Con el anuncia del Reinado de Dios, Jesús dinamita los cimientos religiosos de su época.

Tercer domingo después de Epifanía.
Ciclo C

Marcos 1,14-20






En estos pocos versículos, Marcos aporta gran cantidad de información sobre el contexto en el que Jesús comienza a desarrollar su actividad y sobre el contenido central de la misma.

1.    El texto en su contexto:

Jesús, después de su bautismo, se quedó en el desierto hasta que Juan el bautizador o Juan el bautista fue encarcelado por orden de Herodes Antipas (versículo 14 cf 6,17-18). Es a partir de la detención de Juan que Jesús comienza su ministerio profético carismático reconocido por el pueblo (Marcos 6,15; 8,28; Mateo 21,11.46; Lucas 7,16; Juan 4,19; 6,14; 7,40.52; 9,17), pero también por los fariseos, aunque con desprecio y escepticismo (Marcos 8,11; Lucas 7,39). Con Jesús de Nazaret retorna el Espíritu profético a Israel, luego de muchos años de silencio (Macabeos, libro I, 4,46; 9,27; 14,4).

El centro de la predicación de Jesús es el Reinado de Dios (= basileía, en griego), es decir, la soberanía real de Dios (cf. Joachim Jeremías, Teología del Nuevo Testamento, volumen I, pág 119 y siguientes). Un tema que apenas es mencionado en el Antiguo Testamento, muy poco mencionado en el resto del Nuevo Testamento, a excepción de los Evangelios donde aparece casi constantemente en boca de Jesús.

Cuando Jesús anuncia el Reinado de Dios no hace referencia a un reino en sentido geográfico, localizado en un territorio. El vocablo malkuta utilizado por Jesús, traducido por los evangelistas al griego por basileía, hace referencia al poder de gobernar, a la autoridad de un rey y a su poderío, siempre como algo que se está realizando, por eso es preferible traducirlo por Reinado de Dios y no Reino de Dios. El concepto Reinado de Dios es mucho más fiel a lo que creyó, anunció y vivió Jesús.

“La característica principal de este reino divino es que Dios realiza el ideal regio de la justicia, un ideal por el que constantemente se había suspirado, y que jamás se había realizado plenamente en la tierra. La justicia del rey, según las concepciones de los pueblos de oriente y también según las concepciones de Israel desde los tiempos más antiguos, no consiste primordialmente en emitir un veredicto imparcial, sino en la protección que el rey hace que se preste a los desvalidos, a los débiles y a los pobres, a las viudas y a los huérfanos” dice Joachim Jeremías (cf obra citada).

Por esta misma razón, el Reinado de Dios es Buena Noticia (= evangelio) no para todas las personas, sino para aquellas que se encuentran vulneradas en sus derechos y su dignidad (Mateo 11,18-30; Lucas 6,20-22), pues para otras, es una muy mala noticia (Lucas 6,23-26).

Los estudiosos bíblicos son coincidentes en que para Jesús, el Reinado de Dios (basileía en griego, malkuta en hebreo) significa el tiempo de salvación, la consumación de estas realidades mundanas, la restauración de la comunión entre Dios y la humanidad (cf Daniel 2,44; 7,27; Lucas 12,32), desde una perspectiva escatológica muy próxima: Dios está cerca, ya está aquí.

Sin lugar a dudas, para el pueblo empobrecido a través de impuestos, por el poder político y el poder religioso, este anuncio era una muy buena noticia. También para todas aquellas personas que eran despreciadas y discriminadas por la clase política y la clase religiosa: los jugadores de juegos de azar, los usureros, los recaudadores de impuestos, los publicanos, los pastores, las prostitutas, personas con escaza formación religiosa. A estas personas Jesús les dice que tienen participación en el Reinado de Dios (Lucas 6,20) no en un futuro sino ya desde ahora (Marcos 2,17); es el cumplimiento de las promesas de Dios (Isaías 29,19; Ezequiel 34,16; Sofonías 3,17).

