Reflexiones del domingo 6 de junio.-
“Cuando los apóstoles regresaron, contaron a Jesús lo que habían hecho. Él, tomándolos aparte, los llevó a un pueblo llamado Betsaida. Pero cuando la gente lo supo, lo siguieron; y Jesús los recibió, les habló del reino de Dios y sanó a los enfermos. Cuando ya comenzaba a hacerse tarde, se acercaron a Jesús los doce discípulos y le dijeron: —Despide a la gente, para que vayan a descansar y a buscar comida por las aldeas y los campos cercanos, porque en este lugar no hay nada. Jesús les dijo: —Denles ustedes de comer. Ellos contestaron: —No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a menos que vayamos a comprar comida para toda esta gente. Pues eran unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: —Háganlos sentarse en grupos como de cincuenta. Ellos obedecieron e hicieron sentar a todos. Luego Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y se los dio a sus discípulos para que los repartieran entre la gente. La gente comió hasta quedar satisfecha, y recogieron en doce canastos los pedazos sobrantes" (Lc. 9,10-17: versión Biblia Dios Habla Hoy).
Este relato está presente en los cuatro Evangelios (Mc. 6,30-44; Mt. 14,13-21; Lc. 9,10-17; Jn. 6,1-14) lo que nos permite suponer la veracidad histórica del mismo. Al leerlo y releerlo, las comunidades cristianas podemos quedar fascinadas en el hecho de la “multiplicación milagrosa” de los panes y de los peces, que no es otra cosa que la forma en que la comunidad apostólica, transmite en palabras humanas, el verdadero milagro que es Palabra Divina para la humanidad de todos los tiempos.
Las discípulas y los discípulos de Jesús, tenemos el desafío de interpretar esa Palabra Divina para nuestro tiempo. Repetir una y otra vez la “multiplicación milagrosa” que es el envoltorio del mensaje, sin descubrir y comunicar ese mensaje hace que nuestra vida y testimonio quede, en el mejor de los casos, en un plano anecdótico, mítico, irrelevante para la cultura y sociedad de nuestro tiempo.
“Jesús los recibió, les habló del reino de Dios y sanó a los enfermos” (Lc. 9,11). Todas las personas que lo siguieron hasta el lugar descampado fueron recibidas por él: no hubo diferencia entre campesinos y aldeanos, entre hombres y mujeres, entre habitantes de Galilea y de Judea, entre pueblo y autoridades. A todas ellas les habló del Reino de Dios, no como algo intemporal y a futuro, sino como concreción en el aquí y ahora, de la justicia e inclusión en la comunidad –Pueblo de Dios- de todas las personas que eran discriminadas y excluidas. Y como para Jesús, las palabras siempre iban acompañadas de gestos: sanó a las personas enfermas: liberándolas, porque en su tiempo se creía que eran castigadas por Dios por sus pecados o el de sus antepasados, restituyéndoles la dignidad e introduciéndolas en el seno de la comunidad, libres ya de los estigmas sociales y culturales.
“Jesús les dijo: —Denles ustedes de comer.” (Lc. 9,13). Una vez más Jesús desafía a la comunidad discipular: el Reino de Dios no es sólo palabras sino fundamentalmente acciones. No puede haber liberación integral de las personas oprimidas, no puede haber inclusión real de las personas discriminadas, si no hay en primer lugar acciones concretas de horizontalidad y equidad. Las comunidades cristianas somos inclusivas y liberadoras o no somos cristianas.
“Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y se los dio a sus discípulos para que los repartieran entre la gente” (Lc. 9,16). Jesús no pregunta a la comunidad discipular si quiere o si tiene los recursos para dar de comer a la multitud de gente que estaba allí; ordena hacerlo, desafiando la creatividad de aquellos hombres y mujeres para enfrentar la situación adversa. Muchas veces habían puesto en común sus alimentos mientras lo seguían por Galilea y Judea, pero ahora había mucha más gente, el desafío era inmenso: ponerse en actitud de servicio tomando la iniciativa. Es entonces cuando se produce el milagro: la gente toma su ejemplo y comparten los alimentos que habían llevado para el camino. Las comunidades cristianas somos solidarias y testimoniales o no somos cristianas.
El mensaje de este domingo tiene que ver con el rol, que las comunidades cristianas estamos llamadas a desempeñar en la sociedad y la cultura actual, para no convertirnos “en los maestros de la ley y fariseos hipócritas del siglo XXI: romper los estigmas socioculturales yendo a las personas gays, lesbianas, trans, queer, portadoras de VIH, drogadictas, excarceladas, adolescentes infractores; derribar los muros de la exclusión yendo a las personas empobrecidas, a las víctimas de violencia doméstica, a quienes viven en asentamientos; visibilizar a las personas invisibles a la sociedad y la cultura yendo a quienes están en situación de calle, en refugios nocturnos, en hospitales psiquiátricos, en cárceles, en hogares para personas ancianas. Un rol profético en nuestro entorno, que se traduce en acciones inclusivas y liberadoras, solidarias y testimoniales, capaces de generar cambios tendientes a la construcción de una sociedad donde todas las personas tengan un lugar de dignididad.
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