Paz en la Justicia - Segundo domingo del Tiempo de la Promesa




Tiempo de la Promesa
2° Domingo
Baruc 5,1-9


1.     El texto en su contexto

¿Qué sabemos del profeta Baruc?. En realidad muy poco. Sabemos que fue hijo Nerías y se desempeñó como secretario del profeta Jeremías (Jr 32), fue su portavoz (36), compañero en el ministerio (43) y finalmente el destinatario de una profecía personal (45).

¿Fue Baruc el escritor de este libro profético? Seguramente no. Este libro que entro en el canon como deuterocanónico ha sido uno de los últimos escritos sagrados de Israel. El original hebreo no se ha encontrado aún y contamos únicamente con una versión griega. Sin lugar a dudas, este personaje motivó a su escritor o compilador a acogerse a su nombre poco utilizado, ya que contamos con varios Isaías y Jeremías, por ejemplo, y nombre ilustre por su proximidad al profeta Jeremías.

El texto es una profecía de esperanza. Anuncia un tiempo de paz en la justicia. No la “paz romana” impuesta con la presencia de los ejércitos imperiales. No la “paz de la ONU” impuesta con la presencia de ejércitos que responden al Consejo de Seguridad Nacional que manejan los países poderosos. La paz anunciada es posible porque habrá justicia; y la justicia bíblica no es igualitaria, todo para todos; sino equitativa, a cada cual lo que necesita para ser plenamente  lo que es en el designio divino.

Cambiarse el vestido simboliza el comienzo de la liberación (vv 1), transitar de la opresión a la libertad (Jdt 10,3; Is 52,1) dejando atrás la esclavitud, el sometimiento, el dominio, el control de los poderosos.

Envolverse o vestirse con el “manto de justicia” (vv 2) simboliza que Dios defiende y restablece los derechos de aquellas personas desterradas, oprimidas, explotadas, vulneradas en sus derechos y su dignidad.

El cambio de nombre (vv 4), o renombrar es muy común en el tradición bíblica para simbolizar el destino de algo o de alguien (Is 1,26; 60,14.18; 62,4.12). el nuevo nombre Paz en la Justicia (yeru – Shalom) reemplaza al viejo nombre yeru – shalem. El nuevo nombre anuncia una nueva realidad, las personas rescatadas respetarán a Dios y esa será su gloria, promoverán la justicia y de esa justicia establecida y consolidada entre las personas y los pueblos brotará la paz.

La invitación a ponerse en pie, pararse, dejar atrás la situación de estar tendida en el dolor, en la aflicción, en la opresión, abandonar el ensimismamiento y dirigirse hacia la altura para mirar (vv 5) es la invitación del profeta para ver la realidad futura, que no es quimera pues ya ha comenzado, podemos experimentar los efectos de una nueva civilización basada en la paz con justicia como respuesta de parte de la humanidad a la invitación divina.

El retorno triunfante de los desterrados es el signo del triunfo de la justicia de Dios sobre la injusticia humana (vv 6 cf Is 40; 55,12).

La gloria de Dios, es decir, la misma Persona Divina, el Ser Indecible al que llamamos Dios, guiará a las personas desterradas, explotadas y oprimidas con alegría, con justicia y misericordia (vv 7-9); será el mismo Dios, no ya en figura como en el éxodo (Is 40,3ss).


2.     El texto en nuestro contexto:

Quienes hemos vivido en los siglos XX y XXI somos testigos de las realidades, en nuestra época, de los contenidos de esta profecía: millones de personas excluidas, despojadas, invisibilizadas, silenciadas por los poderosos (pueblos originarios, afrodescendientes, diversidad sexual, mujeres, continentes enteros como África); esta realidad clama por justicia y espera que se realice (Ex 3,7-15). Cientos de miles de millones han muerto en estas condiciones y es hora de ponerle fin a esta realidad injusta que deshumaniza a quienes son víctimas y a quienes somos cómplices por acción o por omisión.

En estos dos siglos, hemos sido testigos de las barbaridades cometidas por los países poderosos, arrasando pueblos enteros en nombre de la seguridad, de la paz, de la libertad, para luego constatar que lo único que motivó esas guerras fue la ambición, el controlar las riquezas naturales como por ejemplo, el petróleo; o la expropiación constante de las riquezas en África como antes, siglos atrás se hizo en América.

E profeta Baruc no invita a construir la esperanza. No una esperanza en la intervención divina y milagrosa, sino una esperanza en la intervención humana y concreta. Nos invita a practicar la justicia para que se consolide la paz. No sería necesario el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ni los “cascos azules” si las personas tuvieran lo necesario para sus vidas y si los poderosos no dominaran a los pueblos empobrecidos y a las personas sometidas. Si en lugar de construir misiles para destruir se construyeran viviendas para las personas que están en situación de calle; si en lugar de enviar naves espacies a explorar la vida en otros planetas se construyeran huertas y fábricas de alimentos para preservarla en este planeta; si en lugar de inventar guerras para expropiar las riquezas naturales se intercambiara bienes y servicios entre los pueblos …

La paz estable y duradera no se garantiza con la presencia de “cascos azules” sino con comida y trabajo, con vida digna. Basta echar una mirada y ver en qué países están las fuerzas de seguridad de Naciones Unidas “garantizando la paz”; nada más ni nada menos que en aquellos países más pobres, que transitaron guerras y guerrillas promovidas por los poderosos.

Urge la construcción de una civilización planetaria de la paz, pero para ello es necesario un nuevo orden mundial; un orden basado en la equidad; en el respeto a la vida, a toda forma de vida; en la justicia y necesariamente la justicia comienza por una redistribución de las riquezas; cada quien debe tener lo necesario para vivir dignamente, si tiene más de lo que necesita es porque está apropiándose de lo que otras personas necesitan.

Desde la IADC invitamos a todas las personas cristianas y a todas las personas de buena voluntad a poner fin a esta civilización decadente en mano de unos pocos que controlan todo. Invitamos a consolidar esas células que aisladamente, en diferentes partes del planeta son signo de una nueva civilización planetaria de la Paz en la Justicia, comenzando por nuestras familias, nuestras iglesias, nuestra sociedad, nuestro mundo; porque otra familia es posible, otra iglesia es posible, otra sociedad es posible, otro mundo es posible, pero para ello es necesario abandonar el ensimismamiento, ponerse de pie, comenzar a caminar al encuentro de los iguales, denunciando la injusticia y anunciando que otro mundo es posible. Tenemos que convencernos de ello; tenemos que comprometernos con ello, de lo contrario, nuestra fe es “opio” dijera Marx, “un ídolo con pies de barro” según el sueño de Nabucodonosor (Daniel 2), o “mierda” dijera yo.

Buena semana para todos y todas.
+Julio, Obispo de la IADC.


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