Esta buena noticia anunciada por Jesús contradice todas las normas piadosas de aquel momento, ya que separarse de las personas pecadoras era la obligación religiosa para todo judío piadoso. El que Jesús llegara a estas personas con este mensaje de parte de Dios y no a las personas justas (Marcos 2,17) era un verdadero escándalo, al decir de Joachim Jeremías “la disolución de toda ética” (obra citada). El mensaje de Jesús dinamita los cimientos religiosos de su época.

Jesús inicia su ministerio profético, justamente entre las personas discriminadas, en Galilea lejos Judea, el centro político y religioso de Israel; y dentro de Galilea en Cafernaúm, no en Tiberíades su capital (Marcos 1,16.21). Al igual que los escribas de su tiempo, comienza a rodearse de un grupo de discípulos (versículos 16-20) que son invitados a formar parte del proyecto mesiánico.

2.    El texto en nuestro contexto:

En nuestro tiempo y nuestro contexto otras personas, discriminadas y excluidas por el actual sistema político y religioso, esperan el anuncio de una buena noticia de parte de Dios. Pareciera que también en estos tiempos se ha extinguido el Espíritu profético.

Las Iglesias, progresivamente nos hemos ido adaptando al sistema y con el paso de los siglos, hemos vuelto a cargar a aquellas personas a las que Jesús había alivianado su carga (Mateo 17,28-30); expulsando con nuestros dogmatismos, fundamentalismos y ritualismos a aquellas personas a las que Jesús había incluido en una comunidad de iguales; imponiendo una ética de la marginación y exclusión, donde las personas a las que Jesús sanó, liberó e incluyó, las invisibilizamos y silenciamos. Al igual que el sistema religioso de tiempos de Jesús, etiquetamos de pecadores y pecadoras a quienes no se ajustan a las imposiciones de nuestro sistema religioso.

Las Iglesias de tradición están envueltas en tradiciones y ritos, asfixiando todo surgimiento profético carismático que el Espíritu pudiera inspirar. Otras formas eclesiales, como el evangelismo pentecostal, están rigidizadas en una interpretación literal de las Escrituras, poniendo énfasis en los diezmos, la guerra contra los demonios y el cumplimiento de una ética más judaica que cristiana. La corriente del catolicismo independiente, que está surgiendo en los últimos años en América Latina, es una mera copia del conservacionismo católico romano o anglicano.

El Espíritu nos urge a convertirnos a la buena noticia de Jesucristo. La humanidad del siglo XXI necesita una Iglesia que pueda dialogar con ella y no censurarla, discriminarla o excluirla; una Iglesia profética, capaz de dinamitar los cimientos de un sistema religioso obsoleto, expulsivo y opresor; una Iglesia solidaria, capaz de estar junto a las personas vulneradas en sus derechos y su dignidad; una Iglesia dialogante y creativa, capaz de aprender de la sociedad y la cultura, aportando lo mejor del Evangelio de Jesucristo y asumiendo lo mejor de la humanidad del siglo XXI; una Iglesia de comprometida y de acciones, más que de adoración y culto, a ejemplo de Jesús y la Iglesia de la antigüedad.

La humanidad del siglo XXI necesita el anuncio profético de que el Reinado de Dios está aquí y que las personas vulneradas en sus derechos y dignidad son invitadas a participar ahora sin importar su condición o situación. Dios ama entrañablemente a todas las personas que son expulsadas y excluidas por el sistema político y religioso. Dios quiere que quienes quedaron fuera de la fiesta y de la mesa, ingresen con los mismos derechos de quienes ya están dentro.

Jesús nos convoca a hacer posible, aquí y ahora, la soberanía real de Dios haciendo justicia a quienes son víctimas de las injusticias. De nosotros y nosotras depende, ser parte de la misión profética de Jesús o de la hipocresía del sistema religioso.

Buena semana a todos y todas.
+Julio.

Comentarios

  1. Me parece excelente esta entrada, la estoy estudiando. (Elisa Mar)

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