Reflexiones del domingo 20 de junio.-


Mensaje semanal.-

“Un día en que Jesús estaba orando solo, y sus discípulos estaban con él, les preguntó: —¿Quién dice la gente que soy yo?. Ellos contestaron: —Algunos dicen que eres Juan el Bautista, otros dicen que eres Elías, y otros dicen que eres uno de los antiguos profetas, que ha resucitado. —Y ustedes, ¿quién dicen que soy? —les preguntó. Y Pedro le respondió: —Eres el Mesías de Dios.

Pero Jesús les encargó mucho que no dijeran esto a nadie. Y les dijo: —El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará. Después les dijo a todos: —Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la salvará” (Lc. 9,18-24 en la versión Biblia de Estudio Dios Habla Hoy).



El texto bíblico presenta a las comunidades cristianas de todos los tiempos, dos grandes desafíos, el primero es descubrir quien es Jesús.

Jesús supo captar la atención, tanto del pueblo sencillo como de la dirigencia política y religiosa. La comunidad apostólica que dio testimonio de él, afirma que pasó haciendo el bien, que anunció un mundo de justicia y solidaridad al que llamó Reino y que es el enviado de Dios a la humanidad.

“¿Quién dice la gente que soy yo?”. Más de veinte siglos después, las comunidades cristianas, tenemos que seguir el ejemplo de la comunidad apostólica: estar con un oído atento al pueblo para escuchar qué dice de Él y con el otro oído atento a lo que el Espíritu nos dice a través de las Escrituras, que para toda comunidad cristiana, Espíritu y Escrituras son fuente de revelación.

“Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”. Desde el discernimiento de ambas escuchas, hoy decimos que Jesús es la familia que duerme en la calle, el niño que recoge comida en los contenedores de basura, la prostituta discriminada por sus vecinas, quien vive con VIH, las personas privadas de libertad, el homosexual a quien se limitan sus derechos, el trans que es excluido en la sociedad, el adicto rechazado y condenado y tantas otras víctimas en nuestra sociedad y nuestra cultura (Mt. 25,35-40) condenadas por los nuevos “ancianos, jefes de los sacerdotes y maestros de la ley”.

El segundo desafío que nos presenta el texto bíblico es el seguimiento de Jesús mediante el discipulado.

“Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame”. Jesús fue radical. Los discípulos y las discípulas de Jesús estamos llamados – llamadas a vivir esa radicalidad o no seremos sus discípulos – discípulas. Esta radicalidad nos ubica junto a las personas oprimidas, discriminadas y excluidas en cualquier forma, porque en ellas descubrimos la presencia de Jesús y porque ellas son las destinatarias privilegiadas del amor materno e incondicional de ese Ser Indecible al que llamamos “Dios” y que se revela en el mensaje inclusivo de Jesús de Nazaret.

Seguir a Jesús, entre muchas otras cosas, implica perder: posiciones de poder, privilegios, comodidades, seguridades, asumiendo los desafíos que cada día nos interpelan, dando respuestas nuevas en tiempos nuevos.

Domingo, 20 de junio de 2010.-

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