellos, conocerlos, sentirlos, compadecerme
de su situación, conmoverme por su realidad, participar en su propio
sufrimiento, en su grito, en su pobreza, en su lucha, en su proceso. La
kénosis, ante todo y sobre todo es la bajada, la entrada, la encarnación... Así
pues, una espiritualidad de OP es una espiritualidad encarnacionista en el más
puro sentido de la palabra.
Algunos han
tenido miedo a la palabra «encarnacionista», como si encarnarse supusiera prescindir
de lo histórico, de lo político... El Hijo de Dios no se encarna en las nubes:
se encarna en un ser humano, en un pueblo, en una cultura, en una estructura,
en una coyuntura...
OP:
espiritualidad profética, revolucionaria y utópica.
Supone
también, por otra parte, a partir de la opción por el Reino de Dios, a partir
del seguimiento de Jesús, la contestación profética, la revuelta profética, la
indignación profética frente a esa situación que niega el Reino, que impide a
los hermanos ser hermanos, que impide a los hijos ser hijos. Todos los profetas
de Israel, el gran profeta Jesús, las palabras terminantes e indignadas del evangelio...
nos iluminan, en el seguimiento de Jesús, esa actitud de profecía, de revuelta,
en la medida en que nosotros nos compenetramos con la pobreza de los pobres,
maldecimos la pobreza maldita de los pobres. La Cruz de Cristo niega la cruz.
El se hace maldición en la cruz precisamente para acabar de una vez con todas
las cruces malditas. Por lo menos en su propia persona y en esperanza para
todos nosotros.
Esa
encarnación, esa compasión, compenetración, ese asumir la miseria, el
sufrimiento, la indignación, la revuelta, el proceso de liberación de los
pobres, la voluntad de salir del estado en que viven, nos pondrá
automáticamente en una postura política -revolucionaria incluso- de transformación
radical de una sociedad que no responde a la voluntad de Dios, al proyecto del
Reino. Y nos
confrontará
automáticamente con todas las fuerzas y poderes que sujetan a la mayoría de los
hermanos a la miseria, a la dependencia, a la no-vida, a ese mundo que está en
el pecado, puesto en el Maligno, como dice Pablo. No estamos negando, de ningún
modo, el pecado personal; al contrario, estamos diciendo que reconocemos los
pecados personales acumulados en una estructura de pecado, que es antirreino
visible, diario. Las implicaciones políticas de esa postura deben ser tan
coyunturales como estructurales, tan diarias como utópicas.
Una
verdadera espiritualidad de la OP es una espiritualidad revolucionaria,
decimos. Por eso mismo es una espiritualidad utópica. Ese mundo que está ahí no
les sirve a los hijos de Dios, no sirve a los hermanos, contradice el Reino de
Dios: ¡queremos otro! Entramos necesariamente en el proceso de transformación
de la sociedad, en el proceso de la revolución.
OP y
solidaridad.
Los teólogos
de la liberación han recordado con frecuencia que la misma contemplación, la oración
de los espirituales de la liberación se expresa, se traduce -se comprueba sobre
todo- en las prácticas no sólo sociales sino en las prácticas explícitamente
políticas.
Para que la
caridad no se quede en «compasión» distante, o en «benevolencia» intermitente o
transitoria, debe ser solidaridad política. Sólo así será verdadera caridad.
Sólo así amará al hermano en la realidad en que el hermano vive. Sólo así
ayudará al hermano de un modo eficiente. A lo mejor el sacerdote y el levita de
la parábola, al pasar al lado del malherido, tuvieron un cierto sentimiento de compasión.
No sabemos si le dejaron alguna limosna. Lo importante, lo dramático, lo que
les fue condenado, es que no hicieran la acción concreta de transformar la
realidad en la que él vivía, la acción concreta de llevar su solidaridad hasta
las últimas consecuencias.
Sólo se
lleva la solidaridad hasta las últimas consecuencias cuando de parte de uno se
hace todo lo posible para que el hermano salga de la situación en que está. El
propio Dios no nos habría demostrado que nos amaba si se hubiera quedado en su
infinita compasión allá... Tuvimos necesidad de que saliera de su compasión e
hiciera el gesto extremo... Por eso digo yo que Jesús es la propia solidaridad
de Dios en persona, la solidaridad que va hasta las últimas consecuencias.
Ascética
y mística de la OP.
La ascética
y la mística de esa espiritualidad de la OP será, evidentemente, en primer
lugar, una actitud de discernimiento, de sensibilidad, de percepción, de
crítica, de autocrítica, de descodificación de la realidad, de análisis incluso
político de la realidad misma. Será una espiritualidad que ande por el mundo de
los pobres, por en medio de las mayorías prohibidas y oprimidas con los ojos
abiertos. Hay obispos, sacerdotes visitantes cristianos, personas muy buenas,
que vienen del primer mundo: visitan nuestras ciudades, visitan nuestras
Iglesias y no descubren a esas inmensas «mayorías» de América Latina, del
tercer mundo, del mundo entero, que viven realmente prohibidas. Así pues: los
ojos abiertos a la realidad, la atención al «clamor» de los oprimidos (Medellín
y Puebla nos han recordado que el clamor está ahí, y es lamentable que hasta
hace poco la Iglesia no ha descubierto que es un clamor colectivo, y que es un
clamor estructural, y que cada vez es más estruendoso...).
