7 - Opción por los pobres, conflicto social y amor a los enemigos - Albert NOLAN

Presentamos una nueva entrega de la obra Sobre la "Opción por los Pobres" en el marco de la conmemoración del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, celebrado el pasado 17 de octubre.


Evidentemente, para muchos de nosotros hay conflictos que nos conducen a tomar partido. En situaciones semejantes, ¿qué significa para un cristiano la reconciliación, el perdón y la paz? ¿Cómo tomar partido si uno trata de amar a todo el mundo, incluso a los enemigos? ¿Y qué pasa entonces con esa idea común de que el cristiano es el hombre de paz en todos los conflictos, que evita tomar partido por unos y contra otros, y que se esfuerza por reconciliar fuerzas opuestas?

Errores en torno a la reconciliación.

Esa idea se basa en una noción falsa de la reconciliación. ¿Cuántas veces habremos oído decir a la gente: “seamos justos, escuchemos a todas las partes, porque en cada lado hay verdad y falsedad; si pudiéramos sentarnos a la mesa de negociaciones para aclarar nuestros malentendidos y nuestros prejuicios en los conflictos actuales, llegaríamos a resolverlos”. Todo esto puede parecer como muy cristiano. Se diría que, a primera vista, se trata de un deseo auténtico de justicia y verdad.

¿Por qué este argumento es engañoso?

En primer lugar este argumento pretende afirmar que la reconciliación es un «principio absoluto» que se debe aplicar en todos los casos de conflicto. El modelo o ejemplo de conflicto que se afrontaría así es lo que se podría llamar «disputa privada», la que se da entre dos personas que discuten sin buscar comprenderse y entre las que las diferencias se basan en «malentendidos». Pero no todos los conflictos son de ese tipo. Existen conflictos en que una de las partes tiene razón y la otra está equivocada, conflictos en los que una de las partes es injusta y ejerce opresión sobre la otra que es víctima de injusticia y opresión. En estos casos es un error querer llegar a un consenso y no tomar partido. La tarea de los cristianos no consiste en intentar reconciliar el bien con el mal, la justicia con la injusticia. Por el contrario, la tarea de los cristianos consiste en eliminar el mal, la injusticia y el pecado. El primer error es pues, creer que los «malentendidos» son el origen de todos los conflictos y que las dos partes tienen algo que reprocharse. No se puede probar que sea siempre así, tanto en coflictos entre individuos como en conflictos entre grupos dentro de la sociedad. La afirmación de que la falta se encuentra siempre en los dos lados de un conflicto no está fundada y no tiene nada que ver con el cristianismo. Esa afirmación sólo puede salir de la boca de los que no sufren la injusticia ni la opresión, o de la boca de quienes no son capaces de captar realmente la malicia y el mal en el corazón de los acontecimientos.

El segundo error es creer que se puede permanecer neutral en todos los conflictos. La verdad es que la neutralidad no siempre es posible y que en los casos de conflicto debidos a injusticia y opresión es totalmente imposible permanecer neutral. Si no tomamos el partido de los oprimidos estaremos tomando, aun sin quererlo, el partido de los opresores. En tales casos, «afirmar la igualdad entre las dos opciones» es hacer una gran favor al opresor, porque con ello no se amenaza el statu quo y se oculta más bien la verdadera naturaleza del conflicto, manteniendo a los oprimidos silenciosos y pasivos en una especie de pseudo-reconciliación impuesta en la que la justicia está ausente. Y la injusticia continúa, aunque se dé la impresión de que la situación no es tan grave como se pensaba, puesto que se ha logrado disminuir las tensiones y los conflictos.

Esto nos lleva al tercer error. Consiste en decir, en general, que los cristianos siempre deben buscar la paz y mantener el «justo medio» en todas las disputas, lo que significa, en última instancia , que se consideran las tensiones y los conflictos como males más graves que la injusticia y la opresión.

