Reflexión 9° Domingo después de Pentecostés - Mt. 14:13-22
13 Cuando Jesús supo lo que le había pasado a
Juan, se fue solo en una barca hasta un lugar despoblado. Pero la gente se
enteró y lo siguió a pie desde los pueblos. 14 Cuando
Jesús bajó de la barca, vio a una gran multitud, tuvo compasión de ellos y sanó
a los que estaban enfermos.
15 Al anochecer, se
le acercaron sus seguidores y le dijeron:
—Este es un lugar despoblado y ya es muy tarde. Dile a la
gente que se vaya y así puedan irse a las aldeas y comprar comida.
16 Pero Jesús les
dijo:
—No hay necesidad de que ellos se vayan. Denles ustedes de
comer.
17 Sus seguidores le
dijeron:
—Nosotros aquí sólo tenemos cinco panes y dos pescados.
18 Él les dijo:
—Tráiganmelos para acá.
19 Y mandó a la gente
que se sentara en el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, miró al
cielo y dio gracias a Dios. Después partió el pan y les dio los pedazos de pan
a sus seguidores y ellos se los repartieron a toda la gente. 20 Todos
comieron y quedaron satisfechos. Después de esto, los seguidores llenaron doce
canastas con lo que sobró. 21 Más o menos
cinco mil hombres comieron, sin contar a las mujeres ni a los niños.
1.
El
texto en su contexto:
Sin lugar a dudas no
estamos ante una creación teológica sino ante un acontecimiento real
protagonizado por Jesús. Los cuatro evangelios son coincidentes (cf. Mc.
6:30-41; Lc. 9:10-17; Jn. 6:1-14).
Este acontecimiento nos
recuerda a Moisés y el pueblo hebreo en el desierto, cuando Dios envía pan del
cielo: el maná (Ex. 16) y al profeta Eliseo repartiendo el pan al grupo de
profetas (2Re. 4:42-44); pero también nos proyecta a una comida muy especial
entre Jesús y sus discípulos, una comida entre muchas que tuvieron, pero en la
que, partiendo, compartiendo y repartiendo el pan, instituyó la Eucaristía (vv.
19).
El evangelista Mateo
nos narra que Jesús se dirigió a un lugar solitario pero la gente al
enterarse se puso en camino hacia ese
lugar (vv. 13) y al igual que los discípulos tomaron las precauciones, tanto
para el camino de ida y vuelta, como para el tiempo que estuvieran con Jesús,
por eso tenían cinco panes y dos peces (vv. 17), seguramente lo que les había
sobrado del camino; también la gente, antes de partir de los poblados, sin
lugar a dudas tomaron algo para el camino; cualquiera de nosotros lo haría; es
ilógico pensar que la gente dejó lo que estaba haciendo y partió de
inmediato al encuentro de Jesús, sin prever
agua y alimento para el camino. Nosotros hoy prepararíamos el mate y algunas
tortas o panes e igual que aquella gente nos pondríamos en camino.
Continúa narrando el
evangelista Mateo que, Jesús al desembarcar y ver a toda la gente sintió
lástima, otras traducciones dicen: compasión. Lo cierto es que Jesús se
conmovió al ver a toda esa gente buscándolo (vv. 14). Ciertamente, unas personas buscarían sanar de sus enfermedades,
otras consuelo para sus angustias, otras enseñanzas, otras, curiosas, querrían
verificar lo que se decía sobre Jesús. Toda la multitud buscaba algo y sin
lugar a dudas Jesús se los proporcionó, por eso no se marcharon quedándose
hasta el atardecer (vv. 15).
El relato continúa con
la aparición en escena de los discípulos, quienes en muchísimas ocasiones
habían demostrado su poca fe y confianza en Jesús, percibiendo el problema que
se les avecinaba: la noche estaba próxima, estaban en un lugar despoblado, había
que prever la alimentación de toda esa gente. Y, así como el resto de la
multitud buscaba algo de Jesús, ellos también: que terminara de hablar y les
despidiera para que se fueran a las aldeas próximas (vv. 15).
Como siempre, Jesús
contracorriente, les desconcierta. La respuesta a lo que buscan no pasa por
despedir a la gente, sino por organizarla y enseñarles a compartir. (vv. 19). Jesús da el ejemplo, toma lo que a ellos le
sobró del camino y comenzó a repartirlo. Mucha gente, viendo este gesto,
seguramente sacó lo que les había sobrado del camino y lo comenzó a compartir;
otras personas habrán tenido que ser estimuladas a compartir lo que tenían en
sus bolsas; entonces ¿no hubo milagro?.
El milagro no estuvo en
que Jesús multiplicó mágicamente el pan, sino en que enseñó a la gente a
organizarse, a compartir y que cada vez que se comparte, siempre sobra (vv.
20), no importa la cantidad que sean (vv. 21).
2. El texto en nuestro contexto:
En esta “nueva
normalidad” producto de la pandemia del coronavirus COVID 19, donde se promueve
el individualismo a partir del aislamiento social y de la cuarentena; donde el
otro deja de ser el prójimo – próximo para transformarse en una amenaza que me
puede contagiar; donde valores como el compartir, la solidaridad quedan
postergados en virtud de la emergencia sanitaria; el relato evangélico de hoy
nos desafía a la creatividad evangélica.
Es posible reunirnos en
espacios abiertos o cerrados pero amplios y ventilados, tomando las
precauciones del tapabocas, el lavado de manos y la desinfección con alcohol.
Es posible ejercer la solidaridad compartiendo con quienes están sufriendo
hambre, falta de vivienda, falta de abrigo, producto del desempleo o de la
inestabilidad laboral generada.
La gente en la
actualidad, está buscando respuesta a los múltiples problemas, producto de la
pandemia, así como la multitud buscaba en Jesús respuestas a sus problemas. La
Iglesia tiene la respuesta: “vengan y lo verán” (Jn. 1:38-9). La “nueva
normalidad” no puede impedir que construyamos una civilización de paz con justicia,
de solidaridad con inclusión, tarea que inició Jesús y nos encomendó continuar.
En las palabras y
acciones de Jesús, contenidas en los Evangelios, leídos e interpretados con
fidelidad creativa, encontraremos las respuestas a los desafíos que nos
presenta el COVID 19.
Buena semana para todos
y todas.
+Julio.
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