Santa Madre de Dios, 1 de enero
La Palabra tomó de
María nuestra condición humana
La Palabra tendió
una mano a los hijos de Abrahán, afirma el Apóstol, y por eso tenía que
parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro.
Por esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de
ella la Palabra tome un cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros. La
Escritura habla del parto y afirma: Lo envolvió en pañales; se proclaman
dichosos los pechos que amamantaron Señor, y, por el nacimiento de este
primogénito, fue ofrecido el sacrificio prescrito. El ángel Gabriel había
anunciado esta concepción con palabras muy precisas, cuando dijo a María no
simplemente «lo que nacerá en ti» –para que no se creyese que se trataba de un
cuerpo introducido desde el exterior–, sino de ti, para que creyésemos que
aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella.
Las cosas sucedieron
de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en
sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de
su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto
corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que
vestirse de inmortalidad.
Estas cosas no son
una ficción, como algunos juzgaron; ¡tal postura es inadmisible! Nuestro
Salvador fue verdaderamente hombre, y de él ha conseguido la salvación el
hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra salvación ni afecta
sólo al cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y
cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.
Por lo tanto, el
cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo
atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al
nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros hemos nacido de
Adán.
Lo que Juan afirma: La
Palabra se hizo carne, tiene la misma significación, como se puede concluir
de la idéntica forma de expresarse. En san Pablo encontramos escrito: Cristo
se hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo humano, por la unión y
comunión con la Palabra, se le ha concedido un inmenso beneficio: de mortal se
ha hecho inmortal, de animal se ha hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las
puertas del cielo.
Por otra parte, la
Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre
sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones; siempre
es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la Iglesia
confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.
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