Esta es otra falsa afirmación, cuyas raíces están en una falta de compasión hacia los que sufren la opresión. Los que tienen miedo de los conflictos o las confrontaciones, incluso cuando éstas son no violentas, son frecuentemente aquellos que no están convencidos de la necesidad de un cambio. Su prudencia oculta un pesimismo hacia el futuro, pesimismo y falta de esperanza que no tienen nada de cristiano. Puede ser, también, que su interés por la reconciliación cristiana sobre el que se apoyan, justifique una manera de evadirse de las realidades injustas y conflictivas. Tomados globalmente, estos errores sobre la reconciliación cristiana, no son simplemente «malentendidos», sino que se basan en una falta de amor verdadero y de compasión para con los que sufren, así como en una falta de comprensión y de apreciación sobre lo que está en juego en un conflicto grave. En último análisis, apuntar insistentemente hacia una neutralidad ilusoria en todos los conflictos es una forma de tomar partido a favor de los opresores.

La reconciliación en la Biblia.

¿Cuál es el verdadero significado de la reconciliación? ¿Qué significa la reconciliación en la biblia?

En la biblia, la historia del pueblo judío es en gran medida una historia de conflictos con las naciones paganas. Dios no se contenta solamente con animar el conflicto y la confrontación, sino que ordena siempre nuevamente al pueblo que se oponga a la tiranía, a la injusticia y a la inmoralidad de las naciones paganas. Uno de los mayores pecados de la nación judía era precisamente intentar reconciliarse con las naciones paganas que les oprimían. Cuando el pueblo gritaba “¡paz, paz!”, Jeremías les respondía diciendo que no había paz, y que no podría haber paz sin cambio y sin conversión.

Hoy día hay personas que ignoran este mensaje bíblico afirmando que el Nuevo Testamento es diferente y que Jesús nos ha traído un mensaje de paz y de reconciliación. Desde luego, es cierto que una de las cosas que Jesús más deseaba dar a sus discípulos era su paz. En efecto, él dijo, “felices los que trabajan por la paz”. Pero esto debe comprenderse en el contexto mucho más amplio de las palabras que Jesús nos ha dejado en los evangelios de Mateo de Lucas.

“¿Pensáis que he venido para establecer la paz en la tierra?” (La pregunta es chocante: deja suponer que, de hecho, algunos pensaban que Jesús había venido a establecer paz sobre la tierra).“No, os lo aseguro, sino la división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lc 12, 51-53 y Mt 10, 34-36).

La mayor parte de esa cita nos viene del profeta Miqueas (7, 6) que lamentaba los conflictos entre padres e hijos. Jesús cita al profeta para llamar la atención sobre el hecho de que es precisamente este género de conflicto y de disensión el que él mismo va a suscitar. Y sin duda eso es lo que hizo. Ciertamente no tenía tendencia alguna a suscitar disensiones y conflictos por sí mismos, pero su toma de postura clara y neta dividía al mundo entre los que estaban por él y los que estaban contra él.

Además, en el conflicto que existía ya entre los fariseos y los llamados «pecadores», Jesús tomó el partido de los pecadores, de las prostitutas y de los recaudadores de impuestos contra los fariseos.

En el conflicto que existía entre los ricos y los pobres tomó el partido de los pobres. Jesús no trató a las partes en conflicto como si cada una tuviera razón igualmente, o igualmente errara, o como si cada una debiera esforzarse en superar los malentendidos respecto a los demás. De hecho, entra tan radicalmente en conflicto con los fariseos y los ricos que éstos le atacan para difamarlo, detenerlo, acusarlo ante la justicia y ejecutarlo. Jesús, por su parte, no busca ninguna fórmula conciliatoria con las autoridades en vistas a una paz, a una reconciliación o a una unidad falsas.

Sin embargo existen otros ejemplos que muestran cómo Jesús se esforzó por reconciliar a aquellos que estaban en conflicto unos contra otros, como por ejemplo los judíos y los samaritanos, los celotes y los recaudadores de impuestos, algunos fariseos individuales y los pecadores o los pobres, etc. Probablemente por esta razón fue llamado un hombre de paz.

