Reflexión 8° Domingo después de Pentecostés - Mt. 13:44-52
44 »El reino de Dios es
como un tesoro escondido en un campo. Un día, un hombre encontró el tesoro y lo
escondió allí otra vez. Estaba tan feliz que fue y vendió todo lo que tenía y
compró ese terreno.
45 »El reino de Dios
también es como un vendedor que buscaba perlas finas. 46 Cuando
el vendedor encontró una perla muy costosa, fue y vendió todo lo que tenía y la
compró.
47 »También, el reino de
Dios es como una red para pescar que se lanza al mar y en la que caen muchos
peces de diferentes clases. 48 Cuando la red está
llena, los pescadores la llevan a la orilla. Se sientan allí y eligen los peces
buenos y los meten en canastas pero tiran a los peces malos. 49 Lo
mismo va a pasar cuando llegue el fin del mundo. Los ángeles van a venir y van
a separar a los malos de los justos. 50 A los malos
los van a lanzar a las llamas del fuego y llorarán y crujirán los dientes.
51 Jesús les preguntó:
—¿Entienden todo esto?
Ellos contestaron.
—Sí entendemos.
52 Él les dijo:
—Bueno, todo maestro de la ley que ha aprendido sobre el reino de Dios
es como el dueño de una casa. De lo que tiene guardado saca cosas nuevas y
cosas antiguas.
1. El texto en su contexto.
Nuevamente, este
domingo Jesús nos propone otras tres parábolas o historias con un fuerte
contenido sobre el Reinado de Dios.
Las dos primeras, la
parábola del tesoro (vv. 44) y la parábola de la perla (vv. 45-46) enseñan
sobre el valor del Reino de Dios. Es un valor supremo al que necesariamente hay
que sacrificar todos los otros valores vendiendo todas las posesiones para
adquirir el terreno donde se encuentra el tesoro o la perla de gran valor (vv.
44b; 46). Como suelo decir muy a menudo: “elegir es renunciar”.
La tercera parábola, al
igual que el domingo pasado, la parábola del trigo y la cizaña, nuevamente nos
ubica en la segunda venida de Jesucristo al final de los tiempos. El fuego es
el destino final de la cizaña (vv. 40-42) y de los peces malos (vv. 49-50). En
ese momento se producirá la separación definitiva entre las personas buenas y
malas.
Finalmente, el
evangelista Mateo culmina esta sección de parábolas sobre el Reinado de Dios,
del capítulo 13 con una conclusión desafiante para todas las discípulas y
discípulos de Jesús:
“todo maestro de la ley que ha aprendido sobre el
reino de Dios es como el dueño de una casa. De lo que tiene guardado saca cosas
nuevas y cosas antiguas” (vv. 53)-
A través de la
enseñanza de estas parábolas o historias, Jesús se presenta como un hombre
docto y sabio (cf. Prov. 1:2-7; Eclo. 39:1-11). Así como hay maestros que son
doctores en la Ley de Moisés, personas que saben mucho sobre la Torá, la
estudian y enseñan; Jesús es doctor en el Reino de Dios, el reinado de Dios es
su especialidad; es más, Orígenes, uno de los Padres de la Iglesia del siglo
III, afirmará que Jesús es el Reino de Dios. Pues bien, Jesús, como experto en
el Reinado de Dios, lo enseña de muchas maneras, con sus palabras, con sus
acciones, sacando de lo que tiene guardado cosas nuevas y viejas.
También nosotros y
nosotras, quienes le seguimos en el discipulado, entendidos en el Reinado de
Dios (vv. 51-52) podemos transformarnos en educadores, testigos, maestros de
otras personas; repitiendo las enseñanzas recibidas; renovando sus formas y
contenidos; añadiendo lo que sea necesario en nuestro tiempo y contexto.
2. El texto en nuestro contexto.
“Elegir es renunciar”.
Elegir el Reinado de Dios revelado por Jesucristo es renunciar a otros valores
de nuestra sociedad y nuestra cultura. Y hablamos de valores, de cosas
positivas, de cosas buenas. Pero el Reino es mayor a todo. Toda elección que
hagamos necesariamente estará acompañada de renuncia.
En efecto, toca a cada
persona elegir entre el Reino de Dios y otros valores, que pueden ser: la
familia, las amistades, cierto trabajo o status social… El mismo Jesús nos
enseña:
“nadie puede servir a dos patrones
al mismo tiempo. Odiará a uno y amará al otro, o se dedicará a uno y
despreciará al otro” (Mt. 6:24).
Y en otra parte:
“El
que ama a su papá o a su mamá más que a mí, no es digno de mí. El que ama a su
hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10:37).
El seguimiento es
radical:
“Jesús
le dijo a otro: —Sígueme. Pero el
hombre le dijo: —Primero déjame ir a enterrar a mi
papá. Jesús le dijo: —Deja que
los muertos entierren a sus muertos, tú ve y anuncia el reino de Dios.
También otro hombre le dijo: —Yo
te seguiré, Señor, pero primero deja que vaya a despedirme de mi familia.
Pero Jesús le dijo: —Aquel que empieza
a arar un campo y mira hacia atrás, no sirve para el reino de Dios” (Lc. 9:59-62).
En este escenario deberíamos formularnos dos preguntas: ¿todavía
queremos seguir a Jesús en el
discipulado? Y ¿por qué?
Buena semana para todos y todas.
+Julio.
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