Reflexión 12° Domingo después de Pentecostés - Mateo 16:13-20
Cuando Jesús vino a la región de Cesarea de
Filipo, les preguntó a sus seguidores:
—¿Quién
dice la gente que soy yo, el Hijo del hombre?
Ellos
contestaron:
—Algunos
creen que eres Juan el Bautista, otros dicen que eres Elías y otros que eres
Jeremías o uno de los profetas.
Jesús
les dijo:
—Y
ustedes, ¿quién creen que soy yo?
Simón
Pedro le respondió:
—Tú
eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente.
Jesús le dijo:
—Simón,
hijo de Jonás, qué afortunado eres porque no fue un ser humano el que te lo
reveló, sino mi Padre que está en el cielo. También te digo que tú eres Pedro,
y construiré mi iglesia sobre esta roca. Las fuerzas de la muerte no la
derrotarán. Te daré las llaves del reino de Dios. Si tú juzgas a alguien aquí
en la tierra, Dios ya lo habrá juzgado en el cielo. A quien perdones aquí en la
tierra, Dios también lo habrá perdonado en el cielo.
Entonces
Jesús les advirtió a sus seguidores que no dijeran a nadie que él era el
Mesías.
1. El texto en su contexto.
El relato evangélico de
hoy presenta una de las confesiones de fe de los discípulos a la que se le ha
dado una trascendencia fundamental para
sostener el poder terrenal y espiritual del papado. Sin embargo, los evangelios
recogen otras confesiones de fe; el domingo pasado leíamos el relato de la
mujer pagana que lo reconoce como el Mesías asignándole el título de “Hijo de
David” (Mt. 15:22); en otro pasaje, María Magdalena lo confiesa como “Maestro”
(Jn. 20:16); Tomás como “Señor y Dios” (Jn. 20:28), entre otras.
La gente del pueblo,
que fue testigo de sus palabras y acciones, consideraba a Jesús como un
especial enviado de Dios, tan especial como Elías que fue preservado de la
muerte (Eclo. 48:1); o como Juan el Bautista que había muerto pero que podría
haber resucitado (Lc. 16:30), pero no llegaban a descifrar aún, el misterio de
la persona de Jesús (vv 14).
Pedro, seguramente
partícipe muchas veces de conversaciones con el resto de los discípulos, que
iban intuyendo que Jesús no era solo un Maestro o un Profeta, lo confiesa como
el Mesías prometido (vv 16). En la vida de Pedro, al igual que en la vida de fe
de la mayoría de las personas, hay momentos en que las dudas se disipan, en que
todo está tan claro que ya no hay lugar a la duda, es el momento en que nos
damos cuenta que Dios nos está guiando a la respuesta: la revelación (vv 17).
Jesús reconoce en
Pedro, a aquel que será la piedra sobre la que se construya la nueva comunidad;
así como Abraham fue padre en la fe del pueblo hebreo, Pedro lo será del nuevo
pueblo de Dios que surge a partir de los Doce, así como el pueblo hebreo se
constituye a partir de las doce tribus. Poco tiempo después, nos relata
claramente el Libro de Hechos de los Apóstoles, el liderazgo del nuevo pueblo pasa
de Pedro a Santiago (Hch. 15) hasta que varios siglos después se lo sitúa en la
ciudad de Roma y se lo designa pilar de la iglesia universal.
2. El texto en nuestro contexto.
La historia de la
Iglesia primitiva nos muestra que el gobierno de la Iglesia no residía sobre
Pedro sino sobre Santiago actuando conjuntamente con el resto de los apóstoles
(Hch. 15).
La historia de la
Iglesia indivisa nos nuestra que el gobierno de la Iglesia no residía sobre el
obispo de Roma sino sobre los cinco Patriarcados (Antioquía, Alejandría,
Constantinopla, Jerusalén y Roma).
Es a partir de la
disputa de poder entre el imperio bizantino y el imperio romano que se
fortalecen los patriarcados de Roma y Constantinopla hasta el punto que se
fracciona la Iglesia, se excomulgan mutuamente ambos patriarcas y en la Iglesia
de Occidente se realza la figura del Obispo de Roma utilizando justamente, el
texto evangélico de hoy.
¿Estuvo en la cabeza de
Jesús que el obispo de Roma tuviera primacía en la Iglesia; fuera considerado “vicario
de Cristo” es decir, el que hace las veces de Jesús; se lo proclamara infalible
y se le designar como “Santidad”? Seguramente no. Tengamos en cuenta las
palabras de Jesús:
»Pero ustedes no dejen que nadie los llame “maestro”. Ustedes solamente
tienen un Maestro y todos ustedes son iguales como hermanos y hermanas. Aquí en la tierra no le digan a nadie
“padre”. Ustedes sólo tienen un Padre que está en el cielo. Tampoco dejen que les llamen “líder”, pues ustedes
solamente tienen un Líder, quien es el Mesías. El más importante entre ustedes será el
que les sirva, porque
el que se crea más que los demás será humillado, y el que se humille será hecho
importante Mt. 23:8-12).
Pedro desempeñó el
papel fundamental de ser el cimiento del nuevo pueblo de Dios, figura de las
muchas personas que en diferentes lugares y épocas han sido impulsores de la
Iglesia de Jesús; así como en la historia del pueblo hebreo Abraham fue su
fundador como padre en la fe, pero hubo otras personas que en distintos
momentos tuvieron la primacía: Moisés en el proceso de consolidación de los
hebreos como pueblo; Josué como el guía al pueblo que se introduce en la tierra
de la promesa; David como el rey que consolida a Israel como un reino al
servicio de Dios; los profetas como hombres de Dios que actuaron como la
conciencia moral del pueblo. Igualmente sucede en el nuevo pueblo de Dios,
muchos hombres y mujeres han protagonizado la consolidación de la Iglesia.
Es fundamental que
sepamos identificar a quienes surgen como piedras, cimientos en nuestras
comunidades, haciendo las veces de Pedro en la comunidad de Jerusalén, respetar
su liderazgo en cuanto servicio a la Iglesia reconociendo justamente que están
al servicio y nos lo recuerda el relato evangélico de ayer (Mt. 23:11). Orar
por esas personas. Acompañarlas en la toma de decisiones. Alentarlas en su
ministerio. Estar atentos a corregirlas cuando olviden servir realmente a la
Iglesia.
Buena semana para todos
y todas.
+Julio V.
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