¿Cómo reconciliar ahora estas dos actitudes ante el conflicto, aparentemente contradictorias?

Jesús hizo una distinción entre la paz de Dios y la paz del mundo (Jn 14, 27). La paz que Dios quiere es una paz fundada sobre la verdad, la justicia y el amor. La paz que ofrece el mundo, por otro lado, es una paz y una unidad superficiales, que comprometen la verdad y ocultan las injusticias, una paz y una unidad que se negocian por motivos egoístas. Jesús destruye esa falsa paz y acentúa incluso los conflictos para llegar a una paz verdadera y durable. Para él no se trata de conservar la paz y la unidad a cualquier precio, incluso al precio de la verdad y la injusticia. La paz y la unidad pueden exigir, eso sí, un precio de conflictos y disensiones en el camino que conduce hacia ellas.

Tomás de Aquino tiene presente el mismo problema cuando distingue entre paz y concordia indicando que la concordia es posible entre ladrones y asesinos, pero que la paz no es posible más que si está inspirada por un amor auténtico.

Diversidad de conflictos.

Hemos dicho que existen conflictos diversos. Debemos analizar cada situación con vistas a una respuesta adecuada. Cuando una de las partes tiene razón hemos de apostar por ella. Si la otra está equivocada y está en el poder debemos oponernos a ella a fin de destronarla y quitarle su poder. Además, debemos analizar las razones del conflicto, la red de intereses y las dinámicas de cambio implicadas en el desarrollo del conflicto. Uno se equivoca si piensa que bastarían conversaciones amistosas con las dos partes en conflicto para llevarlas a la reconciliación. Esto es tanto más difícil e ilusorio cuanto más se trata de un conflicto de intereses de grupos más que de individuos. A menudo, las fuerzas sociales que están en el fondo de un conflicto o de un proceso de cambio hacen la situación extremadamente difícil y complicada.

A veces podemos constatar que las dos partes opuestas tienen fundamentalmente razón y que las dos partes actúan por la justicia. En tales casos es muy importante una reconciliación, reconciliación que genera una solidaridad cooperante en la lucha común contra la injusticia. Otras veces constatamos que las dos partes están equivocadas y que las dos forman parte de un sistema de opresión. entonces debemos oponernos a las dos. Es evidente también que no vamos a intentar reconciliarlas en sus posiciones opuestas ni a ayudarlas a descubrir un medio mejor para oprimir a los otros.

El conflicto estructural.

A fin de llegar a descubrir la verdadera raíz de numerosos conflictos, debemos reflexionar en términos estructurales. En otras palabras, no se trata aquí simplemente de individuos que pueden tener razón o estar equivocados; se trata de la forma en que las sociedades están estructuradas, que puede ser justa o injusta, verdadera o falsa. Constatamos así conflictos estructurales entre opresores y oprimidos, entre los ricos y los pobres. No se trata de querellas personales. Tampoco es cuestión de acusar a las personas implicadas en el conflicto, ni de proclamar la inocencia de todas las personas que se encuentran de un lado y la culpabilidad de todas las que están del otro. La causa de los pobres y de los oprimidos es estructuralmente justa y equitativa, independientemente de los méritos o deméritos de la vida privada de los pobres en cuanto individuos particulares. Igualmente la causa de los ricos y
de los opresores es falsa, independientemente de la honestidad, de la sinceridad y de la inconsciencia de los ricos en cuanto individuos particulares.

Así, en el evangelio de Lucas, en el «Magníficat» o canto de María, María canta que es Dios quien “ha derribado a los poderosos de sus tronos y ha ensalzado a los humildes”, quien “ha colmado de bienes a los hambrientos y a los ricos los ha despedido vacíos” (Lc 1, 52-53). Esto no significa que Dios odie a los ricos y a los poderosos y que quiera destruirles en cuanto seres humanos. Significa simplemente que Dios desea derribar a los ricos y a los poderosos de su trono, de su posición en la sociedad, porque las estructuras de esta sociedad son injustas y opresoras.

