Domingo de la 6° semana del Tiempo de la Liberación






Sexto domingo de Pascua
Ciclo B – Juan 15,9-17

Si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve

El evangelio de Juan nos presenta el tema fundamental para las discípulas y discípulos de Jesús: el amor; un tema que será recurrente también en las cartas del apóstol.

No podemos ser parte de la Iglesia de Jesús, si no somos capaces de transitar el escandaloso, subversivo y revolucionario camino del amor que trazó Jesús “qué pasó haciendo el bien y sanando” (Hechos 10,38).


1.    El texto en su contexto:

Las discípulas y los discípulos de Jesús estamos llamados a vivir en el amor. No el amor del que habla la sociedad y la cultura, sino del amor íntimo con que se relaciona el Padre y el Hijo en el seno del Misterio Divino, que se traduce en comunión y en donación (versículo 9).

El cumplimiento de los mandamientos es la expresión de amor, de las discípulas y los discípulos por su Maestro y Amigo, así como Él cumplió lo que le mandó el Padre; Jesús es el modelo de amor al Padre y a sus amigos y amigas (versículo 10 cf 14,15; 1 Juan 2,5; 5,3).

La alegría es la característica de la comunidad discipular. La alegría está ligada a la fiesta en el Antiguo Testamento (Isaías 56,7; Salmo 86,4; Nehemías 12,43). La alegría es la expresión de la comunidad discipular unida en comunión con su Maestro y Amigo (versículo 11 cf Juan 16,24; 17,13; 1 Juan 1,4). La alegría también es producto del cumplimiento de lo que Jesús nos manda.

A diferencia de otros maestros Jesús nos entrega un único mandamiento: “Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes” (versículo 12). El Maestro pone en juego toda nuestra capacidad de ser discípulos y discípulas. No nos pide que amemos a quienes nos aman. Tampoco nos pide que amemos a aquellas personas con quienes nos llevamos bien. O que amemos a nuestros familiares. Nos pide un amor radical, incondicional, escandaloso: que se amen unos a otros. En este mandamiento no hay excepciones, no hay lugar a exclusiones. Y para que no quede duda de hasta dónde o hasta cuándo tenemos que amar, nos pone la medida “como yo los amé a ustedes”; en otra parte escribe el apóstol “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13,1), es decir hasta el grado máximo que alguien puede amar, hasta dar la vida por sus amigos (versículo 13).

Luego de entregarnos su único mandamiento, el amor extremo e incondicional entre nosotros y nosotras, nos llama amigos y amigas (versículos 14-15); Israel fue siervo y Abraham fue amigo (Isaías 41,8), el signo de la amistad es la confidencialidad (cf Job 29,4; Salmo 55,15). Jesús nos llama amigos y amigas porque nos comunica todo lo que escuchó de su Padre, no hay secretos para con nosotros y nosotras; lo único que el Padre quiere de sus hijos e hijas es que se amen unos a otros; nos liberó de la ley del Antiguo Testamento, nos liberó de las pesadas tradiciones de Israel, nos introdujo en el seno de su Misterio, porque Dios es Amor (1 Juan 4,8).

Antiguamente, era el discípulo quien elegía al maestro, sin embargo Jesús, el Maestro (Juan 13,13-14) es quien nos eligió a nosotros y nosotras (versículo 16); fuimos llamados y llamadas por nuestro nombre, a formar parte de la comunidad discipular (Mateo 4,18-21; 9,9-10).

El texto finaliza reforzando el mandamiento (versículo 17); queda claro que el amor, no es una elección nuestra sino un mandamiento.


2.    El texto en nuestro contexto:

En la Iglesia habrá gente que se acerca por su propia voluntad, esas personas son las cristianas y los cristianos del siglo XXI, pero también estarán quienes fueron escogidos, esas personas son las discípulas y los discípulos a quienes Jesús les exige el acto escandaloso, subversivo y revolucionario de amar hasta dar la vida.

En la sociedad hay personas que nos producen rechazo, también en la Iglesia y en nuestra familia, el distintivo de las discípulas y los discípulos es amar también a esas personas (Mateo 5,38-48): “el que odia a su hermano es un asesino” (1 Juan 3,15); en esta lógica:

v  los prejuicios se tornan homicidio
v  los juicios y las condenas se tornan homicidios
v  la discriminación se torna homicidio
v  el llamar abominable se torna homicidio
v  el llamar endemoniado o satanás se torna homicidio
v  la exclusión se torna homicidio

 Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve. Jesucristo nos ha dado este mandamiento: que el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4,20-21) y la única forma real de amar es aceptar sin prejuicios, sin juicios, sin condenas, sin discriminación, sin exclusión, a ejemplo de Dios que no hace diferencia entre las personas (Hch 10,334).

Sabemos que en muchas iglesias esto no sucede. Escuchamos a personas “piadosas” arremeter contra sus hermanos y hermanas porque “la biblia dice”, porque “hace tal o cual cosa”, porque “es tal o cual cosa”. Hemos escuchado a pastores de determinadas iglesias hablar en contra de las personas divorciadas, en contra de las personas GLTB, en contra de las personas con vih sida, en contra de las personas discapacitadas. Estas iglesias, estas personas, estos pastores no son cristianos; no forman parte de la Iglesia de Jesucristo; no sirven al Dios que reveló Jesús.

Las discípulas y los discípulos de Jesús somos enviados a dar fruto (Juan 15,16) y nuestro fruto es el amor en el mundo. La única forma posible de transformar las estructuras injustas de nuestra sociedad y nuestra cultura es a través del amor, un amor incondicional y liberador; en esto seremos reconocidos y reconocidas: “miren como se aman” (Hechos 4,32-35).


Buena semana para todos y todas. +Julio.

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