Aportes para una reflexión comunitaria sobre el diaconado


 
El vocablo griego diakonos (‘ministro’ o ‘sirviente’) aparece unas 30 veces en las Escrituras Cristianas, y sus cognados diakneoµ (‘ministrar’) y diakonia (‘ministerio’) aparecen, entre las dos, otras 70 veces. En la mayor parte de los casos en que aparecen estos términos en las Escrituras Cristianas no hay ningún indicio de significado técnico que se refiera a funciones especializadas en la Comunidad Discipular. En griego proviene del verbo «servir». 

En la Comunidad Apostólica se llamó así primeramente al encargado de servir a las mesas en la comida fraternal de la Comunidad Discipular (Hch 6.1–2). Después se le confiaron otros servicios especiales, hasta que, con el tiempo, el oficio de diácono llegó a ser uno de los principales de la iglesia, inferior solo al de «obispo» y al de «anciano» o «presbítero» (Hch 6,1–7; Fil 1,1; 1Ti 3,8-3).  

Generalmente, diakonos es un servidor, a menudo el que sirve a la mesa, o sea camarero. En tiempos helenísticos también llegó a representar a ciertos funcionarios del culto y el templo, que sirvieron de base al uso técnico cristiano. El sentido más general es común en las Escrituras Cristianas, ya sea para los servidores reales (Mt. 22,13) o para un servidor de Dios (1Ts. 3,2). En un solo pasaje de los escritos paulinos se describe a Epafras como “diácono” de Cristo y a sí mismo el apóstol como “diácono” del evangelio y de la Comunidad (Col. 1,7.23.25). Otros ejercen diakonia hacia Pablo (Hch. 19,22; cf. Flm. 13 y también quizás Col. 4,7; Ef. 6,21); el contexto que se desprende del relato demuestra que en estos casos se trataba de sus ayudantes en la tarea evangelizadora. Pretender encontrar en la Comunidad Apostólica y en las Comunidades post 70 el origen del obispo con su diácono es forzar el lenguaje y los hechos históricos. 

También aquí diakonia se aplica especialmente a la predicación del Evangelio y la obra pastoral.  En las Escrituras Cristianas, sin embargo, este término nunca pierde completamente su relación con la provisión de necesidades materiales y el cumplimiento de servicios (Rom. 15,25 tomado en su contexto; 2Co. 8,4). El camarero sigue siendo diakonos (Jn. 2,5.9); el acto de Marta de servir la mesa (Lc. 10,40) y la atención de la suegra de Pedro (Mc. 1,31) son casos de diakonia. La insistencia de Jesús en que su venida tenía por misión servir (Mc. 10,45) tiene que considerarse a la luz de esta concepción. Resulta muy significativo el hecho de que en Lc. 22,26ss la afirmación de Jesús esté ubicada en el contexto del servicio a la mesa. Jesús se presenta en la historia como el diácono por excelencia, el que sirve a la mesa de su pueblo. Y como nos muestran estos pasajes, el “diaconado” es, en este sentido, una impronta de toda la Comunidad Discipular.   

Existía una analogía contemporánea para los “diáconos” como funcionarios del culto. Por lo tanto, cuando vemos que se saluda a la Comunidad Cristiana “con los obispos y diáconos” (Fil. 1,1), es natural que surja el pensamiento que es una referencia a dos clases particulares dentro de ella. Ciertamente, algunos estudiosos, ven más bien los elementos “dirigentes” y “servidores”, que juntos forman la iglesia, pero es dudoso que pueda aplicarse esto a 1Ti. 3 pasaje en el que se presenta una lista de cualidades para los obispos, inmediatamente seguida por una lista paralela para los diáconos. Sin lugar a dudas creemos que son cualidades particularmente apropiadas para aquellas personas cuyas responsabilidades son las finanzas y la administración y la prominencia del servicio social en la Comunidad Cristiana; esta última función haría de diakonos un término especialmente adecuado para tales personas, y hasta más dado que la fiesta de solidaridad, que literalmente comprendía servicio a la mesa, era un medio común - regular de ejercer el amor y la solidaridad.  Si bien diakonia es una característica de toda la Comunidad Discipular, también es un don especial —simultáneo al de profecía y de administración, pero diferente del ofrendar generoso— que debe ser ejercido por los que lo poseen (Rom. 12,7; 1P. 4,11). Y si bien se puede llamar “diácono” a todo servidor de Cristo, es un término que puede aplicarse particularmente a los que ministran, como Febe (Rom. 16.1), de las formas mencionadas.  Es incierto que el diaconado haya existido universalmente bajo este nombre, o que, por ejemplo, “los que ayudan” en Corinto (1Co. 12,28) fueran equivalentes a los “diáconos” de Filipos. Muy pocas cosas nos sugieren que en la época de la Comunidad Discipular de fines de siglo I y menos aún en la Comunidad Apostólica el término “diácono” tuviera un sentido mayor que el de un término semi-técnico, o que tenga alguna relación con el (h\azzaµn) judío. 

Ciertamente resulta significativo que, enseguida de enumerar las cualidades de los diáconos, los escritos paulinos retornan al sentido general de la palabra al exhortar a Timoteo mismo (1Ti. 4,6. cf. 1P. 4,10 con 4,11).  A menudo se considera que el relato de Hch. 6 sobre el nombramiento, por parte de la Comunidad Apostólica, de siete hombres aprobados para supervisar la administración del fondo para las viudas, constituye la institución formal del diaconado. Es dudoso que haya base suficiente para pensar así. Si dejamos de lado las teorías que no se pueden probar pero que consideran que esos siete constituían la contrapartida helenística de los Doce, podemos notar, primero, que nunca se les llama “diáconos” a los siete, y segundo, que en las ocasiones en que se emplean los cognados se los aplica igualmente a la diakonia de la Palabra ejercida por los Doce (Hch. 6,4) como a la de las mesas (ya sea en relación con comidas o con dinero) que ejercía n los siete (Hch. 6,2). La imposición de manos es demasiado común en el escrito lucano para que sea considerada como una etapa especial en este caso, como ordenación en el sentido actual, y la actividad de Esteban y de Felipe muestra que los siete no tenían como único cometido el servicio de las mesas (Hch. 6,8-7,60; 8,4-40).  Si bien hay una marcada tendencia a identificar la institución de los siete en el relato lucano asociada a un orden ministerial, su significación reside, sin embargo, no en la institución de dicho orden en la jerarquía ministerial, sino en el hecho de ser el primer ejemplo que se recoge de la historia de la Comunidad Apostólica de la delegación de responsabilidades administrativas y sociales en quienes tenían perfil y dones apropiados, y que resultaría típica de las Comunidades Discipulares provenientes de la gentilidad, y el reconocimiento de tales deberes como parte del ministerio cristiano.  

El uso eclesiástico institucionalizó y limitó la concepción neotestamentaria del diaconado. En la literatura de los Padres de la Iglesia se reconoce la existencia de diáconos, sin especificar sus funciones (cf. 1Clemente 42; Ignacio, Magnesianos 2,1; Tralianos 2,3; 7,3). En la literatura no canónica posterior se identifica a los diáconos ocupados en funciones tales como la atención de las personas enfermas, lo que debió haber formado parte de la diaconia cristiana en tiempos apostólicos; pero sus deberes en la eucaristía (por la vía del servicio en las mesas durante la comida comunal), y sus relaciones personales con el obispo se tornaron cada vez más prominentes. Ya en esta época la función episcopal estaban estrechamente ligada a la corte monárquica.

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