Esta es la forma como debemos ser del partido de los pobres si queremos ser del partido de Dios. Nuestra opción debe ser por los pobres, por amor a los pobres y a los ricos en cuanto personas individuales. De hecho, la única manera de amar a todo el mundo en una situación de conflicto estructural es tomar partido por los pobres y oprimidos. Fuera de esta opción, todo lo demás nos hace participar en la opresión y en la injusticia.

El amor a los enemigos.

Llegamos ahora a la cuestión del amor a los enemigos. Aquí debemos señalar, de entrada, que se trata del mandamiento de amar a los enemigos, y que este mandamiento no tiene sentido más que si admitimos que verdaderamente tenemos enemigos y que son efectivamente enemigos nuestros.

Cuando hay personas que nos odian, nos maldicen y nos persiguen, Jesús no pide que neguemos que estas personas son enemigos nuestros. Lo son. Cuando Jesús nos pide amarlos a pesar de su conducta hacia nosotros, no quiere en absoluto decir que debemos evitar el conflicto con ellos, no quiere decir que no debamos entrar en confrontación con ellos.

La confrontación y los conflictos no implican necesariamente el odio. Así, los conflictos de clases y la lucha de clases, que a los cristianos tradicionalmente les cuesta tanto admitir, no implica necesariamente el odio. Puede ser que tales luchas sean el único medio eficaz para cambiar las situaciones, el único medio eficaz para derribar a los poderosos de sus tronos.

Los que sostienen y mantienen una distribución injusta de las riquezas y del poder, los que consolidan sus tronos son realmente enemigos nuestros. Son enemigos de todos. Son incluso enemigos de su propia humanidad. Considerados como grupo o clase, nunca bajarán voluntariamente de sus tronos. Hay aquí o allá, algunos individuos que puede ser que bajen de sus tronos, pero siempre habrá otros para remplazarles. La clase dirigente no aceptará nunca bajar voluntariamente: será necesario que derribemos a los dirigentes de sus tronos. Debemos derribarlos, no para sentarnos nosotros en los tronos, ni para que se sienten otros, sino para que ya no haya más tronos.

Tomar el partido de los pobres, única forma de amor eficaz.

Los cristianos pueden sentirse tentados de creer que lo mejor que se puede hacer es dedicarse a la conversión de los que están sentados en los tronos de la injusticia y, así, hacer cesar el sistema convirtiendo a las personas que están sentadas en los tronos, una a una, individual y personalmente.

Pero no es así como cambian las situaciones. Mientras los tronos permanezcan, siempre habrá alguien para sentarse en ellos, y la opresión continuará. La única forma, pues, de amar a nuestros enemigos eficazmente es comprometerse en una lucha que va a destruir el sistema que les hace enemigos nuestros. En otras palabras, si queremos amar y construir una paz durable y verdadera debemos tomar el partido de los pobres y de los oprimidos, oponernos con ellos a los ricos y a los poderosos y comprometernos en el conflicto y en la lucha contra ellos o, más bien, contra lo que ellos representan
y defienden.

En los países destrozados por graves injusticias la única manera de construir la paz como Dios la quiere, consiste en no juzgar el conflicto a distancia y comprometernos nosotros mismos en él.

Tomemos un ejemplo bien actual: en los países que poseen armas nucleares no se puede evitar un conflicto con el gobierno si se quiere hacer que el mundo camine hacia el desarme. Todavía es menos posible reconciliar las necesidades de cuarenta millones de personas que mueren de hambre cada año en los países del tercer mundo con las necesidades de los fabricantes de armas y las estrategias militares, o con las exigencias de algunas naciones ricas que quieren, a cualquier precio, hacerse capaces de destruir a todo agresor potencial y de aniquilarlo. Hay que tomar decisiones. Es necesario tomar partido.

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