Domingo 3º del Tiempo de las Promesas Juan 1,6-8.19-28
1.
El
texto en su contexto:
Los dos ejes sobre los
que gira el Evangelio de Juan es la luz y la vida (8,32). Juan el Bautista es el
testigo enviado por Dios para dar testimonio del inicio de los tiempos
mesiánicos (vv 6-8). Su misión era dar la voz de alerta ante la inminente
llegada del Reinado de Dios (Sal 130,6-7; Jr 31,6). Juan no era un profeta más
en Israel. Según el testimonio de Jesús, fue el más grande nacido de mujer, es
decir, el humano más grande, por el rol y la tarea que lo tocó desempeñar (Lc
7,28) pues con él, finalizaba el Tiempo de las Promesas. Dios y estaba con nosotros
y entre nosotros (Is 7,14; Mt 1,23). Su reinado irrumpía en la historia de la
humanidad.
Es de suma importancia,
cómo Juan evangelista presenta a Juan el bautista como “precursor”. Precursor
significa: el que indica, el que va delante, el pionero, el que precede. En
efecto, el Bautista es precursor del Reinado de Dios que trae paz con justicia
a la humanidad, y testigo de Jesús que ya está como “Emanuel”: Dios con
nosotros y nosotras, Dios entre nosotros y nosotras, manifestando los signos de
la presencia del reino esperado.
El evangelista presenta
a “los judíos” que no se refiere al pueblo sino a un sector importante de ese
pueblo, un grupo destacado y notable que ejercía el poder político y religioso,
eso significa en el evangelio de Juan el vocablo “judío”. Un grupo que fue
hostil a Jesús, que lo rechazó, lo persiguió y finalmente lo condenó
entregándolo al imperio romano para su ejecución. Estos “judíos” eran enviados
del poder religioso, un grupo integrado por sacerdotes y levitas y del poder
político, integrantes del partido de los fariseos. Estos personajes, representantes
del poder político y religioso buscan “controlar” a Juan el Bautista, un
personaje que se iba haciendo popular en esos tiempos y que comenzaba a
denunciar la hipocresía religiosa y política, desenmascarando a líderes de un
sector y de otro. Este grupo interroga a Juan sobre su identidad (versículo
19).
Juan el Bautista
responde desbaratando la expectativas mesiánicas de estos poderosos y sus
temores a que pudiera cambiar su estado de confort, sus beneficios del imperio,
su lugar de poder. Afirma que no es el Mesías prometido por Dios y esperado por el pueblo (versículo 20),
descendiente del rey David y por lo tanto heredero al trono de Israel (Jr 23,5;
33,15; Zac 6,12). Tampoco es Elías, el profeta que arrebatado al cielo, retornaría
cmo precursor del Mesías (Mal 3,1.23-24; Eclo 48,10). Tampoco es “el” profeta,
haciendo referencia a un sucesor de Moisés (Dt 18,15). Finalmente, Juan el
Bautista revela su identidad identificándose con el profeta Isaías en el destierro
(40,3):
¡Escuchen! Es la voz de alguien que
clama: «¡Abran camino a través del desierto para el Señor! ¡Hagan una carretera
derecha a través de la tierra baldía para nuestro Dios!
Juan es la voz del que
anuncia la llegada del Señor –según Isaías (40,3 cf Mal 3,1): en este contexto
de destierro era una clara referencia al retorno de la Gloria de Dios a
Jerusalén. Jesús era la manifestación humana de la divinidad: Emanuel –Dios con
nosotros y nosotras, Dios entre nosotros y nosotras; la carta a los Colosenses (2,9)
afirmará más tarde:
… en Él habita toda la
plenitud de la Divinidad”
Ahora que queda
revelada la identidad de Juan el Baustista, los representantes del poder
religioso y político cuestionan su actividad bautizadora (versículos 24-25). Y
es que Juan no estaba bautizando en cualquier lado. Según nos relata el
evangelista Mateo, lo hacía junto al río Jordán (3,13-17) en el preciso lugar
donde el pueblo había tomado posesión de la Tierra de la Promesa, presididos
por Josué, ante la presencia divina representada en el Arca de la Alianza (Jos
3). Esto remite claramente a ideas libertarias, procesos de liberación,
cumplimiento de antiguas promesas. Al cuestionamiento de los poderosos, Juan el
Bautista responde con un enigma (1,26-27) que debieran haberlo comprendido los
entendidos en la ley: sacerdotes, levitas y fariseos; es una clara alusión a la
ley del levirato (Dt 25,5-9) creada para impedir que el patrimonio familiar
terminara en poder de personas ajenas a la familia (Gn 38; Rut 4). “Levir” es
un término de origen latino que significa “cuñado”; en efecto, esta ley debe
entenderse en un contexto donde la poligamia era aceptada y practicada y de
un sistema económico que dejaba
desprotegida a la mujer viuda. Al negarse el hombre a cumplir con la ley y
habiéndose realizado el recurso legal, la mujer desataba la correa de su sandalia
que recibiría un apodo burlesco de “la casa del sinsandalias”. El enigma de las
sandalias nos presenta a Juan el Bautista con un status inferior al de la
mujer, “no es digno de desatar la correa de la sandalia” (1,27) de Jesús,
Mesías y esposo, que rechazará casarse con Israel.
