El pacto de las catacumbas, 16 de diciembre de 1965 - 2014.
Mañana, 16 de noviembre se cumplen 49 años del Pacto de las Catacumbas. Cuando estaba finalizando el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962 - 1965), aproximadamente 40 obispos, de la Iglesia Católica Apostólica Romana, animados por Don Helder Cámara, celebraron la Eucaristía en las Catacumbas de Santa Domitilia. Finalizada la misma, celebraron un pacto que, a partir de ese momento pasó a llamarse "Pacto de las Catacumbas" en el que se pone especial énfasis en retornar al modelo de Iglesia sierva y pobre. Propusieron para sí mismos, ideales de sencillez y pobreza, renunciando al modelo de iglesia monárquica y retornando al modelo de Iglesia de los primeros siglos.
Entendemos que este es el espíritu que debe animar a la Iglesia de Jesucristo, sin importar a qué denominación cristiana se pertenezca. Este pacto es auténticamente evangélico y un desafío para todos los líderes cristianos, en todos los tiempos.
A continuación presentamos el texto del Pacto de las Catacumbas que luego, adhirieron muchísimos más obispos de América Latina y de otros continentes:
«Nosotros, obispos, reunidos en el
Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de
pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros, en una iniciativa
en que cada uno de nosotros quisiera evitar la excepcionalidad y la presunción;
unidos a todos nuestros hermanos de episcopado; contando sobre todo con la
gracia y la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y
de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el
pensamiento y la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los
sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de
nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que
Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo siguiente:
1) Procuraremos vivir según el modo
ordinario de nuestra población, en lo que concierne a casa, alimentación,
medios de locomoción y a todo lo que de ahí se sigue.
2) Renunciamos para siempre a la
apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (tejidos
ricos, colores llamativos, insignias de material precioso). Esos signos deben
ser ciertamente evangélicos: ni oro ni plata.
3) No poseeremos inmuebles ni muebles, ni
cuenta bancaria, etc. a nuestro nombre; y si fuera necesario tenerlos,
pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales caritativas.
4) Siempre que sea posible confiaremos la
gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos
competentes y conscientes de su papel apostólico, en la perspectiva de ser
menos administradores que pastores y apóstoles.
5) Rechazamos ser llamados, oralmente o
por escrito, con nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (Eminencia,
Excelencia, Monseñor...). Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de
Padre.
6) En nuestro comportamiento y en nuestras
relaciones sociales evitaremos todo aquello que pueda parecer concesión de
privilegios, prioridades o cualquier preferencia a los ricos y a los poderosos
(ej: banquetes ofrecidos o aceptados, clases en los servicios religiosos).
7) Del mismo modo, evitaremos incentivar o
lisonjear la vanidad de quien sea, con vistas a recompensar o a solicitar
dádivas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a considerar
sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la
acción social.
8) Daremos todo lo que sea necesario de
nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y
pastoral de las personas y grupos trabajadores y económicamente débiles y
subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la
diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el
Señor llama a evangelizar a los pobres y los trabajadores compartiendo la vida
y el trabajo.
9) Conscientes de las exigencias de la
justicia y de la caridad, y de sus relaciones mutuas, procuraremos transformar
las obras de “beneficencia” en obras sociales basadas en la caridad y en la
justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a
los organismos públicos competentes.
10) Haremos todo lo posible para que los
responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y
pongan en práctica las leyes, las estructuras y las instituciones sociales
necesarias a la justicia, a la igualdad y al desarrollo armónico y total de
todo el hombre en todos los hombres, y, así, al advenimiento de otro orden
social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios.
11) Porque la colegialidad de los obispos
encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las
mayorías en estado de miseria física cultural y moral ―dos tercios de la
humanidad― nos comprometemos a: -participar, conforme a nuestros medios, en las
inversiones urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
-pedir juntos a nivel de los organismos
internacionales, dando siempre testimonio del evangelio como lo hizo el Papa
Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y
culturales que no fabriquen más naciones pobres en un mundo cada vez más rico,
sino que permitan a las mayorías pobres salir de su miseria.
12) Nos comprometemos a compartir nuestra
vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes,
religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero
servicio; así:
-nos esforzaremos para “revisar nuestra
vida” con ellos;
-buscaremos colaboradores que sean más
animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
-procuraremos hacernos lo más humanamente presentes
y ser acogedores;
-nos mostraremos abiertos a todos, sea
cual sea su religión.
13) Cuando volvamos a nuestras diócesis,
daremos a conocer a nuestros diocesanos nuestra resolución, rogándoles nos
ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles».
Comentarios
Publicar un comentario