Mensaje de Navidad 2017





Con la celebración de la Noche Buena inicia un nuevo tiempo litúrgico, el “Tiempo de la Encarnación de Dios (Fil 2,5-7); desde el 25 de diciembre hasta el 5 de enero de cada año.  Los ejes de la reflexión debieran darse en torno a las distintas encarnaciones: de Hijo de Dios en la historia, de la Iglesia en la vida del pueblo; de las discípulas y los discípulos en la sociedad y la cultura contemporáneas” (Acta de Presbiterio, Montevideo, 2016, pp2).


1.     La encarnación del Hijo de Dios en la historia.

“Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Ga 4,4), el cual “se hizo uno de tantos” (Fi 6,7), “en todo semejante a nosotros” (Heb4,15) “y pasó haciendo el bien y sanando” (Hch 10,38).

En la encarnación, el Hijo de Dios asume plenamente la naturaleza humana (Jn 1,14) y los evangelistas se encargaron de poner énfasis en mostrarlo plenamente humano: sintió sed (Jn 4,7), se emocionó (Mt 11,25), se indignó (Mc 10,14), se enojó (Mc 11,15-18), sintió compasión (Mt 9,36), experimentó el miedo y la angustia (Mc 14,32-42). Es más, el título “Hijo de Hombre” que el propio Jesús se atribuye y que aparece 84 veces en los Evangelios canónicos, puede traducirse literalmente como “el Humano” u “Hombre”. De esta forma, podemos afirmar sin temor a dudas que Jesús es el rostro humano de Dios (Col 2,9), capaz de manifestar el amor incondicional y la solidaridad de Dios con la humanidad, especialmente con aquellas personas que son vulneradas en sus derechos y su dignidad, por eso las sanaciones, las liberaciones, las inclusiones:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos;       a anunciar el año favorable del Señor” (Lc 4,18-19).

La finalidad última de la encarnación, es resultado de la solidaridad divina, en efecto, Dios participa plenamente de la humanidad para que la humanidad,  junto al resto de la creación, participe plenamente de la vida divina “cuando Dios sea todo en todos” (1 Co 15,28), es decir que Dios se humaniza para que la humanidad y la creación entera, sea divinizada.


2.     La encarnación de la Iglesia en la vida del pueblo.

Jesús es el fundamento de la Iglesia (1Co 3,11), la piedra fundamental sobre la que se levanta  su fe y misión (Ef 2,20). Ella, consiente de ser testigo ante el mundo (Mt 10,16) y enviada a los pueblos para sanar, liberar e incluir (Lc 9,1-6; 10,1-9) continúa la obra del su Maestro y su Señor (Jn 13,13) sirviendo a la humanidad (Mt 20,28). Para ello, necesariamente debe encarnarse en las distintas realidades del pueblo donde se encuentra inserta, asumiendo la vida y esperanzas de ese pueblo. “Lo que no se asume no se redime” (Ireneo de Lyón).

El anuncio del Evangelio de Jesús, desencarnado de las alegrías y los dolores del pueblo es alienación. Toda proclamación de la Buena Noticia de Jesús necesariamente tiene que estar inserta en la realidad de la audiencia que la recibe.

El gran desafío que encontramos como Iglesia es poder interpretar esos dolores y alegrías para solidarizarnos con aquellos grupos vulnerados en sus derechos y su dignidad, sin juicios, sin condenas, sin actitudes moralistas, asumiendo la ética del Evangelios, una ética basada en la paz con justicia, en la inclusión de todos y todas, donde las únicas personas excluidas sean aquellas que se autoexcluyen.


3.     La encarnación de las discípulas y los discípulos en la sociedad y la cultura contemporáneas

Las discípulas y los discípulos de Jesús, transitamos en medio de una sociedad y una cultura  a la que no siempre comprendemos y que no siempre nos comprende. Cuando las cristianas y los cristianos vivimos con radicalidad el Evangelio de Jesús nos transformamos en signos de contradicción para el mundo y algunas veces, también para la Iglesia.

Durante muchos siglos hemos puesto en lugares contrapuestos el discipulado y el ser parte del mundo, cuando en realidad necesitamos ponerlos en diálogo y para lograrlo necesitamos encarnarnos, ser parte, asumir el mundo, no desde cualquier lugar, sino con la ética del Evangelio.

En nuestra sociedad existen personas, grupos y colectivos que esperan el mensaje de Jesús, capaz de sanar, liberar e incluir; no como colonización “evangelizando” sino como testimonio gratuito de quienes tienen la plena convicción que Jesús es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), una vida plena, digna y abundante (Jn 10,10) para todas las personas en todas las situaciones.


En conclusión:

Este tiempo litúrgico, Tiempo de la Encarnación, en su triple dimensión: encarnación del Hijo, encarnación de la Iglesia, encarnación de discípulos y discípulas, pone en juego toda nuestra capacidad creativa para hacer posible esa realidad.

Celebrar el nacimiento del Maestro y del Señor no es comer y beber, eso también lo hacen quienes no son discípulos y discípulas. Celebrar su nacimiento es imitar su ejemplo, haciendo lo que Él hizo y diciendo lo que Él dijo. Con esta misión por delante les dejo a todos y todas un abrazo fraterno.

Feliz Navidad

+Julio, Obispo en la IADC

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