Tanto amó Dios al mundo que envió a su hijo único
11º Domingo después de
Pentecostés
Jn 6,24-55
Este texto del Evangelio de
Juan no tiene paralelos en los Evangelios sinópticos. Es un midrash sobre
Ex16,15 y el Salmo 18,24.
1. El texto en su contexto:
La semana pasada, el relato
evangélico nos traía la multiplicación de los panes y los peces (6,1-15). Esta
semana narra los hechos surgidos a partir de ese episodio.
La gente, maravillada por la
multiplicación de los panes sigue a Jesús como otro profeta similar a Moisés,
que les proveerá de comida y de liberación (versículos 24-26). Jesús dialoga con
las personas que le siguen en torno al tema de la “obra”. Un término que para
la gente, al igual que para el judaísmo religioso significaba las obras
religiosas, pero que Jesús da un nuevo contenido que es la fe (versículos
27-29). Sin embargo, la gente sigue exigiendo una señal, quiere que Jesús actúe
como Moisés proveyendo el maná y la liberación (Ex 16,4.15, Sal 78,24), pero
Jesús deposita la acción den Dios no en Moisés (Dt 8,3) y por otra parte, el
mayor interés de Jesús es aplicar el texto bíblico a su situación presente
(versículos 32-33). El episodio finaliza con la afirmación de Jesús: “yo soy el
pan de vida”. Se presenta como el maná que se da al final de los tiempo, cuando
Dios transforme el mundo e inaugure su reinado (versículos 35-40).
2. El texto en nuestro contexto:
Este texto midráshico del
Evangelio de Juan nos presenta dos temas para la reflexión a las iglesias del
siglo XXI.
En primer lugar, realizar la
obra de Dios que es creer en Jesucristo (versículos 28-29). Por la fe se
obtiene el privilegio de la filiación divina (1,12). Creer es la única
respuesta posible a la acción salvadora de Dios. Por la fe se entra a la
dimensión del Reino (3,14-16; 6,40; 11,25-26; 20,31). Una Iglesia que no tiene
a Jesucristo como el centro de su experiencia de fe no sirve para nada. Una
Iglesia que no sigue radicalmente en Jesucristo no sirve para nada. Creer y
seguir son inseparables. Por eso, nosotros y nosotras, la Iglesia Antigua no
rendimos culto a otro que no sea Jesucristo y le seguimos como Camino que
conduce a la Vida (Jn 14,6) plena, digna y abundante a la que llamamos Reino
(Jn 10,10). Respetamos a otras tradiciones eclesiales, que integran a su
experiencia de fe, otras mediaciones. Nos parece en algunos casos, un riesgo
muy grande para la fe católica y apostólica, más cuando presenciamos personas
bien intencionadas que por fervor y pasión llegan a límites extremos en la
veneración de los santos y las santas, incluso de la Madre de Dios, al punto de
llamarla “corredentora” o “mediadora de todas las gracias”. Hermanos, hermanas,
nada más alejando del Evangelio, Jesucristo es el centro de nuestra experiencia
de fe, el único mediador entre Dios y la humanidad (1 Tm 2,5).
En segundo lugar, reconocer
en Jesucristo la razón de nuestra existencia personal y eclesial. Por eso, nosotros
y nosotras, la Iglesia Antigua reconocemos en Jesucristo el pan (6,35), la luz
(10,12), la puerta de acceso (10,7.9), la vida (11,25), el camino (14,6) y la
verdad (14,6). En sus palabras y en sus acciones, encontramos todo lo necesario
para el encuentro pleno con Dios, porque él es Dios con nosotros y nosotras y
entre nosotros y nosotras (Mt 1,23 cf Is 7,14). Como Iglesia, existimos por
Cristo, con Cristo y en Cristo y ese es nuestro testimonio a la sociedad
actual; no pretendemos dar testimonio de otro que no sea Él, porque “tanto amó Dios al mundo que envió a su hijo
único, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”
(Jn 3,16).
Buena semana para todos y
todas. +Julio.
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