Creer exige asumir su proyecto
12º Domingo después de
Pentecostés
Juan 6,41-51
1. El texto en su contexto:
Continúa el diálogo entre
Jesús y los Maestros de la Ley, que el domingo pasado estuvimos
interiorizándonos.
Las afirmaciones hechos por
Jesús (v 35), en el evangelio del domingo pasado producen murmuración (v 41).
Algunos de ellos le conocían (v 42 cf Mc 6,3; Mt 13,55; Lc 4,22). Sin embargo,
Jesús enfrenta las murmuraciones (v 43) y lo hace a través de un nuevo discurso
(v 44-51).
A Jesús solo se va por
gracia (v 44 cf Mt 11,27; Lc 10,22; Jn 6,66). El Padre en su providencia
conduce a la humanidad hacia Jesús. Juan pone en boca de Jesús dos referencias
proféticas (Is 54,13; Jr 31,33-34) para fundamentar lo afirmado anteriormente.
Y aclara que esto es por gracia divina no por haber visto al Padre, pues nadie
lo ha visto (cf Ex 33,18-20), sino Él mismo, que “procede” de Dios (v 46 cf 1,18;
Mt 11,27; Lc 10,22; 1Jn 1,2) para luego afirmar que quien cree tiene vida
eterna (v 47); en Juan la vida eterna y la filiación divina (cf1,12) es lo
mismo que el Reino de Dios en los sinópticos. Para Juan, creer es la respuesta
personal, del hombre o la mujer, con la mente, con el corazón, con toda su
persona a la acción salvadora de Dios por medio de Jesucristo (3,14-16; 6,40;
11,25-26; 20,31). Dicho esto, retoma la afirmación de la semana pasada (v48 cf
v35) y la comparación entre los judíos que comieron el maná y murieron y los
discípulos y discípulas que comen el pan del cielo y no mueren (v 49-50) para
finalmente introducirnos en el discurso eucarístico (6,51-56) mencionados
también en los sinópticos (Mc 14,22-25; Mt 26,26-29; Lc 22,14-12) y en las
enseñanzas de Pablo sobre la Cena del Señor (1Co 11,23-26).
2. El texto en nuestro contexto:
Las comunidades discipulares
del siglo XXI encontramos en esta perícopa dos temas para nuestra reflexión
personal y eclesial.
En primer lugar la fe. La
coyuntura en que nos encontramos, nos exige dejar de lado una fe mágica o
ingenua, para ser convincentes a la sociedad postmoderna, dando testimonio por
medio de una fe crítica, con signos de madurez y adultez; con esto, no estoy
diciendo que hay que desmantelar la obra de ingeniería teológica que es el
cristianismo, sino que tenemos que poder dar razón de nuestra fe sin recurrir a
explicaciones mitológicas. Lo que cambia es la forma en que damos testimonio,
pero los efectos de la fe son los mismos ayer, hoy y siempre. Creer en Dios
implica asumir su proyecto y trabajar en él (Hb 11) y el proyecto de Dios es lo
que Jesús llamó Reino (Mt 11,5; Lc 7,22 cf Is 26,29; 61,1; Lc 4,18-22). Las
cristianas y los cristianos que no se comprometen en la transformación social
no pueden dar testimonio de su fe, porque el Reino es justamente derechos,
dignidad, equidad, solidaridad y justicia para todas las personas y en todas
partes (Stgo 2,18).
En segundo lugar Jesús.
Nuestra fe es cristocéntrica. Reconocemos en Jesús la razón de nuestro
bienestar (Jn 6,35; 10,7; 11,25; 14,6). Creer en Jesús nos produce gozo,
alegría (1 Tes 5,16) y ese estado de felicidad lo transmitimos en todos los
lugares donde nos movemos: familia, estudio, trabajo, amistades; pero el lugar
por excelencia es la Eucaristía, donde se produce el encuentro con Aquel que es
el Pan de Vida, una vida digna, plena y abundante para todos y todas (Jn
10,10). La muerte es la ausencia de alegría, la ausencia de fe, la ausencia de Jesús.
Los israelitas comieron el maná y murieron. Las discípulas y los discípulos de Jesús
vivimos en la alegría nuestra y en la alegría comunitaria, porque creemos en Jesús
y aunque muramos vivimos (Jn 11,25).
El evangelio de hoy nos
invita a creer en Jesús y a vivir radicalmente como El vivió, una vida plena,
una vida alegre, una vida festiva, una vida de encuentro con las otras y los
otros. Este es nuestro testimonio para la sociedad del siglo XXI. Bendiciones a
todos y todas.
Buena semana.
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