En segundo
lugar, la compasión, la conmoción, la compenetración que debe llevar a
la convivencia: estar-en, estar-con, seguir, acompañar a los pobres, asumir sus
mismas privaciones, sus riesgos...
Se ha
olvidado demasiado el texto mismo de Puebla (1134), que habla de una opción
«clara» y «solidaria» por los pobres. «Clara»: diríamos que con una conciencia
clara incluso políticamente, para ser integralmente clara. Y «solidaria». La
palabra viene de «in solidum», que significa en bloque con, conjuntamente con.
Entonces, una opción por los pobres «solidaria» exige estar con el pobre,
convivir con el pobre, pasarla mal con el pobre, arriesgar con el pobre... y,
en todo caso, mudar de lugar social e incluso de lugar geográfico -en la medida
de lo posible- para estar en medio de los pobres.
En tercer
lugar supone asumir los procesos de los pobres, las decisiones de los
pobres, caminar en su propio caminar, respetando su ritmo, entrando en sus
propias reivindicaciones. Podremos optar por los pobres con todo el espíritu
crítico necesario, con toda la lucidez de la fe, pero nunca «a distancia». Sólo
opta por los pobres aquél que se aproxima a ellos y camina con ellos. Esto
exigirá, necesariamente, una gran capacidad de llevar la cruz, la cruz
de la privación de la pobreza, de la renuncia, del riesgo, del silencio a
veces, de la conflictividad. Y al mismo tiempo supondrá una gran capacidad de
aguante, de esperanza, en el sentido pleno de la palabra, aquella
esperanza de la que hablaba Pablo. Si uno quiere no llegar a la desesperación,
a la pura indignación sin sentido, sin salida, a la blasfemia diríamos, uno
debe llevar en sí una gran fuerza de esperanza. Pienso que cuanto más cerca se
vive de la miseria, del sufrimiento, de la muerte, más la esperanza debe ser
expresión cotidiana casi espontánea de nuestras vidas. Ahí los profetas nos enseñan
tanto el anuncio del Dios vivo y verdadero y de sus planes y proyectos, como la
denuncia de los ídolos, de los antiproyectos que contradicen el proyecto de
Dios, como también la actitud de la consolación: «consolad a mi pueblo» (Is 40,
1).
Es evidente
que esa espiritualidad exigirá una gran dosis de oración, de
contemplación. Solamente caminando siempre muy al desnudo, muy abiertamente,
con el Dios vivo, el Dios y Padre de Jesús, el consolador de los pobres, el
«Pater pauperum», Padre de los pobres... se podrá vivir la espiritualidad de la
OP con ecuanimidad, dando el testimonio que se debe dar y de un modo constructivo.
Me parece
que es muy importante que la OP sepa también leer, celebrar, asumir las expresiones
culturales de los pobres. Ese sería un rasgo muy característico: su
alegría, su fiesta, la capacidad de hospitalidad, de compartir, la resistencia
pasiva en muchas circunstancias, esos largos silencios de los pobres en sus
luchas, en las buenas «tácticas», en su proceso de liberación, en las mismas
revoluciones populares, la capacidad que el pobre tiene de agradecer a los
propios hermanos y a Dios.
Yo pienso
que la Iglesia toda (sería un verdadero error hablar sólo de la Iglesia del
tercer mundo) no puede tener más misión que la misión misma de Jesús -y ésa es
la OP-: «el Espíritu del Señor está sobre mí para...». Es decir, en la medida
en que el Espíritu del Señor esté sobre nosotros, dentro de nosotros, ese
«para» se hará realidad: anunciaremos la buena noticia a los pobres, ayudaremos
a liberar a los cautivos, proclamaremos el año de gracia, que es la versión
incluso temporal, histórica y hasta política y económica del Reino... en la
expectativa, claro está de la plenitud del Reino.
Iglesia
y OP.
-¿Qué
sería una Iglesia popular?
Yo quiero
lamentar una vez más que se haya perdido la libertad y hasta la alegría de usar
esta expresión. Varias veces se lo he «reclamado» a nuestros teólogos, que por
una docilidad explicable en medio de ciertas persecuciones que estos buenos
teólogos de América Latina vienen sufriendo, se vieron obligados a renunciar a
una expresión llena de sentido y de legitimidad.
