Tiempo del Espíritu - Tiempo de la Iglesia
Reflexión semanal - Sexto Domingo de Pascua.
“Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.
“No los voy a dejar huérfanos; volveré para estar con ustedes. Dentro de poco, los que son del mundo ya no me verán; pero ustedes me verán, y vivirán porque yo vivo. En aquel día, ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes están en mí, y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los obedece, demuestra que de veras me ama. Y mi Padre amará al que me ama, y yo también lo amaré y me mostraré a él.” (Jn 14,15-21: versión Biblia de Estudio Dios Habla Hoy).
Este texto del Evangelio de Juan nos introduce en el Tiempo del Espíritu o Tiempo de la Iglesia.
Este tiempo, está marcado por la despedida: Jesús, el Profeta de Nazaret no estará más entre los suyos. La cruz es el acto decisivo de la separación y de la partida: “los que son del mundo ya no me verán”. Pero también está marcado por la promesa. El amor es el acto decisivo del encuentro y la comunión: “pediré al Padre que les mande el Espíritu de la verdad para que esté siempre con ustedes”.
Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos (v15). El AMOR es el distintivo de las discípulas y los discípulos de Jesús. No existe la posibilidad de amar a Jesús y obedecer sus mandamientos, es decir amar a todas y todos sin excepción, si no es a través del compromiso radical, con los derechos humanos y la dignidad de las personas vulneradas por los poderosos y del servicio solidario, a las personas discriminadas y excluidas, víctimas de la sociedad, la cultura y la religión (cf. 1Jn. 4,20).
Amar a Jesús significa decir y hacer lo que él dijo e hizo (cf. Jn 14,6).
Los que son del mundo ya no me verán; pero ustedes me verán (v18). Este amor incondicional provocó la muerte de Jesús. Una muerte violenta a manos de los poderosos de la sociedad, la cultura y la religión. Para las discípulas y los discípulos de Jesús, su muerte no significa ausencia. Jesús sigue estando presente en la comunidad que se reúne (cf. Mt. 18,20), en las discípulas y discípulos que sirven a las personas que están en situación de cruz (cf. Mt. 25,34-40).
La Iglesia, enviada a servir a la humanidad, descubre la presencia de Jesús en las personas victimizadas por quienes sirven al poder. De esta forma, denuncia a los poderosos la injusticia que oprime y deshumaniza (cf. Mt. 15,1-9; 23,13-36; 25,45); y anuncia a las víctimas la solidaridad divina para con ellas y la promesa de vida digna, plena y abundante (cf. Jn. 10,10), necesaria aquí y ahora (cf. 1Jn. 4,21).
Pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad (c16). Las discípulas y los discípulos de Jesús no quedamos en soledad tras su muerte. El Espíritu de la Verdad acompaña a la Iglesia en su misión de construir otro mundo posible, donde sean realidades: la paz, la justicia y la equidad para todas las personas sin excepción.
La humanidad y el planeta, claman por este otro mundo posible. Las discípulas y los discípulos de Jesús, tenemos la certeza de que no es una utopía, sino un desafío a construir, aquí y ahora: “En aquel día, ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes están en mí, y yo en ustedes” (v20).
Buena semana para todas y todos.
Obispo Julio.
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