Otro Dios es posible: ¿Curó enfermos? (entrevista 29)
RAQUEL Nuestros
micrófonos hoy en Cafarnaum. A nuestras espaldas, la
que fue casa de
Simón Pedro, muy cerca del embarcadero, junto al lago de Galilea. Y con
nosotros, una vez más, Jesucristo, en entrevista exclusiva. La más cordial
bienvenida, Maestro.
JESÚS Para
ti también, Raquel. Y te recuerdo que…
RAQUEL … Sí, ya sé, que no le llame Maestro.
Disculpe una vez más. En
fin,
Jesucristo, algunos radioescuchas me insisten en que le pregunte acerca de los milagros realizados por usted.
JESÚS ¿Cuáles
milagros?
RAQUEL Si
he contado bien, en los evangelios se narran hasta 41 milagros
suyos, la mayoría
curaciones de distintas enfermedades. Mi primera pregunta es: ¿Se trataba de
enfermedades físicas incurables o de dolencias sicosomáticas?
JESÚS ¿Dolencias…?
RAQUEL Es
decir, enfermedades de la mente, sicológicas… Por ejemplo,
una ceguera por
histeria… Los ojos no están dañados, pero la persona no ve nada después de
sufrir un trauma… ¿Sus curaciones fueron de este tipo?
JESÚS No sé… Mira lo que me pasó un día. Yo
estaba hablando,
precisamente
aquí, en casa de Pedro. Había demasiada gente. Y unos muchachos, como no podían
llegar donde yo estaba, abrieron un agujero en el techo, imagínate.
RAQUEL Querían escucharlo a usted, seguramente.
JESÚS No, ellos traían a
un familiar paralítico… Y lo descolgaron por el techo con camilla y todo… La
gente se alborotó.
RAQUEL ¿Y
usted qué hizo?
JESÚS Yo conversé un rato
con el enfermo, él me contó las mil desgracias de su vida. Y la última de
todas, que no podía caminar.
RAQUEL ¿Y después?
JESÚS Después, lo miré
fijamente un buen rato. Yo creo que lo miré por dentro. Le di ánimo y le dije:
Levántate y anda.
RAQUEL ¿Y
el paralítico se levantó?
JESÚS Sí,
se enderezó, sintió que sus piernas lo sostenían… y echó a
andar.
RAQUEL ¿Un
milagro?
JESÚS No
sé.
RAQUEL ¿Cómo
que no sabe?
JESÚS Que
yo no sé si sería un milagro. En mi tiempo, conocí personas, mujeres sobre
todo, que alentaban a los enfermos con sus palabras, con sus manos. Las vi
hacer cosas mayores que lo que yo hice aquel día.
RAQUEL Pero
hubo más días. A usted le traían tullidas, ciegos, sordos…
¿Qué
les hacía?
JESÚS Lo mismo. Los
miraba por dentro, les daba confianza en sus propias fuerzas… Y muchos se
curaban.
RAQUEL ¿Lo
que hoy llamaríamos psicoterapia de sanación?
JESÚS La
verdad, no sé cómo se llamará eso, Raquel… pero se curaban.
RAQUEL ¿Usted
pensaba que eran milagros?
JESÚS Yo pensaba que eran
signos del amor de Dios con los más pobres. Con las más despreciadas. Signos,
¿comprendes? Señales.
RAQUEL Pero,
¿no hizo ningún milagro de los otros, de los milagros-
milagros?
JESÚS ¿Y
cuáles serían esos milagros-milagros?
RAQUEL No sé… Que un muerto
se levante. Que a una sin brazos, le crezcan los brazos. Que a otro sin pies,
le salgan dos pies.
JESÚS Pero, ¿qué dices,
Raquel? Para Dios nada es imposible. Pero Él no hace esas cosas raras. Él no
cambia las reglas en mitad del juego.
RAQUEL Espérese
que…
JESÚS ¿Quiénes
son ésos que vienen?
RAQUEL Me
parecen de la competencia… Son periodistas de otras
emisoras. Una pausa
comercial y enseguida regresamos. Soy Raquel Pérez, Emisoras Latinas,
Cafarnaum.
CONTROL CARACTERÍSTICA MUSICAL
LOCUTOR Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas
con Jesucristo en su
segunda venida a la Tierra. Una producción
de María y José
Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
MÁS DATOS SOBRE ESTE POLÉMICO TEMA…
En la casa de Pedro
El relato
del paralítico curado por Jesús aparece en los tres evangelios sinópticos
(Marcos 2,1-12). Este hecho ocurrió en la casa de Pedro. Los cimientos de lo
que fue esa pequeñísima casa, en las ruinas de la Cafarnaum actual, son
uno de los lugares con mayor autenticidad histórica entre los recuerdos
materiales de la vida de Jesús.
¿Un milagro?