2. El texto en nuestro contexto:
a)
Valorar a quienes trabajan por la paz
con justicia.
El evangelio de hoy nos
invita a valorizar a aquellas personas y organizaciones que trabajan por la paz
con justicia. Sabemos que una paz duradera y sólida, en definitiva real,
necesita de la justicia. No podemos ni debemos desear la paz a alguien que pasa
hambre, que está en situación de explotación laboral, que es víctima de
violencia doméstica, que sufre discriminación por cualquier causa. Primero
tenemos que comprometernos en procesos de liberación integral de las personas
para luego construir la paz, como consecuencia de la justicia.
Estas personas
mensajeras de paz con justicia las
encontramos dentro y fuera de la Iglesia. No es algo que nos pertenezca. Dios
es quien confía la misión a quien elige (Jn 1,6). A esas personas hay que
escucharlas, hay que valorarlas, porque hacen posible la esperanza de una
transformación en las estructuras injustas.
b)
La hostilidad a la Buena Notica de Jesucristo.
El evangelio, como
anuncio de tiempos mejores, anuncio de liberación y de justicia, siempre es
rechazado por quienes ejercen el poder, no importa si son políticos o
religiosos. El evangelio es una amenaza a su situación de “instalación”, de
opresores y discriminadores.
Estos enemigos del
Evangelio de Jesucristo, no son ajenos al cristianismo, les encontramos en los
grupos fundamentalistas y fanáticos de las diferentes denominaciones, atribuyéndose
hablar en nombre de Dios, ser sus representantes, ser los únicos que cumplen
estrictamente los mandamientos y la
voluntad de Dios; excluyendo y condenando a quienes no piensan y no actúan como
ellos quieren. Por lo tanto, si pretendemos vivir con fidelidad la Buena
Noticia, necesariamente tendremos esos opositores que se tornarán cada vez más
hostiles, puesto que ponemos en riesgo su poder.
c)
La Buena Noticia es liberadora y
restauradora de dignidad.
El mejor inidicador que
podemos utilizar para darnos cuenta si una persona o una organización son
portadoras de “buenas noticias”, es decir, si anuncia el evangelio de
Jesucristo, es el contenido de su predicación y de sus obras. El Evangelio
libera a las personas, las sana y las integra a una comunidad de iguales: la
Iglesia. El Evangelio promueve derechos y consolida la libertad y la dignidad de las personas y de los
grupos.
Una persona u
organización que no produce estos efectos en su auditorio, no está hablando de
parte de Jesucristo. Si la audiencia se siente amenazada, manipulada,
condicionada, discriminada, excluida, el mensaje no viene de Dios.
d)
Jesús es el verdadero protagonista.
Necesariamente, Jesús y
su mensaje liberador, sanador e inclusivo es el centro de toda predicación
cristiana. Ninguna iglesia, ningún líder religioso, ninguna organización
religiosa puede atribuirse derechos sobre las personas. Las iglesias, las
personas que lideran las comunidades cristianas, las organizaciones religiosas,
como Juan el Bautista, no tienen la dignidad para arrogarse otra acción que
aquella que nos encomendó Jesucristo: anunciar la liberación que encontramos en
su nombre (Mt 10; Mc 16,15-18; Lc 10,1-9; Jn 20,21).
Cuando en nuestras
iglesias encontramos otros protagonismos: mediaciones, intercesiones, personas
que hacen las veces de Jesús, estamos ante organizaciones que han desvirtuado
el Evangelios. Jesucristo es el rostro visible de Dios entre nosotros y
nosotras y con nosotros y nosotras: Emmanuel. Es el fundamento de la Iglesia
(Ef 2,20) y el centro de toda predicación nos enseña la antigua iglesia (Hch
2,14-36; 3,11-26; 4,1-20; 5,21-33).
e)
Llamados a ser sus testigos
Jesucristo, que pasó
haciendo el bien y restaurando la dignidad de todas las personas oprimidas y
excluidas (Hch 10,38) nos convoca a dar testimonio, como Iglesia, ante un mundo
que optó por otros valores. Somos parte de un pueblo de testigos que dicen a la
sociedad y la cultura que otro mundo es posible, otra sociedad es posible, otra
iglesia es posible, donde se establezca la paz con justicia, donde se trabaje
por la igualdad de derechos y oportunidades, donde la dignidad humana sea la
meta a alcanzar.
Con este inmenso
desafío nos despedimos hasta la próxima semana +Julio.
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