Si decimos
«Iglesia jerárquica», con más razón podemos decir «Iglesia popular». Por dos motivos:
la Iglesia «tiene» jerarquía, pero «es» pueblo, pueblo de Dios. La jerarquía es
minoritaria en la Iglesia, es un servicio a la Iglesia y, a partir de la
Iglesia, al mundo. Mientras que el pueblo, ese pueblo de Dios, es la inmensa
mayoría.
Por otra
parte, hablar de Iglesia popular significa hablar de una «Iglesia en la base»,
donde están los pobres. Una Iglesia en el lugar donde se puso Jesús. Una
Iglesia en el pueblo que se reconoce, que recobra su identidad, que asume su
proceso.
Para
nosotros, en esta América Latina, hablar de pueblo prácticamente es hablar de
pueblo en proceso histórico. Más aún, pueblo en proceso histórico de
liberación. En Brasil, por ejemplo, en los encuentros de pastoral, de teología
o de trabajo popular, etc., distinguimos normalmente entre «masa» y «pueblo».
Masa, pueblo, comunidad, liderazgo...
Bíblicamente
hablando, el pueblo de Dios, «el pueblo que no era pueblo y que ahora es pueblo»...
«Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios»... En fin, se trata de una expresión
tan hermosa que yo hago votos porque sea recobrada, sin rubores, sin ceder a
incomprensiones, que podrán partir de la mejor buena voluntad, pero que ciertamente
no parten de lucidez teológica ni de visión comprometida pastoral, y que
posiblemente, sin querer, están haciendo el juego a los que no quieren que el pueblo
sea pueblo, a los que no quieren que la Iglesia sea pueblo, a los que no
quieren que el pueblo se haga Iglesia...
Yo diría
algunos sinónimos de Iglesia popular: Iglesia comunitaria, Iglesia
participativa, Iglesia realmente inculturada, Iglesia autóctona. Creo que se
trata de valores indispensables en la verdadera Iglesia de Jesús.
-¿Iglesia
popular e Iglesia de los pobres serían términos semejantes?
Iglesia
popular sería la Iglesia de los pobres conscientes, que se organizan, en
proceso, en fermento de liberación...
-Dice
Leonardo Boff que Iglesia popular no se opone a Iglesia jerárquica, sino a
Iglesiaburguesa...
Evidente. Y
se opone también a Iglesia clerical, en el sentido peyorativo de la palabra
(una Iglesia clericalizada). La Iglesia popular acaba siendo la Iglesia pueblo
de Dios, que opta realmente por los pobres, que se pone en su lugar, que toma
partido por ellos, que asume su causa y sus procesos.
Una Iglesia
también que tira de la jerarquía y del clero, tira de la teología, tira de la
liturgia, tira del mismo derecho canónico y les hace bajar en una kénosis
histórico-pastoral al lugar en que realmente se puso Jesús, que es el mismo
pueblo.
¿«Iglesia
burguesa» sería una contradicción?
Evidente,
evidente.
-No
puede existir una Iglesia burguesa?
Pregunto:
¿cuál sería el real código canónico evangélico de la Iglesia? Y respondo: el mandamiento
nuevo, las bienaventuranzas. En una Iglesia burguesa, Iglesia de privilegio,
Iglesia de explotación de las mayorías, Iglesia de expulsión de las mayorías...
¿caben las bienaventuranzas? Una Iglesia burguesa ya no sería la Iglesia de
Jesús.
-¿Es que
el bautismo, la conversión, exigirían cambiar de clase?
Pregunto:
¿no es acaso el bautismo un sumergirse en la pascua, en la muerte, en la resurrección?
Ese sumergirse en la muerte de Jesús, evidentemente, ha de ser la muerte del
egoísmo, la muerte del privilegio acumulativo y excluidor. Y, en ese sentido,
la muerte a una vida burguesa. Una vida burguesa es una vida pecaminosa,
estructuralmente pecaminosa.
¿Qué
responderías a la objeción de que la Iglesia es para todos, de que está por
encima de las opciones políticas?
Respondería
que Cristo también vino para todos, y optó por los pobres. Y condenó a los
ricos. Y rechazó el privilegio. Y fue sentenciado, torturado, ejecutado y
colocado en la cruz por los poderes del latifundio, de la ley, del imperio.
No es
posible pensar que el Evangelio sea para todos por igual. Lo peor que se podría
decir del Evangelio es que el Evangelio es neutro. Yo suelo decir: el Evangelio
es para todos, a favor de los pobres y contra los ricos. Y me explico. A favor
de los pobres en lo que tienen ellos de pobreza evangélica, y contra la
marginación y quizá la desesperación en que les toca vivir. Y contra los ricos:
contra la posibilidad, la capacidad que ellos tienen de vivir en un privilegio
que expolia a la inmensa mayoría de los hermanos, contra la capacidad de
explotar a esos hermanos, contra la insensibilidad en que ellos viven, contra
la idolatría
en que
ellos están sumidos. El rico, normalmente hablando, está excluido del Reino de
los cielos. Sólo puede entrar en él si deja de ser rico.
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