Está
ampliamente probado que hay enfermedades y hay enfermos ―no es lo mismo― y es
comprobable que en algunos enfermos sus enfermedades están estrechamente
vinculadas a traumas sicológicos o a procesos síquicos reversibles. También
sabemos que en todas las culturas han existido y existen personas con capacidad
para “sanar” esos enfermos, por la energía vital que tienen sus palabras y por
la fuerza que sus actitudes de autoridad espiritual, compasión y benevolencia
transmiten.
Las
parálisis tienen a menudo un origen psíquico. El doctor Nicanor Arriola,
ortopedista muy conocido y querido en Iquitos, Perú, relata esta experiencia: Un
día, un anciano en silla de ruedas llegó a mi consultorio con su familia.
Examiné los músculos del inválido y concluí que no tenía nada, que padecía una
“parálisis histérica”. Entonces, recordando lo que hacía Jesús, me levanté, me
puse ante el anciano y con una voz de autoridad y de ternura le dije:
¡Levántate y anda! Y el anciano se puso en pie y, tambaleante, caminó hacia mí.
La familia lo consideró un milagro.
La fe mueve endorfinas
¿Cómo
explicar ese ”milagro” y tantos “milagros” de este tipo? La fe mueve
montañas, decía Jesús. Lo que Jesús no podía saber, porque en su tiempo
nadie lo sabía, es que la fe mueve endorfinas.
Algunos
sanadores son simples charlatanes que se aprovechan de la ignorancia y de las
necesidades de la gente.
Una película que presenta críticamente, con inteligencia y
humor, cómo actúan esos farsantes es “Salto de fe” (“Leap of faith”, 1992), del
director Richard Pearson. En otros casos, no se trata de trucos, sino del
conocido “efecto placebo”: se le da al enfermo una píldora que no es más que
azúcar o se le pone una inyección de suero, pero diciéndole que es un remedio
muy efectivo para su enfermedad. Hasta en un 50% de los casos los pacientes
sienten la mejoría.
¿Por qué
ocurre esto? Lo explica así el doctor Arriola: Como el enfermo tiene fe en
la medicina recibida, su cuerpo reacciona positivamente elaborando en su
cerebro una sustancia llamada endorfina, que es como una morfina natural, que
calma el dolor y le hace sentir mejor. La descarga de endorfinas en la sangre
explica, por ejemplo, que un individuo, durante un incendio, salga corriendo
aunque tenga fracturado un pie. Y explica también que una enferma a quien un
sanador o un predicador impone las manos se levante de su postración. Y es
posible que esa mujer se cure realmente porque su enfermedad, como la del
anciano que yo “curé”, era más sicológica que física. Con una dosis de
confianza en el doctor y con una descarga de endorfinas, algunos enfermos se
levantan, recobran la vista, se curan. Nuestro cuerpo es la mejor farmacia que
tenemos. Nuestro cuerpo reacciona a las enfermedades y produce las sustancias
curativas que necesitamos. El milagro lo hacemos nosotros mismos.
Jesús, un sanador
En los
cuatro evangelios se le atribuyen a Jesús hasta 41 milagros. Mateo es el que
cita más: 24. Y Juan, el que menos: 9. La mayoría de los hechos milagrosos
consignados en los evangelios son curaciones de distintas enfermedades. Aun los
críticos más severos admiten que Jesús debió ser un hombre con habilidad y
capacidad para sanar enfermos y enfermas, para aliviarlos o para fortalecer su
fe y su confianza en que podían curarse. Los “poderes” que tuvo son difíciles
de precisar a dos mil años de distancia y a partir de relatos tan esquemáticos.
Hoy sabemos que las terapias más eficaces son las que consideran al ser humano
de forma integral, como una totalidad, buscando bajo los síntomas físicos las
causas psíquicas o espirituales de la enfermedad. Jesús
de Nazaret ya “sabía” de esto. Y es “esto” lo que explica sus “milagros”.
Milagros que son señales
Si se
aplica a los relatos de milagros en los evangelios una crítica literaria rigurosa, se observa cómo algunos están duplicados
(comparar Marcos 10, 46-52 con Mateo 20, 29-34), otros ampliados, otros
adornados. Todo esto indica que, aunque hay un núcleo histórico cierto en las
curaciones que obró Jesús, no deben interpretarse los evangelios como un
catálogo de maravillas realizado por un superman poderoso, sino como signos de
liberación.
Para
acentuar esta perspectiva, al referirse a los “milagros” de Jesús, el evangelio
de Juan emplea siempre la palabra griega “semeion” (signo, señal). Usando esta
palabra, evita equiparar el hecho que relata a un prodigio físico y
espectacular, presentándolo sobre todo como un signo de que Dios quiere la vida
y nos libera. Nos libera de la enfermedad y la tristeza, de la angustia y el
abatimiento vinculados a la
enfermedad. Más desesperación aún causaba la enfermedad en
tiempos de Jesús, ya que por la total ignorancia científica sobre el origen de
las enfermedades, era generalizada la creencia de que la enfermedad era un
castigo de Dios por el pecado o una prueba a la que Dios sometía a la
gente para conocer sus reacciones, para saber hasta cuánto aguantaba sin pecar
maldiciendo a Dios.
Señales que hablan
La
perspectiva del evangelio de Juan
es teológica: los “milagros” de Jesús no fueron hechos
aislados y maravillosos que él habría obrado movido por la compasión que le
inspiraban casos individuales de sufrimiento. Si así hubiera sido, no serían
señales de nada, se agotarían en sí mismos. Juan los presenta como signos o
señales que hablan de lo central de la misión de Jesús.
Que Jesús
de Nazaret haya curado a un paralítico en el siglo primero, ¿qué puede
significar hoy? Los evangelios responden a esta pregunta presentando a Jesús
como el mensajero del proyecto de Dios: si Jesús puso en pie a un hombre
postrado, fue una señal de que su mensaje es capaz de echar a andar a los seres
humanos, sacándolos de la pasividad, de sus miedos, de su fatalismo. Así, en
cada uno de los curados por Jesús los evangelistas dibujaron arquetipos de
hombres y de mujeres víctimas de distintas problemáticas existenciales.
Aquellas enfermedades
En los
relatos evangélicos Jesús cura ciegos. En aquellos tiempos, el clima tan seco
de Palestina y la generalizada falta de higiene hacía muy frecuentes las
enfermedades de los ojos: infecciones oculares, glaucomas, y también cegueras
histéricas. ¿Curó esas dolencias Jesús? Tal vez sí, tal vez no. Lo que sí
sabemos es que abrió los ojos de la gente para que entendieran que no era
voluntad de Dios ni su enfermedad ni su miseria.
También
hay relatos de curaciones de paralíticos o tullidos, de gente con cojera o con
manos “secas”. Eran, con toda seguridad, enfermos con una variedad de dolencias
en los huesos o en los músculos, enfermos de artrosis o de artritis. Sin
recursos ortopédicos, estas enfermedades serían una auténtica tortura. ¿Los
curó Jesús? Tal vez sí, tal vez no. Lo que sí sabemos es que puso en pie a
quienes se sentían derrotados, inútiles, fracasadas.
Los
evangelios también relatan curaciones de leprosos. En aquel tiempo, por
ignorancia de las causas de los males de la piel, cualquier enfermedad cutánea
―erupciones, viruela, herpes, granos, sarna― era llamada “lepra”. Y por
creencias religiosas, se consideraba a estos enfermos y enfermas especialmente
malditos. Eran “impuros” y esa impureza los discriminaba totalmente. Hoy
sabemos cuánta importancia tienen los estados nerviosos en las enfermedades de
la piel. ¿Jesús curó “leprosos”? Tal vez sí, tal vez no. Lo que sí sabemos es
que se acercó a ellos para integrarlos a la comunidad de la que los expulsaban
las leyes religiosas de su tiempo.
También
hay relatos evangélicos sobre curaciones de sordos y mudos, y de “locos”,
enfermedades que la gente, por sus síntomas enigmáticos o llamativos,
identificaba con la presencia en el cuerpo de los enfermos de espíritus
“impuros”, lo que era sinónimo de posesión diabólica. ¿Los curó Jesús? Tal vez
sí, tal vez no. Lo que sí sabemos es que abrió las orejas de su pueblo para que
perdiera el miedo al diablo y recuperara la confianza en Dios.
Los tres
relatos de “resurrección de muertos” (el hijo de la viuda de Naím, la hija del
centurión romano y Lázaro de Betania) son narraciones totalmente simbólicas.
Las reglas del juego
Aunque la
actitud positiva y vital del enfermo y la autoridad espiritual y las energías
positivas del sanador pueden curar ciertas dolencias y “remitir” el proceso de
algunas enfermedades graves ―se ha observado esto, por ejemplo, en casos de
cáncer―, hay que ser escépticos sobre la duración en el tiempo de estas
curaciones, ya que por tratarse de dolencias de origen psíquico, a menudo lo
que desaparece en la “sanación” son los síntomas, pero las causas físicas de la
enfermedad permanecen. La potencialidad humana para sanar o sanarse y para
enfermar o enfermarse es enorme.
También
hay “milagros” imposibles, que ninguna persona, por espiritual que sea, puede
realizar, que ninguna oración puede lograr. Las enfermedades que se deben a
defectos genéticos no son curables. Un miembro amputado no reaparece nunca. Y
un muerto no resucita. Las reglas del juego de la vida, que son las mismas del
juego de las limitaciones que culminan en la muerte, no las cambia nadie. Ni
Dios.
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